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Erdogan en estado puro

Recep Tayyip Erdogan se convirtió en presidente turco en 2014 después de once años siendo primer ministro. (CC)
Yoani Sánchez

22 de julio 2016 - 12:05

La Habana/Recep Tayyip Erdogan se ha quitado la máscara y asistimos al espectáculo de una faz crispada y autocrática. El fallido golpe de Estado que sufrió la pasada semana le ha permitido desatar una persecución política en Turquía. Ahora la emprende contra los opositores, ha decretado el estado de emergencia y suspendido la Convención Europea de Derechos Humanos. El sultán está fuera de control.

Presenciamos el momento en que la serpiente sale del huevo, pero hace tiempo sabíamos que se incubaba y latía bajo el cascarón de un mandatario electo. Desde que jugaba a chantajear a la Unión Europea con la crisis de los refugiados y se abrazaba ante las cámaras con otros caudillos entronizados en el poder, al estilo de Raúl Castro, las luces rojas de la alarma se habían encendido alrededor de Erdogan.

El presidente de Turquía ha traicionado a quienes lo eligieron a través de las urnas y a los miles de ciudadanos que hace pocos días se lanzaron a las calles para preservar el orden democrático

Solo necesitaba una justificación. Apenas le hacía falta un argumento con la suficiente carga nacionalista y el aliento de un gesto defensivo para mostrarse tal cual era. Ahora contemplamos al déspota en estado puro, sin edulcorantes. Ya no quiere fingir que gobierna un Estado de derecho. Le conviene hacer saber que solo un hombre está al mando de la situación.

Con esta vuelta de tuerca autoritaria, el presidente de Turquía ha traicionado a quienes lo eligieron a través de las urnas y a los miles de ciudadanos que hace pocos días se lanzaron a las calles para preservar el orden democrático. Ninguno de ellos merece este manotazo autocrático.

Erdogan ha terminado por hacerlo peor que cualquier golpista, porque ha quebrantado lo pactado. Utiliza el ataque a su persona para detener a cerca de 7.000 militares, a los que acusa de estar vinculados con la intentona golpista, e incluso ha coqueteado públicamente con la idea de aplicarles la pena de muerte, un castigo que en estos momentos no está vigente en Turquía y que impediría que su país entrara a formar parte de la Unión Europea.

El largo brazo de este autoritario sin escrúpulos no se detiene allí y ha suspendido a 21.000 maestros de sus empleos en instituciones de enseñanza privadas. Ha prohibido viajar al extranjero a los funcionarios y ha retirado la licencia a 24 emisoras. Una decisión que justifica en el marco de la investigación para ubicar a los supuestos colaboradores e implicados en el fallido golpe de Estado.

Erdogan planea desmontar toda la pluralidad que había alcanzado la nación transcontinental y reducir al mínimo la oposición

Erdogan ha aprovechado la circunstancia para pedir la extradición de Fethullah Gülen, un predicador islamista exiliado en Estados Unidos al que el responsabiliza de todos su males, incluyendo el reciente intento golpista.

Por su parte, los voceros oficiales aseguran que el estado de emergencia solo se prolongará 40 o 45 días y no los tres meses anunciados inicialmente por el presidente. Prometen que la actual situación no es sinónimo de la ley marcial y que los ciudadanos no se verán afectados. Hasta aseguran que el parlamento seguirá funcionando, pero la Turquía que intentaba mantener su accidentada andadura democrática se ha quebrado.

Erdogan planea desmontar toda la pluralidad que había alcanzado la nación transcontinental y reducir al mínimo la oposición. Quiere a Turquía solo para él: un país al que pueda manejar como ese imperio otomano con el que ha soñado toda su vida.

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