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La diferencia entre un demócrata y un autócrata

El presidente de EE UU, Barack Obama, y su homólogo cubano, Raúl Castro, en una rueda de prensa conjunta este lunes en La Habana. (Casa Blanca)
Raúl Fernández Rivero

28 de marzo 2016 - 13:43

Caracas/Estoy algo confundido. Muchos analistas, comentaristas y periodistas afirmaban que Barack Obama visitaría a Fidel Castro. Eso no parecía lógico. Y no ocurrió. Otros decían que no hablaría con los disidentes. Incluso algunos opositores decían que si los invitaban no irían. Habló con unos cuantos bien conocidos, y los que no iban a ir fueron.

Lo primero que pasó con el viaje del presidente de EE UU a Cuba fue que muchas personas dijeron que Raúl Castro lo había desairado por no ir a recibirlo al aeropuerto. Pero no saben que la diplomacia tiene protocolos invariables, que son recíprocos.

Y esa norma diplomática (con la excepción de la visita del Papa Francisco) es devuelta en reciprocidad por las naciones que visita. ¿O alguien piensa que Macri le hizo un feo a Obama al no recibirlo tampoco en el aeropuerto de Buenos Aires?

Ni China, ni Vietnam ni Cuba fueron legitimados por EE UU, solo se "normalizaron" relaciones con ellos

Los profetas del desastre sostenían que el presidente de EE UU legitimaría a los Castro al reunirse con ellos, y eso me confunde, pues significa que Richard Nixon legitimó a los chinos y nada menos que a Mao Zedong, el asesino mayor del siglo XX, cuando le dio la mano en Pekín en 1972 y, de paso, sacó de la ONU a Taiwán. Además, en julio de 1995, Estados Unidos legitimó nada menos que a Vietnam, la nación que los derrotó en una guerra y que además torturó y asesinó a militares norteamericanos. La legitimación de un Gobierno no la hace un país en particular, la hace el conjunto de naciones, la historia, las organizaciones internacionales o la aceptación en la ONU.

Ni China, ni Vietnam ni Cuba fueron legitimados por EE UU, solo se "normalizaron" relaciones con ellos. "Normalizar" es un eufemismo. Tener o no relaciones con Washington no legitima o deslegitima a un país.

En la conferencia de prensa posterior a la charla entre los dos mandatarios, el general de 4 estrellas y muchos estrellados se equivocó varias veces en su discurso. Estaba nervioso e inquieto. En cambio, el presidente de EE UU habló de forma impecable. Después vino el desastre, el ridículo. Los periodistas internacionales podían hacer solo dos preguntas a cada mandatario. Y comenzó el temor. ¿Estaría Raúl Castro preparado? ¿Sus consejeros, ayudantes, asistentes, el nieto ‒que es un metido en lo que no le importa‒, y los demás tracatanes del aparato estatal habían preparado al Jefe para la ocasión? ¿Habían ensayado con él las posibles preguntas que eran de esperarse de los periodistas? En Cuba nadie se atreve a realizar una pregunta que no esté en el programa, pero los que estaban allí no eran sumisos y no estaban inclinados a ser obedientes cachorritos ante el jefe. Todo hace suponer, sin embargo, que nadie lo preparó o que Raúl es más bruto de lo que yo recuerdo. Se le caían los auriculares, le temblaba la mano, no recordaba cuántos malditos puntos se consideran derechos humanos, si 25 o 61; miró el reloj y no vio la hora ni un carrizo, pero dijo: ¡ya es tarde y tenemos que terminar!

Frente a un señor presidente de EE UU, calmado y sonriente, claro en sus afirmaciones y respuestas, vimos la cruda realidad cubana: el presidente de Cuba es un incapaz y miserable autócrata, que estaba parado ahí porque es el primer secretario del Partido Comunista Cubano, cargo familiar heredado, y no porque el pueblo lo eligiera. Detentar ese cargo en un partido que tiene unos 700.000 miembros, menos del 10% de la población, convierte a Raúl Castro en presidente de Cuba. A eso lo llaman democracia socialista y Revolución.

