Despenalización del aborto: la madre, el hijo... y el espíritu santo

Urge una ley en Cuba que proteja legalmente la interrupción del embarazo como un derecho femenino y no como dádiva del Gobierno

El pasado 19 de febrero miles de mujeres marcharon por las calles de Buenos Aires reclamando el derecho al aborto legal y seguro. (@PorAbortoLegal)
Esta semana se dirime en el Senado argentino la nueva ley del aborto, asunto que motivó la carta de Wilfredo Leiter Juvier a la periodista Cristina Escobar. (@PorAbortoLegal)
Miriam Celaya

06 de agosto 2018 - 12:31

West Palm Beach/La carta abierta del sacerdote católico Wilfredo Leiter Juvier, encargado de la Catedral de Santa Clara, Cuba, dirigida recientemente a Cristina Escobar, periodista de la prensa oficial, motiva a la reflexión sobre la despenalización del aborto, un tema que sigue levantando enconadas controversias en América Latina.

La oposición de la Iglesia católica al aborto es un asunto de vieja data y no es objetivo central de este artículo dirimirlo. Tampoco considero una inversión provechosa del tiempo participar de un debate entre una periodista del monopolio de prensa cubano –labor ésta que exige la más absoluta fe en el Gobierno "comunista" – y un individuo cuyo principio esencial de existencia se basa en la fe religiosa. Obviamente, es un asunto entre "fieles", aunque vistan colores ideológicos diferentes.

No obstante, creo oportuno manifestar mi desacuerdo total con los criterios del sacerdote en la carta de referencia, y en particular con el maniqueísmo y la manipulación que supuran casi todas sus tesis, pese a la corrección de su gramática y lo "respetuoso" de su lenguaje.

No considero provechoso participar de un debate entre una periodista del monopolio de prensa cubano y un individuo cuyo principio esencial de existencia se basa en la fe religiosa. Obviamente, es un asunto entre "fieles"

Ese maniqueísmo se refleja en la invalidación de los argumentos del contrario asumiendo como válida su propia fe desde presupuestos que no admiten discusión, aunque pretenda exponer puntos "científicamente demostrados". Hasta donde se conoce, ningún descubrimiento científico puede echar por tierra el indiscutible y elemental derecho que debe tener una mujer a la hora de decidir cualquier asunto referente a su maternidad.

En cuanto a la manipulación que hace del tema, es obvia, cuando en absurda comparación coloca en un mismo plano "racional" lo que denomina "la lógica abortista" con el asesinato de un anciano "que ya molesta". O cuando argumenta que la prueba de que la sexualidad "no es solo para el placer" es que de ella surgen nuevos seres. Es la prédica de un hombre cuyo ministerio santo le exige celibato pero que se manifiesta como todo un experto en cuestiones sexuales.

Casi toda la moralina católica se fundamenta en principios tan retrógrados como aquellos que todavía en muchas regiones defienden la virginidad (femenina, claro) como símbolo de virtud y pureza, que asumen el sexo como una función meramente reproductiva o que califican de diabólicas y pecaminosas las relaciones entre personas del mismo sexo.

A tenor de esto cabría preguntarnos por qué ningún representante de esa Iglesia se pronunció con la misma pasión en defensa de la vida cuando en el año 2003 fueron sumariamente condenados y fusilados en Cuba por intento de secuestro de una embarcación tres hombres que no habían cometido ningún delito de sangre. O por qué no reclamaron con igual energía al Gobierno cubano cuando se produjeron los asesinatos de decenas de personas inocentes, entre ellos más de 10 niños, en la terrible noche del del hundimiento del remolcador 13 de Marzo. ¿Acaso un embrión tiene mayor derecho a la vida que un niño u otro ser humano de los que murieron entonces? ¿En qué punto comienza o deja de ser sagrada la vida humana y quién establece esos límites?

Está claro que en este plano la Iglesia católica ha demostrado no solo una moral bastante acomodaticia, sino una piedad sumamente cuestionable

Está claro que en este plano la Iglesia católica ha demostrado no solo una moral bastante acomodaticia, sino una piedad sumamente cuestionable.

