Día 26: No hay normalidad alguna a la que volver
¿Cómo podríamos regresar a un sitio por el que nunca hemos pasado? ¿Acaso se puede retornar a un momento que no se ha vivido?
La Habana/Llevo días compartiendo por WhatsApp con colegas del tiempo de la universidad. La pandemia ha revitalizado algunas amistades que, regadas por varios países, me ayudan a evocar los tiempos escolares, intercambiar fotos familiares y proyectar el futuro. Ayer, otra filóloga -graduada también en el año 2000- me preguntó cuándo creía que podríamos volver a la normalidad.
No supe qué responderle. La normalidad es un concepto que apenas encaja en Cuba. ¿Cómo podríamos regresar a un sitio por el que nunca hemos pasado? ¿Acaso se puede retornar a un momento que no se ha vivido? ¿Podría considerarse "normal" el pasado mes de enero en que la palabra pandemia no se había instalado en nuestras conversaciones y ni siquiera sabíamos el nombre de la enfermedad que ahora mismo nos atormenta?
Mi amiga lamenta que desde su casa en el norte de Alemania, donde lleva encerrada cuatro semanas, ha visto aparecer el sol y los primeros indicios de primavera después de un largo invierno, pero la cuarentena no la deja salir a disfrutar. Espera que el coronavirus se marche para retomar su rutina, pero ¿En cuál "cotidianidad" desembarcaremos en Cuba cuando pasen las peores semanas?
Con una economía nacional tocando fondo, este covid-19, que ya se ha cobrado 24 vidas en esta Isla, puede llevarnos a experimentar situaciones inéditas y extremas
El pronóstico no parece nada halagüeño. Con una economía nacional tocando fondo, este covid-19, que ya se ha cobrado 24 vidas en esta Isla, puede llevarnos a experimentar situaciones inéditas y extremas. Trato de mantenerme positiva, pero la ansiedad se respira en el aire y ya he visto algunas escenas que me recuerdan los peores momentos de los años 90 con gente peleándose por un pedazo de pollo o robando la bolsa con la compra a una anciana.
Junto a lo peor, también brotan los gestos altruistas. A una viejita de mi edificio que se le cayeron los huevos del racionamiento nada más comprarlos, varios vecinos le donaron parte de los suyos. La señora que alimenta a los animales abandonados que viven en el barrio no ha dejado de bajar ni una sola vez para llevarles algo de comer. El octogenario que vive en la esquina me llama cada tarde para saber cómo me siento, aunque él es diabético y tiene una cardiopatía.
Cerca de casa, pegados a la línea de ferrocarril que discurre en dirección al sur, hay numerosas familias en unas casitas de lata y cartón que hasta hace poco vivían de hacer trabajos informales, revender café de la cercana torrefactora y recoger latas de la basura. Son "ilegales" en La Habana, no tienen una dirección de esta ciudad en su carné de identidad, ni una libreta de racionamiento para comprar en una bodega cercana, mucho menos un salario oficial del que ahora les paguen una parte mientras se quedan en casa.
La pandemia ha expuesto aún más la fragilidad de esas familias. Ellos, a diferencia de mi vecina a la que se le cayeron los huevos frente al mercado, ni siquiera tienen el derecho a adquirir ese producto
La pandemia ha expuesto aún más la fragilidad de esas familias. Ellos, a diferencia de mi vecina a la que se le cayeron los huevos frente al mercado, ni siquiera tienen el derecho a adquirir ese producto porque su nombre solo está inscrito en un lejano mercado racionado de Guantánamo, Las Tunas o Santiago de Cuba. Para colmo, la "caja" con comida que con frecuencia le mandaban sus familiares ya no llega porque el transporte interprovincial está cortado.
Para ellos, volver a "la normalidad" es que regresen las latas vacías de refresco o de cerveza que rescatan de los latones de basura, poder tocar las puertas cercanas vendiendo un poco de café "del bueno, del original", como lo anunciaban hasta hace poco, o ser contratados en trabajos donde les pagan menos que a un habanero porque no son de aquí, son ilegales en su propia patria.
Mi amiga filóloga que vive en Alemania quiere volver al país "normal" en el que residía hace unas semanas, salir a comprar pan y pasar horas con sus amigos en un bar. Mis vecinos del "llega y pon" cercano solo conocen como estado común el sobresalto y la incertidumbre, para ellos lo habitual no es un lugar seguro ni un tiempo de garantías.
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