Frente a un señor presidente de EE UU, calmado y sonriente, claro en sus afirmaciones y respuestas, vimos la cruda realidad cubana: el presidente de Cuba es un incapaz y miserable autócrata

Un día después el mandatario estadounidense tuvo varias intervenciones. Con los emprendedores habló de las necesidades del mundo actual y de dar un salto hacia adelante, pues estamos en la era del conocimiento y la tecnología; les comentó cuán importante era para el país su aporte y su inventiva, de abrir puertas, de darles ayuda de traer internet, comunicación, información, les dio ánimo y valorizó su esfuerzo. Y fue muy preciso al decir: "Si algo no funcionó en 50 años, hay que cambiarlo. Eso se aplica a lo que está haciendo Estados Unidos, pero también para Cuba".

O sea, hizo lo que nunca el mandatario de Cuba ha hecho: escuchar a la gente, darle respuestas y entusiasmarla. Y eso no se hace en la Isla. Para eso están las consignas, la propaganda en televisión y en carteles enormes en la calle. Si tienes dudas, respondes: "Patria o Muerte. ¡Venceremos!". Aunque te sientas derrotado por la maquinaria del Partido que te ahoga, que te encierra, que te impide crecer. Ahí está la diferencia entre un demócrata y un autócrata.

Todavía los cubanos están sacudidos por la visita, pero tengo la esperanza que cuando empiecen a repasar lo sucedido –no las banderitas, ni "La Bestia" o el "Air Force One"–, los que piensan recopilarán los sucesos, compararán y empezarán a ver que tienen unos derechos que no aparecen en los libros cubanos.

En el Gran Teatro, el régimen había desplegado una inmensa tropa de funcionarios frente al orador invitado, que desarrolló sus ideas con una gran maestría. Voz firme, gestos mesurados, bien vestido, sin manoteo ni gritos apocalípticos. Es decir, exactamente lo contrario de Fidel.

"El futuro de Cuba tiene que estar en manos de los cubanos". Frase lapidaria. No depende de EE UU, ni del comunismo internacional. Obama le dijo a los cubanos que el futuro era suyo, que lo van a construir con sus recursos materiales y humanos, con su valor, su trabajo, su dignidad, su corazón, sus brazos. Los jóvenes deben asumir su responsabilidad enorme en esta empresa porque son parte fundamental de la fuerza de una sociedad.

Una autocracia familiar y hereditaria, intransigente, inmovilista y represiva a tal punto que, mientras el mandatario viajaba hacia la Isla, los esbirros oficiales demostraban cuánto el execrable sistema estaba dispuesto a permitir

El pueblo cubano tiene el derecho ineludible a escoger su destino por encima de un partido, a partir de sus propias decisiones. Obama lo resumió así: "Los electores deben poder elegir a sus gobiernos en elecciones libres y democráticas".

Allí estaban dos sistemas diferentes, frente a frente. Una democracia, que es el resultado de la independencia de las colonias británicas en Norteamérica, comenzada con una declaración de derechos que cruzó los mares y estalló en la Revolución Francesa, pero que en Estados Unidos se fue perfeccionando con los años, marchando siempre hacia delante, abriendo caminos en su interior y proponiendo su actuar al exterior.

Del otro lado, una autocracia familiar y hereditaria, intransigente, inmovilista y represiva a tal punto que, mientras el mandatario de Estados Unidos viajaba hacia la Isla, los esbirros oficiales demostraban cuánto el execrable sistema estaba dispuesto a permitir. Pero esa represión ha dañado no solo a quienes reciben los golpes, sino a quienes los dan.

No importa qué presidente de Estados Unidos hablara al pueblo cubano. Es la nación en la voz de su presidente de turno, que no puede reelegirse más de una vez ni heredar su mandato, que defiende el pluralismo y que se da el lujo de hacer primarias, donde compiten este año dos hijos de cubanos, una mujer y un negro. Habló la democracia, y habló duro.

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