Día 13: La lucha cotidiana por los alimentos

El hambre es también una actitud y un estado emocional: si te falta comida solo vas a poder pensar una y otra vez en ella

La crisis del covid-19 apenas ha empezado en la Isla, con 233 casos positivos y seis fallecidos, pero el problema del acceso a los alimentos es ya más grave. (EFE)
La crisis del covid-19 apenas ha empezado en la Isla, con 233 casos positivos y seis fallecidos, pero el problema del acceso a los alimentos es ya más grave. (EFE)
Yoani Sánchez

03 de abril 2020 - 01:33

La Habana/Una mascarilla puede ser una protección y un escudo. Cuando se lleva parte de la cara cubierta es fácil burlar a la policía. Algo que no debería importar normalmente, pero que en Cuba puede ser vital. Ahora, cuando me fundo en la multitud con mi tapaboca, logro despistar a quien le han dado como trabajo seguirme cada día. Tapaboca y peluca, tapaboca y sombrero… fórmula indescifrable.

Así que hoy he salido ataviada con unos rizos de pelirroja y con nasobuco de durako. El vecino que me vigila ni cuenta se dio de que era yo. Salí porque ya no nos queda pan, ya no nos queda leche, ya no nos queda casi comida para la manada que está compuesta, además de por tres humanos, dos perras y una gata. Así que, como dice el grito de guerra cotidiano en esta isla: ¡A la batalla!

Salí a la lucha cotidiana, esa que los que dirigen este país llevan años sin experimentar, ignoran a conciencia o saben que no pueden reconocer públicamente.

Salí a la lucha cotidiana, esa que los que dirigen este país llevan años sin experimentar, ignoran a conciencia o saben que no pueden reconocer públicamente. Es la jungla, el "sálvese quien pueda". Con mi bucles rojos me puse en una cola para el pollo en una tienda de la Calzada del Cerro. Debo confesar que a la hora en que se armó la trifulca para entrar, estuve comedida y perdí el turno, me faltó agresividad para repartir codazos. Ya no puedo.

Una multitud se metió delante de mí. Traté de invocar los tiempos en que me disputaba, casi a puñetazos la comida, pero no lo logré. Me faltó garra. Mis vecinos de la cuartería de Cayo Hueso donde nací renegarían de mí si les cuento esto. Hasta invoqué mis años, en medio del Período Especial, cuando estaba becada (interna) en el Preuniversitario República Socialista de Rumanía y viví muchos días en que primaba la "ley del más fuerte", pero hoy no logré sacar la fiera.

En el albergue de mujeres donde vivía en los años 90, inventamos un montón de recetas para sobrevivir. Recuerdo el día que me robé una berenjena del campo donde trabajabamos y, después de cortarla en rodajas, le puse encima la plancha eléctrica con la que le quitábamos las arrugas a los uniformes escolares. Le agregué limón y cilantro. Quedó deliciosa. Mis colegas, que dormían en las literas cercanas le llamaron a aquello "bistec a la plancha generación Y", en honor a la letra con la que comenzaban la mayoría de los nombres en aquel lugar. Aquello fue el embrión de un blog que fundé años después.

Solo el que ha sentido hambre sabe lo que es. No es solo el bramido en el estómago, la ansiedad y la debilidad que ocasiona la disminución de la ingesta de alimentos. El hambre es una actitud y un estado emocional: si te falta comida solo vas a poder pensar una y otra vez en ella, como nos pasaba a aquellas adolescentes entre las cuatro paredes de un bloque de concreto en el municipio de Alquízar. Ni la líbido ni la familia importaban, amanecíamos y nos dormíamos pensando en qué llevarnos a la boca.

En Cuba muchos llevan décadas sintiendo hambre, pero todo eso puede recrudecerse ahora. Algo tan básico como el pollo se ha convertido en un producto de lujo

En Cuba muchos llevan décadas sintiendo hambre, pero todo eso puede recrudecerse ahora. Algo tan básico como el pollo se ha convertido en un producto de lujo. La crisis del covid-19 apenas ha empezado en la Isla, con 233 casos positivos y seis fallecidos, pero el problema del acceso a los alimentos es ya más grave, según lo que leemos, que en los epicentros de la pandemia en que se han convertido Milán, Madrid o Nueva York. Ellos viven jornadas dramáticas desde el punto de vista sanitario, pero en nuestro caso la emergencia llueve sobre mojado en cuestión de suministros.

Ya no tengo plancha. Hace años que dejé de intentar alisar la ropa ¿Sirve de algo? pero hoy me acordé de las berenjenas a las que estiraba en un albergue de literas apretadas donde nadie se atrevía a dormir en las camas de abajo porque, en la noche, las ratas invadían todos los espacios pegados al piso. Una vez dejé unos zapatos y unos libros y amanecieron mordisqueados en la mañana. Después de recordar eso me repetí que podía enfrentar casi cualquier cosa.

No importa si llevo una peluca pelirroja y una mascarilla que me cubra toda la cara, soy una sobreviviente, porque lo digo yo; solo hace falta ver cuál es la última palabra que tiene para mí el coronavirus.

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