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El voto de la inercia

Una mujer mira las biografías de los candidatos antes de votar. (14ymedio)
Eliécer Ávila

20 de abril 2015 - 00:53

La Habana/"Él me maltrata, pero yo lo quiero..., son muchos años juntos, yo no lo puedo dejar". Cuántas veces hemos oído esta frase en boca de mujeres que sufren de abusos domésticos por parte de sus esposos. Y cuán difícil se hace para familiares, amigos y especialistas de la psicología, convencer a la persona abusada de que denuncie su situación, de que actúe por su propio bien, de que se libere.

La víctima ha desarrollado un profundo complejo de inferioridad, se siente dependiente y no concibe la posibilidad de una vida fuera de la "protección" de su dueño. Aunque cuente con todas las capacidades para estar mucho mejor sin él.

"El me lo da todo, es verdad que tiene ese carácter; no me deja salir, si le digo lo que pienso me castiga, no me permite trabajar, dice que con lo que él me da es suficiente. Si hablo con el vecino –el de la casa grande y linda–, me mata a golpes y a gritos, ellos no se llevan sabe, pero yo sé que él en el fondo me quiere, y lo hace para cuidarme..."

Los síntomas clásicos de la víctima de violencia doméstica se ven también en la relación de los pueblos con sus Gobiernos cuando por más de medio siglo éstos han sido los machos duros de la casa.

Todo el mundo se pasa la vida lamentándose de la "situación insostenible", las calles, la basura, los salarios, el agua, el pan, Internet, los precios, la burocracia, la censura.... Pero en el fondo, nadie, o para ser justo, pocos se atreven a disgustar a papá.

Por eso se explica una y mil veces que un día como hoy la gente salga a participar de un ejercicio absolutamente inútil, como son las "elecciones parciales" en Cuba.

A veces no nos damos cuenta de cuánto se parecen las luchas por la democracia a las que se libran por la igualdad de género o contra la discriminación. En todas ellas, lo más difícil es lograr que las víctimas cambien su actitud ante la vida, dejando de jugar un papel pasivo para convertirse en protagonistas de su propia historia.

Pero eso no hará que nos cansemos de decirle a los pueblos, como le seguimos diciendo a las mujeres abusadas: tú no dependes de nadie, todo está en tu mente. Si tienes el valor de liberarte, no solo estarás mejor, también descubrirás que con tu propio esfuerzo, puedes ser feliz.

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