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Encuentros de tercera fase con la Seguridad del Estado

Hay cinco formas de acabar contigo y los cubanos tenemos dos opciones. O nos hacemos los suecos, o nos tragamos el miedo

Imagen de los artistas que protestaban el 11J frente al ICRT, en La Habana, siendo detenidos por la policía. (EFE)
Yunior García Aguilera

04 de octubre 2023 - 10:43

Madrid/Aquellos que nos hemos convertido en un objetivo para los Órganos de la Seguridad del Estado (OSE) solemos cometer dos graves errores. Por una parte, sobreestimarlos. Ni son los X Men, ni cuentan con toda la tecnología de punta, ni están en todas partes. Sus oficiales se muestran cada vez más torpes, menos preparados y con un déficit progresivo de cultura general. Esa sensación de que no puedes confiar ni en tu almohada porque ellos saben hasta cuando una hoja se mueve en Cuba es un mito que ellos mismos han intentado sembrar para paralizarnos. Sus engranajes, al igual que el Sistema Energético Nacional, están lejos de funcionar como un reloj suizo, por más que algún ministro se golpee el pecho afirmándolo en una Mesa Redonda.

Pero tampoco debemos cometer el error de subestimarlos. Sus fundadores fueron preparados por la KGB y la Stasi. Heredaron manuales y técnicas que siguen siendo funcionales a pesar del óxido y el tiempo. Tienen penetradas y controladas a todas las organizaciones de masa en el país, que en realidad constituyen su mayor fortaleza. Desde la FMC hasta los CDR, desde la Uneac hasta la Anap, desde los sindicatos hasta la FEU; todas esas estructuras rinden cuenta diariamente a la Seguridad del Estado y cumplen la función de ser sus ojos, oídos y puños a lo largo de la Isla.

Tienen penetradas y controladas a todas las organizaciones de masa en el país, que en realidad constituyen su mayor fortaleza

La primera vez que fui "entrevistado" por un oficial de la contrainteligencia fue en Holguín, poco después de lanzar unas 15 preguntas que me convirtieron automáticamente en una diana. Supe, por otras personas, que el susodicho personaje había recibido la orden de acercarse, pero él mismo admitía no sentirse preparado. De modo que estuvo algunas semanas visitando el Consejo Provincial de las Artes Escénicas, recibiendo un curso exprés de dramaturgia que, si somos honestos, no le sirvió de mucho.

Sus primeras palabras fueron: "Sabemos que tú no colaboras, pero tampoco nos interesa que lo hagas, porque nos sobran colaboradores alrededor tuyo". Al parecer, yo formaba parte de una lista de jóvenes líderes de opinión y su propósito era advertirme de que me vigilaban de cerca, intentando desatar en mí el miedo, la paranoia y la parálisis. Aunque... eligieron al oficial incorrecto. Al hombre le temblaba el párpado inferior izquierdo, sus frases sonaban inorgánicas y se le notaba ansioso por salir rápido de su incómoda misión. Aquello, en lugar de funcionar como un anestésico, provocó el efecto contrario.

Para la próxima vez rectificaron. Después del 27N me mandaron a Yordan, un híbrido entre Michael Jordan y Mijaín López. El sujeto, de casi dos metros de altura, se paró frente a mi casa y me dijo, con su peor cara, que no podría salir de allí hasta que él lo decidiera. Esa vez, debo admitirlo, el tipo fue convincente. Pero tampoco querían correr el riesgo de que me asustara al extremo de radicalizarme.

En aquel momento, yo todavía cargaba con todas las ingenuidades de quien no ha visto aún los ojos de Satán. Así que, a las pocas horas, enviaron al "policía bueno". En esta ocasión eligieron a un oficial que había sido preparado fuera del país, con mayor seguridad en sí mismo y con un vocabulario menos limitado. Dijo llamarse Rodrigo, aprovechó para lanzarme algún elogio buscando subirme el ego, mientras despellejaba vivos al resto de los activistas conocidos. Entonces desplegó la estrategia del "tú no eres un enemigo, solo estás confundido".

