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Elecciones en Venezuela y experiencias cubanas

Mensaje de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) tras conocer los resultados de las elecciones parlamentarias de este domingo. (Youtube/captura de pantalla)
Pedro Campos

11 de diciembre 2015 - 10:53

La Habana/El triunfo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) en Venezuela traerá un sinnúmero de implicaciones para Cuba, dependiendo de cómo se desarrollen allí los acontecimientos. Habrá que esperar algún tiempo para poder realizar una valoración integral del fenómeno.

Para la dirección madurista, la culpa de su derrota aplastante en las elecciones parlamentarias del pasado domingo es del imperialismo, sus acólitos internos y su guerra económica y mediática. Los cubanos conocemos ese discurso justificativo incapaz de la autocrítica.

El madurismo ha llegado a decir que triunfó la contrarrevolución en unas elecciones donde perdió el PSUV abrumadoramente por sus propios errores. Las mayorías populares que votaron por el cambio democrático, según esas expresiones, serían contrarrevolucionarias, incluidas las fuerzas de izquierda y chavistas que optaron por candidatos de la oposición: mala lectura.

Este enfoque es parte de la filosofía del populismo autoritario tradicional de una “izquierda” que ha visto lo revolucionario, lo socialista, en el control centralizado del estado sobre la economía y la política y en el maniqueo conmigo o contra mí, “porque la revolución soy yo”.

Una visión constructiva de futuro obliga al PSUV, a la izquierda cubana e internacional a realizar una valoración serena, profunda y dialéctica del triunfo de la MUD en las elecciones parlamentarias venezolanas que parecen marcar el fracaso, acaso anunciado, de la experiencia estatalista del chavismo, desviado de sus corrientes socializantes iniciales.

Para empezar, una derrota tan aplastante no puede achacarse únicamente a la “guerra económica y mediática del imperialismo y la oposición”, que sin duda ha existido. No podía esperarse respaldo a una política populista de amplio gasto público, restricción de la inversión interna y el sostenimiento de una enorme burocracia a costa de un petróleo que no podía recuperar sus precios, por muchas razones. Gobierno además, autoritario, de sistemático acoso a la oposición y con estrechos vínculos y contribuciones al único Estado no democrático de la región.

Durante los últimos años, lo que más centraba el interés del Gobierno de Nicolás Maduro era el accionar violento de grupos de extrema derecha, con el que vinculaban a toda la oposición, fuera de centro, derecha o izquierda, olvidando las causas del fenómeno: la ausencia de políticas efectivas encaminadas a enfrentar el crecimiento de la inseguridad ciudadana, la corrupción gubernamental, la inflación y el desabastecimiento. Esto, unido al abandono del rumbo socializante inicial del proceso ya presente en los últimos años de Chávez, alejaba al Gobierno de sus bases originales. Todo muy típico del voluntarismo cubano: prestar atención a los efectos, no a las causas.

Hubo mucha vocinglería antiimperialista, mucha represión innecesaria y poca política práctica y económica para enfrentar esos problemas. Se dedicó tiempo y recursos a tratar de elevar el precio del petróleo, a la “solidaridad internacional” en busca de amigos y apoyos, se aumentaron de forma voluntarista los salarios de los trabajadores públicos y del sector privado y poco esfuerzo hubo para diversificar la economía y conseguir el concurso y funcionamiento del capital productivo nacional. A falta de producción y liquidez: inflación. ¡Buena asesoría cubana!

Si bien siguieron las misiones y los planes generales centrales de beneficio social a los sectores de menos ingresos a costa del petróleo, con precios sistemáticamente devaluados en el mercado internacional, se priorizó la distribución centralizada de los recursos agenciados por el Estado, a costa del funcionamiento de los presupuestos participativos locales y el fomento del trabajo libre, privado o asociado, inicialmente impulsados como ejes del socialismo chavista.

