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Pagar con cualquier moneda ¿resuelve el problema?

Una tienda que acepta el pago en ambas monedas. (14ymedio)
Yoani Sánchez

19 de septiembre 2014 - 07:30

La Habana/En una feria de artesanía cercana al Malecón, un vendedor ofrece unas billeteras muy particulares. "Diseñadas para un país con dos monedas", asegura el hábil comerciante mientras muestra sus dos compartimentos bien diferenciados. Acostumbrados a vivir entre los pesos convertibles y los pesos cubanos, apenas reparamos ya en todas las complicaciones que esa dualidad nos trae cada día. Cálculos adicionales, largas colas en las cajas de cambio y las confusiones al hablar, que obligan a aclarar todo el tiempo si nos referimos al CUP o al CUC... son sólo algunas de ellas.

Semejante entuerto se ha visto levemente aliviado con la aparición de tiendas y mercados donde se puede pagar con las dos monedas. Se necesitaron más de veinte años, desde la legalización del dólar, para que se eliminara la dificultad de ir hasta la CADECA más cercana a convertir nuestros pesos cubanos en chavitos. Este podría ser un claro ejemplo de la lentitud con la que se adoptan las flexibilizaciones económicas en el país, si no fuera porque hay otros aspectos de la vida nacional que van mucho más despacio.

Hace unos años, un grupo de disidentes lanzó la excelente consigna "con la misma moneda", para exigir una correspondencia entre el dinero de los salarios y el que se necesita para comprar productos tan básicos como aceite, jabón y leche. Recuerdo que en varias ocasiones algunos de aquellos activistas fueron a un cafetería o a un restaurante y después de consumir, pidieron la cuenta y pagaron con el devaluado peso cubano. La acción les trajo desde detenciones policiales y amenazas, hasta golpes.

Ahora, el Gobierno ha invertido la consigna y parece decirnos "por el mismo producto". No importa si la factura se expresa en esos billetes sin rostros –con solo monumentos– que son los pesos convertibles. Ya es posible liquidar la cuenta también con esos otros trozos de papel, que llevan la sobria mirada del Apóstol o el severo semblante de Antonio Maceo. ¿Qué importa con qué paguemos, ni cuántos hilos de seguridad tiene uno u otro papel moneda? El centro del problema sigue siendo el divorcio entre el costo de la vida y los sueldos.

La televisión oficial mostraba, hace unos días, un amplio reportaje sobre "la buena acogida popular que ha tenido la medida" de permitir el pago con ambas monedas. La Directora Comercial de la cadena CIMEX, Bárbara Soto, refería la extensión paulatina de la prerrogativa a un mayor número de tiendas en todo el país. Algunos clientes entrevistados propusieron que el precio de cada producto estuviera visible tanto en CUP como en CUC. Sin embargo, el informe periodístico evadió todo el tiempo las preguntas principales: ¿Por qué un profesional debe trabajar tres días para pagar un litro de aceite? ¿Hasta cuándo un obrero necesitará una semana de faena para conseguir un kilogramo de pollo?

¿Vivimos mejor ahora porque el CUP y el CUC se mezclan en las cajas contadoras de las tiendas?

En estos momentos, son necesarias dos jornadas laborales para adquirir un paquete de perros calientes, mientras un tetra pak de leche sólo puede lograrse con el fruto de tres días. Esta mañana en el mercado una mujer miraba una lata de salsa de tomate y parecía pensar: "para esto necesito sudar por ocho horas, durante media semana".

En una sociedad con tan grandes distorsiones económicas, el papel moneda ha perdido la capacidad de expresar el valor de las mercancías. El mercado ilegal, la masiva entrada de remesas, el desvío de recursos y el capital invisible de los méritos políticos alteran totalmente la tasación que podemos hacer de cada producto. Para evaluar el costo de la vida debe echarse mano de ecuaciones que incluyan el tiempo y el esfuerzo para conseguir algo. ¿Cuántas horas hay que trabajar para comprarse un trozo de queso, un refresco o un jabón de baño? Deberíamos preguntarnos: ¿Después de cuántos viajes, el chofer de un ómnibus podrá costearse una cerveza?

Es cierto que a partir de ahora la billetera que proponía aquel artesano va siendo menos necesaria. Sin embargo, la deformación financiera que padecemos no ha disminuido con la nueva medida adoptada. ¿Ha cambiado algo porque podamos entregar indistintamente pesos convertibles o moneda nacional a la empleada del supermercado? ¿Vivimos mejor ahora porque el CUP y el CUC se mezclan en las cajas contadoras de las tiendas? La respuesta es no. Un "no" que lleva la marca de agua de la realidad y la tinta de la urgencia.

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