Eduardo Mora, otra máscara que cae
Lo más grave de la marcha de personas como el presentador es que se perciba como una traición imperdonable
La Habana/Convincente, jovial, con un vocabulario exuberante y una buena presencia, Eduardo Mora fue hasta hace poco uno de los principales presentadores del noticiero matutino Buenos Días. Hasta las consignas más aburridas cobraban gracia en su personal estilo.
Desde hace poco más de un mes, en los pasillos del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) todo el mundo comenta, cada cual a su manera, que ha desertado, que no vuelve más, que se quedó. En mayo, Mora había asistido como ponente en un evento de LASA en Nueva York y, al terminar las sesiones, solicitó a sus jefes del Sistema Informativo prolongar su ausencia por unas semanas más, pero se lo negaron. El presentador pretendía aprovechar el viaje para visitar a su hermano en Miami y dar unas conferencias para intentar comprarse una casa en La Habana con el dinero recaudado. Al no presentarse en la fecha requerida fue despedido.
Ahora, sus colegas comentan en voz baja que Mora "ha pasado a mejor vida". Esta expresión, reconocida como sinónimo de deceso, se ha convertido ahora, irónicamente, en la forma de comparar la vida del cubano que se queda con la del cubano que se va.
Quienes le conocieron en Cubavisión Internacional, mientras fue allí jefe de información, recuerdan sus comentarios mordaces lejos de cámaras y micrófonos. Nada extraordinario. Lo mismo que se dice en cualquier cola del pan o en un ómnibus repleto de gente. Por ejemplo: "Marino Murillo y los otros dirigentes saben cómo ajustar la economía del pueblo, pero sin afectar la de ellos, ni la de los hijos de los monarcas".
La explicación a la emigración se encuentra en el mero hecho de que con el trabajo en el extranjero se tiene por lo menos la oportunidad de pagarse el plato de comida que llevan a la mesa y, en algunos casos, el de sus familiares en la Isla
La verdadera pregunta no es por qué se quedó Eduardo Mora en Miami, sino por qué deciden irse nuestros talentosos jóvenes profesionales. No parece que se trate tan sólo del trillado robo de cerebros, porque a casi nadie le ofrecen millones. Todo lo contrario, asumen que pueden tener una vida más digna trabajando allí como camareros que ejerciendo su profesión en Cuba. La explicación se encuentra en el mero hecho de que con su trabajo en el extranjero, sea cual sea, tienen por lo menos la oportunidad de pagarse el plato de comida que llevan a la mesa y, en algunos casos, el de sus familiares en la Isla.
Lo preocupante del asunto no es si se quedó porque con lo que ganaba no podría nunca comprarse una casa en La Habana, incluso con el resultado de su mucho trabajo, que en ocasiones implicaba más de dos contratos simultáneos. Lo alarmante es el caos que se arma cuando alguien como Eduardo Mora emigra o decide explorar nuevas alternativas de trabajo, como si querer mejorar la vida fuera una grave falta, una traición imperdonable.
En Cubavisión Internacional todavía no han nombrado oficialmente al nuevo jefe de información; en estos tiempos que corren cuesta mucho trabajo que las personas –y sin son jóvenes peor– asuman cargos de dirección. Mientras tanto siguen los comentarios de pasillo. Se bromea con que si existiera un terraplén o frontera común con cualquier otro país ya no quedaría nadie del lado de acá. "¡Que tire la primera piedra el que no la cruce!", dice una señora que pasa cerca del corrillo de chistosos.
El sistema colapsa no por ser "una plaza sitiada con un bloqueo genocida" sino porque una buena parte del pueblo ha decidido lanzarse a la emigración. Tal vez por aquello de que "cuando los pueblos emigran....los gobernantes sobran". Algo que tras bambalinas todos saben y mascullan.