Aunque en un principio me propuse no tocar nada de aquella mesa, después de un tiempo acabé cediendo ante el hambre

Luego vino la primera "abducción". Me llevaron a una de esas casas con cortinas (y cámaras) en todas las paredes. Delante de mí había una mesa servida con todo lo que escaseaba en las tiendas: café, pomos de refrescos, caramelos, incluso mariscos. Realmente no me preguntaron casi nada, se limitaron otra vez a hablarme mal de todo el mundo y a dejarme solo durante largos ratos. Aunque en un principio me propuse no tocar nada de aquella mesa, después de un tiempo acabé cediendo ante el hambre.

Muchas veces me pregunté qué sentido tenía aquella escena, por qué precisamente con mariscos, qué rayos estaban buscando. Luego entendí que solo querían tener esas imágenes en sus archivos. Si en un futuro tenían que ir más lejos y yo denunciaba algún tipo de violencia física, les bastaba con sacar esos videos míos comiendo camarones. Ellos conocen cómo funciona la psicología del cubano promedio. Saben que, al ver esas imágenes en televisión nacional, algunos dirían: "¡Yo también quiero que me torturen!"

Los oficiales suelen clasificar a sus víctimas en varias categorías: posibles agentes, colaboradores voluntarios o involuntarios, revolucionarios confundidos, o incorregiblemente contrarrevolucionarios. También tienen en cuenta tu capacidad de influencia y los sectores que podrían verse motivados a seguirte. Para cada caso existe un tratamiento peculiar. Pero a la hora de los mameyes recibirás los mismos palos, da igual si eres un intelectual o un obrero portuario.

Cuando su decisión es destruirte, irán por pasos. Es posible que primero te ataquen sus ciberagentes. Te acusarán de ser un mercenario, aunque solo tengan como evidencia una recarga telefónica desde el exterior. Después vienen los cortes de internet, los interrogatorios, la casa vigilada. Hablarán contra ti en tu escuela, tu trabajo, a tus familiares y amigos, pero sobre todo a otros activistas. Buscarán explotar los egos, las envidias, los protagonismos, las miserias humanas. Si tienes repercusión en las redes, le encargarán a Humberto López o a los cachorros de Con Filo que te desguacen en la pequeña pantalla. Y eso viene acompañado de actos de repudio y una guardia permanente frente a tu puerta, que te impedirá salir de casa.

Si tienes repercusión en las redes, le encargarán a Humberto López o a los cachorros de Con Filo que te desguacen en la pequeña pantalla

Conmigo, en particular, acudieron a un supuesto maleficio afrocubano. Decapitaron dos palomas en mi reja y llenaron el lugar de plumas, tierra y sangre. También llegaron a mi casa varios inspectores de la vivienda y de la empresa eléctrica, por supuestas denuncias de actividades ilícitas que nunca pudieron probar. Después te caen las amenazas de la Fiscalía, con condenas que implicarán décadas de cárcel, por delitos como el de "subversión". Para ese entonces ya eres, sin lugar a dudas, el enemigo. Y tratarán de aniquilarte.

Hay cinco formas de acabar contigo. Convertirte en una "no persona", sin trabajo, ni amigos, ni familia, ni internet, ni libertad para moverte. Freírte el cerebro, volviéndote un ser ansioso, paranoico, monotemático, extremista y con un discurso tan radical que no generes empatías. Obligarte a partir al exilio; da igual que continúes mandando tu mensaje por las redes, si no estás allí dentro, no eres tan relevante. Encerrarte en una prisión; algunos darán el berro por ti, pero la inmensa mayoría seguirá en sus asuntos. Y, por último, matarte; la historia reciente de Cuba está llena de "accidentes", y no pasa nada.

Los cubanos, entonces, tenemos dos opciones. O nos hacemos los suecos para evitar todo eso que podría ocurrirnos y les dejamos el problema a nuestros hijos, para que sean ellos los que se arriesguen más adelante; o nos tragamos el miedo e intentamos hacer lo que nos toca como generación. Da igual que cientos de nosotros hayamos fracasado antes. A alguien podría salirle bien, y ese podrías ser tú.

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