Disturbios y elecciones en Estados Unidos
Dentro de poco, los electores tendrán que escoger entre el caos o la ley y el orden
La Habana/Estados Unidos tiene una larga historia relacionada con la discriminación racial. Al igual que en otros países de nuestra América –como Brasil o la misma Cuba–, esos prejuicios nacieron de la monstruosa institución de la esclavitud, que pervivió hasta la segunda mitad del siglo XIX.
En el caso específico del gran país del Norte, aun tras la liberación de los siervos subsistieron otras modalidades de segregación, que incluían el ninguneo de los ciudadanos de ascendencia africana, su imposibilidad para ejercer el sufragio, la separación en medios de transportes, lugares públicos y hasta iglesias, amén de las tristemente célebres "leyes de Jim Crow", que daban un barniz jurídico a todo lo anterior.
A finales de los años 50, siendo un jovencito, tuve la ocasión de constatar de manera personal ese estado de cosas, durante una visita a Florida. A aquel adolescente habanero le parecía inconcebible que "las personas de color" –como entonces se solía decir– tuviesen que usar bebederos o baños públicos distintos, sentarse solo en los asientos traseros de los ómnibus o adorar a Dios en sus propias iglesias.
A aquel adolescente habanero le parecía inconcebible que "las personas de color" –como entonces se solía decir– tuviesen que usar bebederos o baños públicos distintos
En honor a la verdad, debemos reconocer que Estados Unidos ha dado en ese terreno pasos de avance tan gigantescos como el propio país. Gracias a la lucha pacífica por los derechos civiles encabezada por el reverendo Martin Luther King, la sociedad norteamericana experimentó un cambio radical, tanto en lo legislativo como en la vida cotidiana.
Hoy resulta inconcebible que un centro gastronómico norteamericano se niegue a servir clientes atezados, o que a estos se les prohíba avecindarse en determinados barrios de una ciudad. Lo mismo es válido para sentarse donde les dé la gana, postularse para cualquier cargo electivo o votar.
Gracias a su talento y esfuerzos, norteamericanos de indudable ascendencia africana se han destacado en los campos más diversos. En mis tiempos mozos, por ejemplo, los únicos papeles que podían interpretar en las películas de Hollywood eran los de esclavo o criado. Hoy son una pléyade que descuella en los protagónicos más diversos: Morgan Freeman, Eddie Murphy, Denzel Washington, Whoopi Goldberg...
En su tiempo, Michael Jackson fue el rey indiscutible de la música pop. La presentadora del programa de entrevistas más visto en toda la historia de Estados Unidos sigue siendo una negra: Oprah Winfrey. ¡Y qué decir del terreno de los deportes!
Lo mismo es válido para la política. Colin Powell y Condoleezza Rice ocuparon la importantísima Secretaría de Estado. El primero y otros afroamericanos han llegado al generalato. Hace unos días, Charles Brown fue aprobado como Jefe de la Fuerza Aérea. ¿Pero qué necesidad hay de abundar en este terreno, cuando se sabe que Barack Obama fue presidente de los Estados Unidos?
Se trata –insisto– de hechos objetivos que en mi adolescencia hubieran sido inconcebibles, y que están a la vista de cualquiera que desee examinar este asunto con serenidad y arribar a conclusiones objetivas. Sin embargo, la conflictividad en este difícil terreno de las relaciones interraciales ha tenido un resurgimiento tan notable en las últimas semanas que impide un retorno a la normalidad.
Cada día se suceden las informaciones sobre protestas en toda la geografía estadounidense. Algunas mantienen su carácter pacífico, mientras que otras se revisten de violencia o se acompañan de incendios, o de robos
Los disturbios desencadenados por la muerte de George Floyd parecen destinados a no terminar. Cada día se suceden las informaciones sobre protestas en toda la geografía estadounidense. Algunas mantienen su carácter pacífico, mientras que otras se revisten de violencia o se acompañan de incendios, o de robos y otros delitos de codicia.
En mi opinión, no parece haber demasiada justificación para seguir protestando por el caso Floyd. Como ya expresé en otro trabajo, se trató de un crimen policial totalmente innecesario. Pero las autoridades actuaron de inmediato: los cuatro policías participantes fueron expulsados del cuerpo sin dilación alguna. Los tres que intervinieron en el constreñimiento a Floyd están encausados por su muerte. Todo ello con arreglo a los procedimientos establecidos en un Estado de derecho, como lo es EE UU.
Pero el cuestionamiento del actual estado de cosas va in crescendo. El centro aparente de las protestas es un movimiento de nombre racista, si los hay: Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan). Frente a esto, personas más mesuradas, entre las que figuran no pocas de ascendencia africana, esgrimen otra consigna inobjetable: All Lives Matter (Las vidas de todos importan).
Enarbolar este principio resulta oportuno y necesario, pues los desórdenes motivados por el asesinato de Floyd han provocado la muerte de varias personas. También han menudeado los actos antisociales de todo tipo, lo que incluye daños a monumentos públicos.
Para mayor escarnio, de esto no se han librado Abraham Lincoln, el gran patriota que decretó la liberación de los esclavos, ni el abolicionista Matthias Baldwin. Por el contrario, la estatua del genocida Lenin en Seattle se ha convertido para los revoltosos en un punto de concentración y homenaje.
Al propio tiempo, los manifestantes y muchos líderes del Partido Demócrata propugnan disolver los cuerpos de policía o privarlos de financiamiento (que es otra forma de alcanzar el mismo fin). ¡Y esto en un país con una delincuencia peligrosa y bien dotada con armas de fuego como Estados Unidos!
Al esfuerzo concertado se ha unido también el movimiento Antifa. Estos se declaran enemigos del fascismo, pero emplean métodos que no hubieran despreciado los 'camisas negras' de Mussolini
Al esfuerzo concertado se ha unido también el movimiento Antifa. Estos se declaran enemigos del fascismo, pero emplean métodos que no hubieran despreciado los camisas negras de Mussolini. Al igual que sucedió hace unos meses en Chile, su hostilidad al sistema la expresan con esas acciones vandálicas que tienden a entronizar el caos.
En medio de esa exacerbada conflictividad social, se acercan las elecciones generales, que se celebran en menos de veinte semanas. Según se presentan las cosas al día de hoy, tal parece que los ciudadanos norteamericanos tendrán que escoger no entre dos filosofías políticas y dos programas de Gobierno, sino entre el caos, de una parte, y la ley y el orden, de la otra.
En ese contexto, y pese a que los manifestantes antisistema parecieran estar ganando la puja ahora mismo, no les arriendo la ganancia a sus promotores y ejecutores cuando llegue el día que las leyes federales –dato curioso– definen como "el primer martes después del primer lunes de noviembre".
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