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Díaz-Canel, cinco años como dictador designado

En cualquier país democrático un sujeto con su récord ya habría renunciado o sería barrido del poder en las urnas

La política internacional de Díaz-Canel ha colocado a Cuba al lado de las causas más infames. (EFE)
Yunior García Aguilera

05 de abril 2023 - 17:34

Madrid/Aquel 19 de abril de 2018, cuando los diputados debían "elegir" al presidente de la República, solo había un nombre en sus boletas aspirando al cargo. El propio Raúl Castro despejó todas las dudas declarando que su designación no era casualidad, sino que estaba planificada y prevista por la dirección del Partido. Díaz-Canel era el único sobreviviente de una docena de líderes probeta que venían entrenando para que heredaran el trono.

El ingeniero electrónico y teniente coronel había escalado lentamente desde la Unión de Jóvenes Comunistas. Su ascenso fue meticulosamente calculado, sin apresuramientos, para no repetir los errores que antes habían cometido con Robaina, Lage, Pérez Roque o Jorge Luis Sierra Cruz.

El "divo de Placetas" cumplió misión internacionalista en Nicaragua, luego fue la máxima autoridad del Partido en Villa Clara, su provincia natal, y entonces lo enviaron a su prueba de fuego: Holguín. En la "ciudad de los parques" se ganó el apodo de Miguel Díaz-Condón, por impedir que los campesinos metieran leche de contrabando. Y también fue allí donde conoció a Lis Cuesta, rompió su matrimonio y temió que su ascenso se viera frustrado.

Recuerdo que en una ocasión ambos asistieron al estreno de una de mis obras. Al concluir el espectáculo, se quedaron para el brindis y nos contaron las peripecias de su romance. El entonces primer secretario del Partido en Holguín temía que el escándalo afectara a su imagen y pidió consejo al jefe más experimentado de la provincia. El viejo camaján Miguel Cano Blanco le sugirió a su tocayo que agarrara a su amante de la mano y fuera con ella a todas partes. Durante un par de semanas no se hablaría de otra cosa en la ciudad, pero pasado el tiempo, el chisme se agotaría, la gente terminaría acostumbrándose a la nueva normalidad y su carrera no se vería afectada. Resistencia creativa, le recomendó Cano Blanco, y Lis Cuesta tomaría su consejo al pie de la letra, hasta el día de hoy.

Su obstinación en darle continuidad a un modelo perverso y disfuncional lo convierten en culpable directo de la miseria que sufre el pueblo cubano

De aquel sujeto que una vez conocí en Holguín ya no queda ni la sombra. Su rostro se endureció, alcanzando un aspecto robótico. La paranoia le blanqueó el cabello en muy poco tiempo y su barriga aumentó al mismo ritmo que sus torpezas. Sobre el hombro del nuevo dictador nunca se posaron palomas, solo buitres. La caída de un avión de pasajeros, un tornado en La Habana, la pandemia, la explosión del Saratoga y el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas son solo algunos ejemplos de lo salao que está Díaz-Canel, según sus propias palabras.

Pero no todo ha sido consecuencia del infortunio. Su obstinación en darle continuidad a un modelo perverso y disfuncional lo convierten en culpable directo de la miseria que sufre el pueblo cubano. La Tarea Ordenamiento fue una catástrofe, y sumió al país en una inflación sin límites. Y su política internacional ha colocado a Cuba al lado de las causas más infames, como la guerra imperialista de Putin y el extremismo delincuencial de Daniel Ortega.

Este ha sido además el quinquenio de las protestas. El 11 de julio de 2021, más de 40 ciudades se lanzaban a las calles en un efecto dominó y Díaz-Canel decidió mancharse las manos de sangre. Su orden de combate desató una violencia que dejó un joven asesinado a tiros por la espalda, varios heridos y más de mil presos políticos. El 11J fue un parteaguas definitivo y el dictador se ganó los peores apodos en la historia de Cuba.

Luego vendría la mayor ola migratoria de todos los tiempos en el archipiélago. Un éxodo masivo que ha dejado al país sin jóvenes y sin futuro. El desencanto popular se ha visto claramente reflejado en las urnas. Las votaciones placebo del régimen han registrado los mayores índices de abstención, apatía y rechazo.

Está claro que su gobierno ha sido nefasto. Ni siquiera en la salud, que siempre ha sido el estandarte del régimen, pueden presumir de nada. Su plan de construir 1,7 viviendas diarias por municipio se fue por el tragante. Y el mismísimo Parlamento lo ovacionó de pie cuando confesó que su gestión era un desastre.

En cualquier país democrático un sujeto con su récord ya habría renunciado o sería barrido del poder en las urnas. Pero Cuba es una dictadura. Díaz-Canel ha recibido la orden de aguantar los palos mientras Raúl respire. Y a nadie sorprendería que su nombre, el próximo 19 de abril, vuelva a ser la única opción en la boleta de los diputados.

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