En Cuba no se respetan ni los "izquierdos humanos"
Es contradictorio y decepcionante que un régimen tan abusivo como el cubano conserve una silla en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU
Madrid/La izquierda internacional, a veces, se parece menos a una ideología y más a un dogma. Muchas de sus organizaciones y militantes se mueven por pactos, deudas, intereses, y no por principios u objetivos. Las Madres de Plaza de Mayo, por ejemplo, son capaces de abrazar a actuales dictadores, mientras les dan la espalda a otras madres que hoy luchan para que se haga justicia por sus hijos injustamente presos.
El credo se fue llenando de altares, reliquias, rezos, pero se vaciaron de contenido sus aspiraciones. Los poetas y cantores les entregaron sus musas con fanatismo ciego, empedrando de buenas intenciones el camino a un infierno.
Y ese infierno arde en países como Cuba, donde ya nadie cree en cánticos de igualdad o de justicia social, porque la realidad te golpea en la cara como la bota de un esbirro. Dejamos de hablar en futuro, nuestra gramática cotidiana nos obliga a disfrazar el futuro de un presente incierto. Nadie dice "vendré mañana", sino "mañana vengo". Hace tiempo que dejamos de soñar en Cuba, y escapamos en masa hacia el sueño americano o la siesta española.
La dictadura más vieja de Occidente ha acumulado una larga experiencia en el trapicheo de influencias y en el mercadeo diplomático
Resulta extremadamente contradictorio y decepcionante que un régimen tan abusivo como el cubano conserve una silla en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Uno se pregunta: ¿para qué sirve una institución así, cuyos jueces son delincuentes connotados? ¿Qué sentido tiene colocarle la toga a un indiscutible violador de derechos?
Es obvio que el mecanismo no funciona, tiene un defecto de fábrica. La dictadura más vieja de Occidente ha acumulado una larga experiencia en el trapicheo de influencias y en el mercadeo diplomático. Saben perfectamente qué tuercas apretar para obtener votos favorables en estructuras internacionales. Y cuando la verdad los deja en completa evidencia, cuentan con una izquierda leal, capaz de traicionarse a sí misma para jugar a la disciplina de los bloques.
Ya no queda nada de aquella utopía del siglo pasado. Cada copia de la gran estafa revolucionaria se fue haciendo más distópica, tanto en Venezuela, como en Nicaragua. Al final, nunca se trató del pueblo, mucho menos de los trabajadores, se trataba del poder, simple y llanamente. La profecía orwelliana se cumplió con creces, llenándonos la granja de cerdos cada vez más bípedos.
Como toda religión, la izquierda latinoamericana también tuvo sus libros sagrados. Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, se convirtió en la Biblia del progre, aunque el uruguayo admitiera más tarde no conocer debidamente sobre economía y política cuando escribió el libro. "No sería capaz de leerlo de nuevo", admitió en Brasilia, en 2014, "esa prosa de izquierda tradicional es pesadísima".
Me gustaría lanzar un reto a la prensa oficialista cubana: ¡atrévanse a publicar íntegramente la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus páginas centrales, sin coletillas ni manipulaciones!
En efecto, era un libro bien escrito, pero populista. Simplificaba asuntos complejos con un lenguaje seductor; apelaba a la emoción, más que a la razón; y nos libraba de toda culpa, arrojando todos nuestros problemas y sus soluciones sobre espaldas ajenas. A pesar de ello, Galeano sigue siendo citado con el mismo fervor con el que los jesuitas citan a San Ignacio de Loyola.
Otro poeta del panteón es Benedetti. En su poema Ahora todo está claro, lanzaba el reto de "una amplia campaña internacional por los izquierdos humanos". La genialidad del verso es incuestionable, pero estéril, porque en países como Cuba el poder es un cínico ambidiestro.
Lo saben todos los disidentes que han sido perseguidos, encerrados o desterrados, aunque profesen ideas socialdemócratas. Lo saben las costillas de un joven como Leonardo Romero Negrín, aquel que una vez se atrevió a sacar un cartel con la frase "Socialismo sí, represión no" y lo molieron a golpes. Lo sabe Alina Bárbara López Hernández, la intelectual acusada de resistencia y desobediencia. Lo saben todos los que han intentado crear sindicatos independientes, sin ningún éxito. Los saben los maestros, cuyos salarios ni llegan a tiempo, ni alcanzan para comprar un mísero cartón de huevos. Lo saben los médicos, que carecen de todo lo necesario para salvar vidas, mientras los hoteles cuentan con todo lo que pidan para salvar dólares.
Me gustaría lanzar un reto a la prensa oficialista cubana: ¡atrévanse a publicar íntegramente la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus páginas centrales, sin coletillas ni manipulaciones! ¿Se lo permitirían sus dueños? Cuba es el país donde la policía podía encerrarte si te sorprendían distribuyendo clandestinamente esa declaración. Cuba es el régimen donde sus esbirros llegaron a gritar en actos de repudio la consigna "¡Abajo los Derechos Humanos!". En Cuba no se respetan, ni siquiera, los poéticos, aunque infértiles, izquierdos humanos.
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