La estrategia ante un nuevo deshielo ya es tema de debate
Con la presidencia de Joe Biden, se abre un espacio para analizar con serenidad las futuras relaciones entre Cuba y EE UU
La Habana/Una vez que Joe Biden ha asumido la presidencia de EE UU para los próximos cuatro años, se abre un espacio para analizar con serenidad el significado que puede tener para las relaciones de Cuba con la primera potencia del mundo, ya que, aunque cueste reconocerlo, este vínculo tiene un peso determinante en el futuro de la Isla.
Surge así la tentación de encaminar el tema arriesgando especulaciones o lanzando recomendaciones. Ambos enfoques pueden dirigirse tanto a lo que le atañe al Gobierno estadounidense como a los pasos que puede dar La Habana y, desde luego, al rol que le corresponde desempeñar, en ambos escenarios y en diferentes direcciones, a todos aquellos que puedan ejercer alguna influencia, desde el exilio, en la oposición interna, desde los entornos de la sociedad civil o el periodismo independiente.
El colega Wilfredo Cancio, de CiberCuba, ha adelantado las que, a su juicio, serían las 22 tareas que debería tener en cuenta el nuevo equipo de la Casa Blanca para relanzar sus relaciones con Cuba. Una útil y minuciosa relación de asignaturas pendientes.
Estados Unidos puede postergar por tiempo indefinido las acciones que lleven a un nuevo deshielo, en tanto que para los gobernantes cubanos la llegada de los demócratas a la Casa Blanca representa un alivio
Muy lejos de pretender una estéril imparcialidad, este observador se limitará a dejar aquí sus especulaciones sobre las cartas con que cuenta el Gobierno cubano y la forma en que pudiera usarlas en una eventual mesa de negociaciones.
Lo primero que se advierte es la enorme desproporción entre el grado de preocupación que hay en la Isla sobre lo que puede hacer Estados Unidos y la inquietud que puede perturbar a esa nación en relación a las decisiones de La Habana. La preocupación cubana rebasa los salones gubernamentales y se expande a cada rincón del país hasta llegar a las cocinas más humildes en los lugares más remotos.
Estados Unidos puede postergar por tiempo indefinido las acciones que lleven a un nuevo deshielo, en tanto que para los gobernantes cubanos la llegada de los demócratas a la Casa Blanca representa un alivio en comparación con lo que se esperaba tras una reelección de Trump. En términos deportivos no lo toman como una victoria sino como un conteo de protección: un espacio de tiempo que están obligados a aprovechar para no repetir el error cometido con Obama.
Aunque son conscientes de esta desventaja, puede presumirse que los gobernantes cubanos enviarán a sus delegados a la mesa de negociaciones envueltos en la mística de defensores de la soberanía nacional y con la arrogancia de quien le dice a su contraparte: "Nosotros hemos resistido. Somos y seguiremos siendo los mismos; ustedes estarán aquí hasta que su electorado lo permita".
La introducción de hábitos democráticos que pongan en riesgo la permanencia en el poder de los que mandan en Cuba será el punto más inflexible
La introducción de hábitos democráticos que pongan en riesgo la permanencia en el poder de los que mandan en Cuba será el punto más inflexible; aquello en lo que advertirán que no están dispuestos a ceder ni un ápice, al tiempo que la llamada "indemnización por las consecuencias del bloqueo" constituirá la demanda que obligará a los otros a asumir una negativa igualmente intransigente.
Los dictadores de todo el mundo tienen la percepción de que ese asunto de "los derechos humanos de los ciudadanos" no es otra cosa que un discurso para las gradas de los países democráticos y mientras los de aquí sigan pensando de esa forma, no moverán ficha al respecto; a lo sumo efectuarán algún que otro gesto simbólico como soltar un par de prisioneros, a los que volverán a encarcelar cuando se les antoje, a menos que partan al exilio.
A los mandatarios cubanos les interesa que se reanuden los vuelos hacia todos los aeropuertos de la Isla, que se normalice el envío de remesas, que se reanuden los trabajos en la Embajada en La Habana y que se abra el flujo de turistas junto a los "encuentros pueblo a pueblo", pero como esos puntos ya están en la agenda del nuevo presidente, intuyen que no tendrán que ofrecer nada a cambio para lograrlo.
Tampoco tendrán que esforzarse para que vuelvan los intercambios deportivos, académicos y culturales, ni para que los peloteros del patio jueguen con los equipos de las Grandes Ligas, porque para eso ya existen bastantes presiones provenientes de los propios intereses estadounidenses y porque esas acciones forman parte del llamado Carril II por el que se supone transitan sutilmente los mismos propósitos subversivos con diferentes métodos.
En las instrucciones que reciban los negociadores cubanos se incluirá mostrar el mayor interés por el tema migratorio, porque se sabe que es un punto de utilidad para la otra parte.
En las instrucciones que reciban los negociadores cubanos se incluirá mostrar el mayor interés por el tema migratorio, porque se sabe que es un punto de utilidad para la otra parte
Una de las armas que más ha usado el Gobierno de Cuba ha sido la velada amenaza de activar una bomba migratoria y, desde esa posición de chantaje, tratarán de persuadir a su contraparte de lo conveniente de volver a realizar las charlas migratorias semestrales, favorecer la reunificación familiar y restituir las 20.000 visas anuales para inmigrantes, junto a las visas de cinco años para visitas a EE UU.
En estas hipotéticas instrucciones debe estar anotado el reclamo de que Cuba deje de estar en la lista de países patrocinadores del terrorismo, que se borren las "listas negras" que limitan realizar transacciones comerciales en Estados Unidos e impide a los ciudadanos de ese país hospedarse en hoteles administrados por los militares cubanos; desde luego exigirán que se desactiven los títulos III y IV de la Ley Helms Burton.
Pretenderán esas conquistas, pero serán reacios a devolver a los prófugos de la justicia estadounidense y terroristas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) colombiano que están en Cuba; tampoco dejarán de apoyar al régimen de Maduro en Venezuela.
Si la pandemia lo permite, en el presente año se celebrará la IX Cumbre de las Américas en Miami. El evento, en caso de que Cuba sea invitada y que Díaz-Canel no decline la invitación, dará la oportunidad para un encuentro, presencial o virtual, al máximo nivel entre los dos países.
Así se fraguaron las primeras tentativas de deshielo, cuando en la VII Cumbre realizada en 2015 en Panamá, Raúl Castro y Barack Obama tuvieron la ocasión de conversar.
Hoy el panorama es muy diferente y si la cita en Miami ocurre en mayo, cuando tradicionalmente se han efectuado las anteriores, la delegación cubana podría presumir de haber completado el traspaso generacional anunciado para abril en el octavo congreso del Partido Comunista y venderlo como si fuera una transición a una nueva etapa post Tarea Ordenamiento (algún nombre inventarán).
Nunca mejor se podrá decir que pondrán cara de "yo no fui" y se mostrarán abiertos a escuchar sobre cualquier tema, aunque lleven taponados los oídos.
La reflexión pendiente es qué le toca hacer a los inconformes que anhelan un cambio real en Cuba. Una propuesta previsible será resistirse a otro acercamiento o, al contrario, exigir participación en el diálogo.
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