Días 67 al 73: La cola, nuestra vida y nuestra muerte

La crisis y el coronavirus van recortando cada día nuestra cotidianidad, haciéndola más elemental

Las colas, tan frecuentes en la Isla, son una zona de riesgo, especialmente en La Habana, donde los casos de coronavirus siguen al alza. (14ymedio)
Las colas, tan frecuentes en la Isla, son una zona de riesgo, especialmente en La Habana, donde los casos de coronavirus siguen al alza. (14ymedio)
Yoani Sánchez

02 de junio 2020 - 17:08

La Habana/Las colas ya no duran horas sino días. Estaba contento, la voz se le sentía aliviada a un amigo que me llamó el viernes pasado para contarme que después de días de espera finalmente había alcanzado el número 306 para comprar pollo en una tienda del municipio Arroyo Naranjo, en La Habana. El turno le permitía regresar a su casa para un baño, dormir y esperar a este lunes para acceder al producto.

Ayer sonó el teléfono y ya no parecía tan animado. Cuando llegó a comprar el paquete de muslos de pollos de sus desvelos, la administradora de la tienda informó de que "la mercancía no entró y los turnos repartidos ya no sirven". El papel con los tres dígitos terminó sobre la acera hecho pedacitos y mi amigo regresó a casa, donde sus dos padres ancianos, siete perros y cuatro gatos lo esperaban con ansiedad.

Las filas, los mercados y las tarimas son un peligroso foco para los contagios en una ciudad donde en los últimos días se ha ido relajando el distanciamiento social y en la que estamos obligados a salir cada jornada para buscar comida.

Otra amiga ha decidido ahorrar la poca que le queda cepillándose con sal, bicarbonato o solo agua

"El tubo de pasta dental está a 10 CUC en el mercado negro", me cuenta otra amiga que ha decidido ahorrar la poca que le queda cepillándose con sal, bicarbonato o solo agua. Lo prefiere así antes que "pagar casi diez veces el precio oficial del producto" o pasar igual cantidad de horas en una cola para conseguirlo por los caminos legales. Poco a poco vamos recortando partes de nuestra vida y quedándonos con lo más básico.

¿Comprar flores? No, son superfluas. ¿Celebrar un cumpleaños? Cuando pase la pandemia. ¿Adquirir unos zapatos nuevos? Un gasto innecesario. ¿Mandar a imprimir una foto para colgar en la pared? A quién se le ocurre, con ese dinero da para unas cuantas libras de boniato. ¿Usar tenedor y cuchara para comer? Qué locura, con qué detergente se va a fregar todo eso. ¿Botar el agua del arroz después de enjuagarlo? Deja el despilfarro y ponla a hacer vinagre. ¿Dormir por la madrugada? Los horarios para el descanso dependen de si hay electricidad y se puede encender el ventilador.

Y así, la vida va quedando reducida, acotada y cercenada. El coronavirus y la crisis nos vuelven seres elementales, de una sola dimensión.

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