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Ensayo inconcluso sobre el odio

Los de las consignas de muerte y los palos con clavos en la punta, ahora son los "ositos del cariño"

Fuimos lumpen, escoria, gusanera, malnacidos… y ahora somos odiadores. (Ecured)
Yunior García Aguilera

30 de mayo 2023 - 17:31

Madrid/El régimen cubano se comporta como el marido violento que, luego de destrozar el rostro de su pareja, jura que lo hizo por amor. Ellos, los de las consignas de muerte y los palos con clavos en la punta, ahora son los "ositos del cariño". Díaz-Canel, luego de dar su execrable orden de combate, se pone el disfraz de dinosaurio rosa y juega a ser Barney y sus amigos.

Dicen que ellos son del bando de "los que aman y fundan". Primero usaron a Martí como autor intelectual de un asalto armado contra un cuartel. Luego intentaron tatuar sobre la frente del apóstol una hoz y un martillo, ocultando todas sus críticas al marxismo. Más tarde hicieron malabares para reinterpretar la frase "con todos y para el bien de todos", procurando insinuar que ese "todos" los incluía solamente a ellos. Y ahora han gastado ríos de tinta tratando de darle una vuelta al poema dramático Abdala, señalando que era un Martí adolescente quien habló del "odio invencible", un Martí inmaduro.

Contra nosotros, los apaleados, siempre usaron frases odiosas. Fuimos lumpen, escoria, gusanera, malnacidos... y ahora somos odiadores. Pretenden que, después de todos los palos que nos dieron, seamos sumisos y nos vayamos a la cama con ellos.

Pretenden que, después de todos los palos que nos dieron, seamos sumisos y nos vayamos a la cama con ellos

El Che, su modelo a seguir, fue un poquito menos hipócrita. El guerrillero temerario hablaba del odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, el odio que debía convertirlos en eficientes máquinas de matar. Decía el Che que "un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal". Guevara, al menos, se asumía como odiador consciente, sin hacer pucheros ni enmascarar su tirria con falsos emoticonos.

Yo no soy guevariano. La filosofía incendiaria del guerrillero asmático no es mi paradigma. Pero asumo mis rabias. No puedo ser indiferente ante todos los crímenes de un régimen tartufo que ha propinado tanto maltrato físico y psicológico, en nombre de un amor abstracto.

Ese amor, que Albert Camus consideraba peor que el odio, generó la Santa Inquisición, el genocidio nazi y los horrores del estalinismo. El propio Hitler decía que luchaba por amor. Y el castrismo quiere que veamos los fusilamientos, los campos de concentración para homosexuales, la parametración, la censura, las brigadas de respuesta rápida, el hundimiento de embarcaciones con niños a bordo, el presidio político y los destierros como "crímenes pasionales".

El régimen ha explotado todo el asunto de la gira de Buena Fe por España para rasgarse las vestiduras. Hasta Alpidio Alonso ha sido tan cínico como para hablar de "acoso" y "agresión física en un sitio público". Olvida el ministro de Censura aquel 27 de enero, cuando no solo salió a arrebatar teléfonos en plena calle, sino a repartir puñetazos contra jóvenes artistas, a montarlos a golpes en un ómnibus, a arrastrarlos hasta un calabozo.

Toda esa vuelta de tuerca en la narrativa de la dictadura sobre el amor y el odio no es casual. Sus laboratorios saben que existe una polémica mundial sobre el odio en las redes

Los integrantes de Buena Fe no han sido lanzados a un camión de escombros, no han visto palomas decapitadas delante de sus puertas, no están presos ni regulados, ninguna patrulla los acosa. Al contrario. En un país libre pueden llamar a las autoridades si se sienten amenazados, pueden contar con su protección durante sus conciertos. En Cuba, sin embargo, es la mismísima Policía quien protagoniza los escraches. Son ellos quienes se disfrazan de pueblo para escupir y apedrear a todo el que no comparta el discurso oficial.

Toda esa vuelta de tuerca en la narrativa de la dictadura sobre el amor y el odio no es casual. Sus laboratorios saben que existe una polémica mundial sobre el odio en las redes, que los algoritmos están programados para potenciar o reducir contenidos en dependencia de este dilema. Por eso abusan de palabritas que suenan altruistas y las colocan en sus hashtags. La orden de hablar de amor no es el resultado de un sentimiento genuino, es la orientación oficial del Partido y sus técnicos en el uso de las redes.

Pero millones de cubanos se niegan a seguir sufriendo el síndrome de Estocolmo. Millones de cubanos hemos dado el portazo, como Nora en la obra Casa de muñecas. La Cuba del siglo XXI no quiere seguir siendo rehén de un amor tóxico. Este país quiere denunciarlos, llevarlos ante los tribunales, para que paguen por todos sus maltratos. Y no es odio, es justicia. Este país ya no soporta las frases babosas de un régimen que solo ama el poder, que solo nos quiere para plancharles sus camisas. Y no es odio, es dignidad.

Este país... quiere el divorcio.

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