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El daltonismo ideológico de zurdos y diestros

Casi nadie tiene dificultades para distinguir arriba-abajo, pero cuando se trata de izquierda-derecha, el problema es frecuente

Los jerarcas enguayaberados del PCC no parecen tener, en realidad, ningún problema con el capitalismo, siempre y cuando sean ellos los que se llenen los bolsillos. (EFE/Marcelino Vásquez/Agencia Cubana de Noticias)
Yunior García Aguilera

27 de junio 2023 - 18:21

Madrid/En el sótano del Museo de Ciencia e Industria de Manchester se encuentra lo que queda de los ojos de John Dalton, quien describiera en 1794 la ceguera para los colores, aunque su hipótesis estaba equivocada. De todos modos, esta alteración de origen genético recibió el nombre de daltonismo, en honor al científico autodidacta que la padecía y que fue el primero en describirla.

En cuestiones ideológicas, también podría hablarse de cierto daltonismo. Se ha escrito mucho sobre si tiene sentido, en los tiempos que corren, seguir hablando de izquierda-derecha. Ya en los años 70, el politólogo norteamericano Ronald Inglehart proponía superar el eje y buscar simplemente buenos gestores, gobernantes competentes, sin que la ideología marcara el camino. En 2017, el 44% de los españoles afirmó en una encuesta que no le veía sentido alguno al uso de estas etiquetas. Sin embargo, con la polarización actual, otros suelen irse a los extremos: para los diestros radicales, toda la izquierda es comunista, y para el fundamentalismo zurdo, toda la derecha es fascista.

Casi nadie tiene dificultades para distinguir arriba-abajo, pero cuando se trata de izquierda-derecha, el problema es frecuente. ¿Cuántas veces le hemos dicho a un conductor que doble hacia un lado y lo hace hacia el otro? Y esta equivocación parece divertida cuando se practica en juegos de niños, pero en el año 2000, en Gales, dos cirujanos extrajeron por error el riñón izquierdo de un paciente, provocando su muerte.

Es común encontrar debates entre internautas cubanos sobre si el régimen de la Isla es conservador o progresista. Más allá de cómo se autodefina el poder, o de la obviedad de que el progreso no se nota por ningún lado, algunos ofrecen ingeniosos argumentos sobre el carácter ultraconservador de la cúpula gobernante. Lo que sí está clarísimo es que los jerarcas enguayaberados del PCC no parecen tener, en realidad, ningún problema con el capitalismo, siempre y cuando sean ellos los que se llenen los bolsillos. Lo que no están dispuestos a aceptar, de ninguna manera, es la democracia.

El país que más contamina el planeta, por mucho, se ubica en el eje de la izquierda: China. Pero los 'progres' de militancia rígida evitan lanzar dardos contra el enemigo de su enemigo

También en cuestiones medioambientales el daltonismo florece como hierba silvestre. El país que más contamina el planeta, por mucho, se ubica en el eje de la izquierda: China. Pero los progres de militancia rígida evitan lanzar dardos contra el enemigo de su enemigo. Por otra parte, reputados ecologistas de todo el mundo arremetieron acertadamente contra Jair Bolsonaro y su negacionismo climático durante los incendios en la Amazonía, aunque muy pocos abrieron la boca contra Maduro y su Arco Minero del Orinoco.

La comunidad LGBT tampoco debe olvidar que fue perseguida con igual brutalidad por ambos extremos. Engels veía la homosexualidad en la antigua Grecia como algo repugnante. Sobre la relación amorosa entre Zeus y Ganímedes, el coautor del Manifiesto comunista afirmó que los helenos deshonraban a sus propios dioses. Stalin introdujo la homosexualidad en el Código Penal y Máximo Gorki lo justificó diciendo que la decisión estaba a tono con el "humanismo proletario". Y ni hablar de las conocidas frases homófobas de Fidel Castro o Evo Morales. El primero los llamó "enfermitos", "subproducto", mientras que el líder indígena culpó al pollo y los transgénicos de estas "desviaciones".

Pero también hay que hablar de la derecha de nuestros días y sus campañas abiertamente populistas. Johnson y Trump, ambos magnates y parte de la élite de sus países, convencieron a gran parte del electorado de que, justamente ellos y nadie más, representaban a las clases trabajadoras. Para lograrlo, recurrieron a lo que llamo frecuentemente el efecto Joker: se mostraron incorrectos, rompedores, carismáticos, y buscaron seducir a los votantes como quien conquista a una adolescente fanática del peróxido y los peinados exóticos. Igual que Castro o Chávez, usaron la tesis nacional-populista, lo dijeron todo y también su contrario, usaron la calumnia, la ofensa y la amenaza para destruir a sus rivales. La verdad y la coherencia, para ellos, eran cuestiones sobrevaloradas. Y las masas cayeron como moscas sobre sus encantos, provocando el Brexit y el asalto al Capitolio.

Para mí, la izquierda y la derecha abarcan un amplio espectro y han cambiado mucho desde la Revolución francesa. Por tanto, creo que sí tiene sentido el debate. Pero debemos evitar hacerlo con mirada simplista, de extrema militancia o con ánimos de exterminar al oponente. La alternancia política ha jugado un papel vital en la consolidación de la democracia. Y aunque esta sufra en la actualidad una especie de fatiga, sigue siendo infinitamente superior al autoritarismo, de cualquier color.

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