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Fahrenheit 349

La nueva norma para la difusión artística crea un "cuerpo de bomberos" de la cultura con enormes potestades

Obra del artista independiente Nornardo Perea sobre el Decreto 349. (Facebook)
Reinaldo Escobar

09 de diciembre 2018 - 18:36

La Habana/Le debemos a Ray Bradbury (1920-2012) la novela Fahrenheit 451 (publicada en 1953) que cuenta la historia de Montag, un bombero que se dedicaba a quemar libros tenidos por incómodos por el gobierno. Semejante atrocidad solo era posible porque existía una poderosa comisión encargada de dictaminar qué era correcto y qué no.

Una de las principales discrepancias que ha desatado la promulgación del Decreto 349 es justamente la creación de un "cuerpo de bomberos" que bajo la definición de "autoridad facultada" o "inspector" tiene la atribución de “suspender de manera inmediata el espectáculo o proyección de que se trate” según se expresa en el Artículo 5.2 de esta normativa.

En la Mesa redonda transmitida el pasado viernes, los miembros de un equipo formado por Alpidio Alonso, ministro de cultura; el viceministro Fernando Rojas; Lesbia Vent-Dumois, presidenta de la Asociación de Artistas Plásticos de la Uneac y Rafael González Muñoz, presidente de la Asociación Hermanos Saíz, se esforzaron en demostrar que aquellos que no aceptaban el Decreto estaban confundidos, tenían dudas o no lo habían leído bien. En ningún momento se usó el verbo discrepar.

La Mesa mantuvo una vez más su tradicional método de no invitar al “debate” a quienes piensan diferente al Gobierno

La Mesa mantuvo una vez más su tradicional método de no invitar al "debate" a quienes piensan diferente al Gobierno. Las opiniones divergentes fueron malintencionadamente ridiculizadas por los panelistas con el manido recurso de reducir al absurdo los argumentos del ausente contrario.

Por ejemplo, Fernando Rojas negó que los artistas tuvieran que pedir permiso para exponer su obra aunque entre las contravenciones descritas en el decreto se menciona "el que como artista individual o actuando en representación del colectivo a que pertenece brinde servicios artísticos sin la autorización de la entidad que corresponda".

Aseguró Rojas también que era falso que el texto de la norma estableciera la obligación de estar en una institución y añadió que "en ningún pasaje del Decreto se dice eso y tengo la impresión que eso tiene que ver con una manipulación subsiguiente que es suponer que el decreto se dirige al aficionado".

Aquí Rojas desconoció que si bien el Decreto no establece explícitamente la obligación del artista de estar vinculado a una institución si sanciona a "el que preste servicios artísticos sin estar autorizado para ejercer labores artísticas en un cargo u ocupación artística".

La supuesta sospecha de que el Decreto se dirija contra el artista aficionado no pertenece al grupo de inquietudes manifestadas por sus críticos quienes sí se han manifestado preocupados por cómo afectará a los artistas independientes que, siendo profesionales, no "pertenecen" a ninguna institución estatal.

En relación a la forma de actuar de los inspectores, Fernando Rojas advirtió de que "siempre será precedida esa actuación de una reflexión colectiva de un análisis de las instituciones con la participación de los creadores. No será algo impostado ni improvisado", lo cual niega la atribución explícitamente otorgada a estos inspectores de suspender "de manera inmediata" algún espectáculo o presentación.

Se repitió hasta el cansancio que el Decreto no se dirigía contra los creadores ni contra el acto de creación sino que regulaba la distribución y la comercialización en los espacios públicos

Se repitió hasta el cansancio que el Decreto no se dirigía contra los creadores ni contra el acto de creación sino que regulaba la distribución y la comercialización en los espacios públicos. Este argumento recuerda aquella declaración del entonces todopoderoso Carlos Lage en Ginebra en mayo de 2002, donde afirmó que los cubanos tenían "total libertad de pensamiento", pero sin hacer referencia a las limitaciones de la libertad de expresión.

En un país donde la casi totalidad de las editoriales, galerías, salas de teatro y cines están en manos del Estado, resulta un chiste de mal gusto confirmar la "libertad de creación artística" mientras se refuerzan los candados que limitan la difusión de lo creado.

La censura viene enmascarada de buenas intenciones. En apariencias se trata esencialmente de una cruzada contra la chabacanería, el mal gusto, la vulgaridad y manifestaciones que alienten la violencia o que inciten a la discriminación de género, raza, discapacidad o preferencias sexuales.

Pero en "la letra pequeña" al listar los contenidos que no deben ser difundidos por los medios audiovisuales se incluye "cualquier otro que infrinja las disposiciones legales que regulan el normal desarrollo de nuestra sociedad en materia cultural" y entre las conductas en que no debe incurrir una persona jurídica o natural se incluye la comercialización de libros "con contenidos lesivos a los valores éticos y culturales".

El ministro Alonso fue terminante cuando expresó que "los enemigos de la revolución han querido presentar el Decreto como un instrumento para la censura", pero ni él ni ningún otro de los panelistas de la Mesa Redonda tuvieron la imprescindible transparencia, honestidad o coraje de mencionar los nombres de Tania Bruguera, Luis Manuel Otero Alcántara, Yanelys Núñez, Michel Matos y Amaury Pacheco que lideraron las protestas.

Si el método de reducir al absurdo los argumentos del otro se usara contra los defensores del Decreto 349 podría decirse que es una suerte que no haya sido implementado en el pasado, porque de ser así habría que revisar inquisitoriamente una buena parte de nuestra producción cultural.

El rapto de las mulatas del pintor Carlos Enríquez no se exhibiría en el museo debido a su carga machista, racista y promotora de la violencia de género; Abela nunca hubiera podido publicar sus caricaturas de El Bobo porque serían interpretadas como una burla a la discapacidad; el Guayabero ¡ni hablar!, por sus canciones llenas de alusiones con doble sentido y de implícita vulgaridad; a Benny Moré, por intruso, le hubieran confiscado los instrumentos de su banda gigante y hasta el intocable Nicolás Guillén se vería censurado por su "negro bembón".

En Fahrenheit 451 el protagonista se convierte en defensor de los libros al topar con unos versos hermosos. A la hora de seleccionar y formar a los inspectores de este "cuerpo de bomberos" del 349 los funcionarios del ministerio se verán en el dilema siguiente: Si no los aprovisionan con la cultura requerida para ejercer de críticos harán un trabajo chapucero, pero si llegan a poseer la necesaria sensibilidad e información entonces serán tolerantes con los creadores y eso puede ser peligroso.

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