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¿Debajo, dentro o encima del sistema?

Eliécer Ávila

14 de septiembre 2014 - 07:30

La Habana/Una de las preguntas más complejas de responder cuando uno viaja fuera del país se puede resumir así: ¿bueno compadre, cómo está Cuba?

Para dar una respuesta acertada, habría que ponerse de acuerdo sobre qué o quién es Cuba. Acaso se refieren a la infraestructura vial o hidráulica del país, o al tema de la vivienda, o a la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, al estado de las libertades y derechos civiles y políticos, o a todo ello en su conjunto...

En cualquier caso, si se quiere ser en verdad preciso, hay que decir "bueno, depende".

¿Por qué, depende? Porque, para entender a Cuba, hay que saber que su población está estructurada por lo menos en tres grandes grupos, cuyos sistemas de vida, oportunidades y grados de libertad, no tienen ningún parecido.

Hay gente que vive totalmente debajo del sistema, otros viven dentro del sistema, y un tercer grupo que vuela cauteloso por encima del sistema.

Debajo del sistema

Este es el grupo más numeroso y de menor influencia en la política nacional. Está compuesto de la inmensa mayoría de los trabajadores asalariados, principalmente estatales pero también están aquí los cuentapropistas de menor rango, los jubilados, amas de casa, casi todos los maestros y muchos más.

El factor común que caracteriza a esta masa de pueblo es que no tiene acceso por ningún lado a la divisa fuerte, y por tanto chocan día a día con el esquema más rancio de la realidad. Son las personas que para adquirir cualquier cosa tienen que hacer grandes colas, las que se exprimen dentro de las guaguas, las que esperan horas y días para ser atendidas en los hospitales, las que no tienen suficiente ropa, ni se alimentan bien.

Dentro del sistema

Aquí están una parte importante de los funcionarios a todos los niveles, cuadros políticos, jefes, administradores, gerentes, inversionistas, compradores, jurídicos, mandos militares... En fin, todo aquel que forma parte del aparato del estado y ocupa alguna responsabilidad que le permite tener recursos o tomar decisiones de las cuales puede sacar provecho.

Muchas de estas personas llevan años estudiando cómo extraer del Estado lo suficiente para sostener una vida que, si bien no tiene los apremios del escalón inferior, tampoco llega a satisfacer las expectativas de un desarrollo pleno en su vida personal y familiar. No obstante, de su fidelidad al sistema y al gobierno, y del grado de "confianza" que logren inspirar en sus superiores, dependerá que puedan alcanzar el ascenso al tercer nivel.

Mientras tanto, se pueden librar de la mayoría de las colas con una llamada previa. Por lo general no pasan hambre. Muchos cuentan con un carro o una moto para moverse. El combustible tampoco les cuesta. La vivienda le es asignada y por pasar las vacaciones en un lugar turístico pagan algo simbólico. Compran la ropa en tiendas especiales y viajan con un papelito de la empresa. De manera que, aunque muchos de ellos no tienen gruesas cuentas bancarias, el intercambio de influencias sustituye en lo que se pueda al poder monetario.

Encima del sistema

Este espacio está reservado a los que de una u otra forma lograron atravesar las dos barreras anteriores. La mayoría con mucha astucia, inteligencia y un poco de suerte. Otros avanzaron sin escrúpulos, dejando por todos lados una estela de víctimas y sufrimiento. Y también están los que, como ellos dicen, "no le deben nada a nadie", hubieran sido lo que son, "o más", en cualquier parte del mundo, a partir de su trabajo profesional, creatividad, talento natural, además de tener tacto y olfato para sacarle el máximo a las oportunidades. (Bien por ellos).

Las personas que integran este oasis no dependen, o por lo menos no tanto, del "plan" que el Gobierno comunista les ha reservado, sino que construyen su propio destino, sus comunidades y comodidades.