Ahora bien, el tema esencial aquí es el aborto y la lucha por su "despenalización". Es sabido que –con excepción de la ciudad de México, Cuba y Uruguay– los países en esta región no permiten la interrupción voluntaria del embarazo y solo lo autoriza en determinadas circunstancias. Además, tres países –El Salvador, República Dominicana y Nicaragua– lo prohíben absolutamente.

En el caso de Cuba, la práctica del aborto en algunos supuestos desde 1936. De hecho, varias generaciones de cubanas hemos considerado (erróneamente) el aborto inducido como un derecho incluido entre los servicios que presta el sistema de salud de manera "segura y gratuita" dentro de los tres primeros meses de gestación, e incluso también pasado ese tiempo en caso de malformaciones congénitas del feto o de riesgo para la vida de la mujer.

Sin embargo, lo cierto es que en la Isla no existe hasta hoy una ley de aborto propiamente dicha, razón por la cual su práctica depende, en última instancia, más de la voluntad política o de la permisividad de las autoridades del país que del reconocimiento de un derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y sobre su maternidad. Dicho en otras palabras, se habla del aborto como un "un logro social", pero el hecho es que no constituye un logro legal.

Hasta que no exista una ley que así lo ratifique, la despenalización del aborto en Cuba no puede considerarse una verdadera y total conquista femenina, como suele pregonarse desde el poder político

Esto anula toda garantía para las cubanas. ¿Por qué? Pongamos por ejemplo que el Estado cubano estuviese interesado en elevar el índice de natalidad y, en consecuencia, ordenase a los centros de salud especializados reducir a discreción la práctica de abortos o de la llamada "regulación menstrual", un procedimiento menos invasivo que se realiza en las primeras seis a ocho semanas del embarazo y que no requiere del uso de anestesia. En tal caso, la cuestión dependería de los vaivenes de la demografía y de la voluntad estatal y no de una verdadera garantía legal para la toma de decisiones por parte de cada mujer.

Por ello, y hasta que no exista una ley que así lo ratifique, la despenalización del aborto en Cuba no puede considerarse una verdadera y total conquista femenina, como suele pregonarse desde el poder político. Se trata en realidad de un espejismo que se ha estado reforzando en la práctica con el uso y el abuso del aborto –casi como si se tratase de un método anticonceptivo– en ausencia de un marco legal que la apoye, pero también sin que se haya hecho el imprescindible énfasis en la educación sexual desde edades tempranas para fomentar tanto la percepción de los riesgos del aborto y su uso indiscriminado, como la importancia de la maternidad (y la paternidad) conscientes y responsables.

Para mayores males, ha faltado un debate social amplio que sensibilice e implique a todos y que permita comenzar a superar concepciones machistas y sexistas fuertemente arraigadas en la cultura nacional, como la costumbre de atribuir a la mujer la responsabilidad por el uso de anticonceptivos así como de asumir la mayor parte en la educación y crianza del hijo aunque para ello tenga que renunciar a sus propias ambiciones personales y profesionales, una manera más de someter las libertades femeninas a la voluntad masculina, y un hecho que demuestra que la "despenalización del aborto" por sí sola no es la solución del problema sino apenas un primer paso.

Y es en este sentido en el que la carta abierta del sacerdote Wilfredo Leiter adquiere su valor real, porque nos alerta que los demonios de la inquisición gazmoña y misógina no han muerto

Tales vacíos, el legal y el de espacios de debate en Cuba, han propiciado que mientras en la superficie parece existir un consenso social en torno a este tema, en el fondo subyacen fuertes corrientes de prejuicios y conceptos atávicos que en un futuro –no necesariamente lejano– podría poner en peligro lo que ya urge reconocer legalmente como un derecho femenino.

Y es en este sentido en el que la carta abierta del sacerdote Wilfredo Leiter adquiere su valor real, porque nos alerta que los demonios de la inquisición gazmoña y misógina no han muerto. Si con las "dádivas" obtenidas por la gracia del poder político las mujeres cubanas dieron la batalla como ganada, con toda seguridad tendrán perdida la guerra.

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