Aquellas modalidades, que muchos vimos con entusiasmo, fueron derivando al enfoque cubano de capitalismo monopolista de Estado, nada socialista, donde el papel principal del desarrollo económico no se confiere a la iniciativa privada y social, sino a las empresas asalariadas del Estado, se intenta vulnerar y controlar las leyes de la economía, se subestiman y hasta desestiman las formas de producción autogestionarias, privadas o asociadas, mientras que francamente se rechazan las distintas modalidades de capitalismo privado, o se aceptan a regañadientes.

Allá y acá, con el “socialismo” se ha barrido el piso

En vez de que el chavismo originalmente democrático, autogestionario y socializante, influyera sobre el fidelismo autoritario, estatalista asalariado, ocurrió lo contrario y esa es una de las causas del desastre que enfrenta ahora el PSUV. Allá y acá, con el “socialismo” se ha barrido el piso.

La historia demostró en todas partes que el estatalismo asalariado y el control centralizado de los mercados son contrarios al desarrollo sostenible de la economía. Otros Gobiernos latinoamericanos que se han sentido solidarios con La Habana, se cuidaron de no caer en el mismo bache, como son los casos de los Ejecutivos nicaragüense, ecuatoriano y boliviano.

En Cuba, el sistema político autoritario y antidemocrático de control absoluto del Partido Comunista sobre el Estado y la sociedad impiden que la oposición democrática y la izquierda socialista se organicen, divulguen públicamente sus programas y trabajen por un cambio político desde las estructuras democráticas, como sí ha podido hacer la oposición al PSUV.

Lástima que no aprendan aquella lección del “campo socialista”: es preferible compartir y hasta perder el poder democráticamente, que perderlo definitivamente por otros medios

Los líderes de la Sierra que capitalizaron el triunfo del 59 jamás han permitido una elección democrática y, con lo que ha pasado en Venezuela, posiblemente concluyan que el sistema democrático nada tiene que ver con sus intereses políticos. Lástima que no aprendan aquella lección del “campo socialista”: es preferible compartir y hasta perder el poder democráticamente, que perderlo definitivamente por otros medios.

A un año del anuncio del restablecimiento de relaciones con EE UU y a nueve de que Raúl Castro se encargara del Gobierno, las mejoras para el pueblo llegan a cuentagotas y se ven inestables.

Como en Cuba no existen mecanismos democráticos de participación que permitan la manifestación de las fuerzas opositoras y distintas a las del Gobierno-Partido-Estado, se ha ido gestando un movimiento telúrico que podría estallar como volcán, con todas sus consecuencias. Pero el pueblo no quiere volcán, sino cauces para sus inquietudes. El éxodo sostenido y últimamente aumentado de cubanos es la muestra más evidente del descontento popular.

el pueblo no quiere volcán, sino cauces para sus inquietudes

Pero en el Gobierno-Partido-Estado cubano parecen predominar las fuerzas contrarias a un proceso de democratización que los incluya, por temor a perder todas las palancas del poder. Las últimas declaraciones del oficialista presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) patentizan el pavor del poder ante la democratización que viene creciendo desde abajo y la falta de realismos político en las alturas.

Esas fuerzas ciegas y oscuras serán responsables de todo lo negativo que generen.

Es más fácil hacer las cosas para el bien de todos: un cumplimiento consecuente de los principales acuerdos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (apertura real al trabajo autónomo, al cooperativismo, a la autonomía empresarial, a la descentralización de los presupuestos, a la inversión extranjera y especialmente a la inversión de los cubanos que están fuera del país), junto a una clara apertura democrática que elimine la represión por razones políticas y amplíe la libertad de expresión y asociación, potenciarían un ambiente de diálogo y concordia nacional, un casi inmediato crecimiento de la economía interna con prosperidad para todos los cubanos, un renacer del deseo de vivir en esta tierra para tantos jóvenes que se van y sería crucial para que el Congreso de EE UU empiece a eliminar todas las ataduras pendientes del bloqueo-embargo.

Un cambio en esa dirección inclusiva, democrática, permitiría un aterrizaje suave en la inevitable desestatización y descentralización de la economía y la política, en consecuencia, con un principio elemental de la politología: el poder del Estado es inversamente proporcional al del pueblo.

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