Allá arriba están: artistas de renombre, los pocos empresarios exitosos –a veces son los mismos–, la cúpula del gobierno, algunos profesionales, académicos y deportistas destacados...

Incluso hay gente en este grupo que aportan más al sistema que el sistema a ellos. De modo que se establece un pacto silencioso de mutuo: "no me jodas".

Allá arriba están: artistas de renombre, los pocos empresarios exitosos –a veces son los mismos–, la cúpula del gobierno, algunos profesionales, académicos y deportistas excepcionalmente destacados, determinados símbolos de la cultura y los medios, algunos productores agrícolas (especialmente en las ramas exportables y tradicionales como el tabaco). Trabajadores de firmas extranjeras. Personas que reciben fuertes remesas o que se casaron con residentes en el exterior, etcétera.

No se trata de dividir la sociedad en "pobres buenos y ricos malos", sino de describir el resultado de las políticas llevadas durante 55 años por el mismo Gobierno.

A pesar de las claras diferencias que existen en la calidad de vida de los distintos estratos sociales en Cuba, hay procesos que terminan afectando al conjunto de la sociedad. Pondré solo dos ejemplos prácticos y cotidianos de estos fenómenos.

El costo de los alimentos, especialmente la carne, el pescado, las especias y las verduras, hoy compite en fatal ridiculez con los famosos "Peugeot de oro macizo". El grupo más próspero, el que está encima del sistema, crea por sí solo un mercado que afecta a todo el esquema nacional de precios.

Aterricemos en un ejemplo sencillo y comprobable a la vuelta de la esquina: la cebolla, imprescindible en la cocina cubana. En enero estaba en 7 u 8 pesos la libra (tres cebollitas), luego subió a 10 y 12, y, más adelante, pasó a 18 y hasta 20 pesos. Hace dos meses la vi a 35 y 40, y hoy la encontré en una esquina de Miramar a 5 y 7 CUC la "patica". ¿Cómo puede pasar esto si no es un renglón importado y los salarios de la mayoría de la población no se han movido?

Todos sabemos que el mercado se autorregula en el capitalismo, pero en Cuba no hay respaldo productivo que conduzca al equilibrio. Volviendo a la cebolla, la producción cubre apenas el 5 por ciento del consumo nacional y él que la compra directamente al campesino la subasta y obtiene finalmente el precio máximo que los cubanos más prósperos están dispuestos a pagar. Y los demás se quedan sin cebolla.

Lo mismo pasa en otros sectores de actividad. Por ejemplo: la albañilería. En este país, donde todo el mundo tiene algo que hacer en la casa, ya sea construir, arreglar, ampliar o remodelar, existe una demanda infinita de albañiles, carpinteros y plomeros. De manera que estos, sobre todo los buenos, que no pululan precisamente, también subastan su trabajo. Y como en el caso de la cebolla, asisten los mismos tres grupos de cubanos a la subasta, a ver quién puja más.

Es por eso que ya muchos precios, tanto de servicios como de productos, superan con creces a los del primer mundo, cuando en Cuba los salarios están muy por debajo del tercer mundo, en cuanto a dinero neto.

Hace unos días, conversando con un diplomático francés en Cuba, llegamos a la conclusión que muchos productos de primera necesidad, como la cebolla, podían llegar a ser más caros en La Habana que en París, y sin tener la misma calidad.

Entonces nos asalta la duda: ¿por qué no se hacen ricos los albañiles ni los que venden cebollas? Pienso que cuando acumulan algún dinero, lo primero que se proponen es comprar, arreglar o construir la casa, además de comer mejor. Así que se convierten de inmediato en víctimas de su propia lógica de precios, con el agravante de que el albañil que le hará el trabajo al mercader sabe que él vende cebollas, así que duplica la factura de su trabajo, lo que implica que el vendedor de cebollas se replantee nuevamente el precio de su producto y decida aplicar un nuevo apretón de rosca.

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