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Falsos emisarios de paz

William Pope afirmaba ser miembro del "Consejo de Paz", obispo electo de Haití y enviado del secretario norteamericano de relaciones exteriores

El Ejército Libertador estaba infestado de rencillas internas, regionalismos, falta de fe en el triunfo e indisciplinas. (Wikimedia)
Yunior García Aguilera

27 de septiembre 2023 - 16:16

Madrid/En 1877 la Guerra Grande estaba totalmente estancada. Ni los españoles lograban derrotar a los mambises, ni los insurrectos avanzaban hacia una victoria objetiva. El Ejército Libertador estaba infestado de rencillas internas, regionalismos, falta de fe en el triunfo e indisciplinas.

Vicente García había protagonizado la sedición de Santa Rita, negándose a abandonar su territorio para apoyar la invasión a Occidente. Holguín se declaraba "cantón independiente", fuera del control de la República en Armas. Y en Las Villas, la sociedad secreta Unidad Republicana desconocía el liderazgo de Gómez y Maceo. A esto se sumaba la escasez crónica de recursos bélicos, la falta de apoyo de la emigración y la inteligencia de un enemigo como el nuevo capitán general.

El segoviano Arsenio Martínez Campos había sido profesor de la Escuela de Estado Mayor y fue en España el brazo ejecutor de la conspiración alfonsina. Allí era conocido como el hombre de Sagunto, quien proclamara bajo un célebre algarrobo la restauración de monarquía en la persona de Alfonso XII.

Pero en Cuba, los españoles tampoco disfrutaban de condiciones muy favorables para vencer en el conflicto. Con un ejército mal preparado, peor vestido y pésimamente alimentado, 9 de cada 10 soldados morían por culpa del vómito y otras enfermedades tropicales, y no por el filo de los machetes mambises. La idea de firmar la paz rondaba las cabezas de los contendientes en uno y otro bando.

Sin embargo, una ley impedía a los insurrectos mencionar el tema. El Decreto Spotorno, firmado por la Cámara de Representantes de la República en Armas, condenaba a muerte a cualquier emisario, cubano o español, que se presentara en el campo de batalla hablando de paz.

Entonces llegó a La Habana un singular personaje, William Pope. El sujeto afirmaba ser miembro del "Consejo de Paz", obispo electo de Haití y enviado del secretario norteamericano de relaciones exteriores. Su misión era reunirse con los jefes insurrectos para negociar la controvertida capitulación.

En la Cuba de hoy no puede hablarse de paz. El régimen subyuga a la ciudadanía con mano de hierro. La cárcel y el destierro son los destinos seguros para todo el que se atreva a levantar la voz

La entrevista se llevó a cabo de forma secreta el 11 de mayo de 1877, en la sede del gobierno de la República en Armas. Estrada Palma era por entonces el presidente, y se murmuraba que tenía ideas anexionistas. En la reunión se habló de pagar a España una cifra de entre 100 y 150 millones de pesos para comprar la independencia. Ese dinero, por supuesto, sería prestado por Norteamérica. Y aunque a los mambises no les quedó del todo claro aquel asunto, la semilla del fin de la guerra sin tener que derrotar al enemigo había sido sembrada.

Se dice que el obispo Pope se reunió luego con Martínez Campos y que este le dijo no estar facultado para aceptar su propuesta, instándolo a viajar a Madrid para presentarla ante las más altas autoridades. En la catedral de Santiago de Cuba, el señor Pope ofició la misa militar y recibió como regalo un anillo de obispo de manos del capitán general.

Pero... aquí es donde se pone turbia esta historia. Resulta que el tal Pope no era norteamericano, sino irlandés. Tampoco era obispo, solo un sacerdote con ambiciones demasiado grandes. El hombre, al parecer, soñaba con obtener méritos mediando en un asunto de relevancia y aspirar, tal vez, al obispado habanero. Máximo Gómez se lo encontraría años más tarde en una cárcel de Honduras, condenado por robar algunas prendas de culto y hasta el copón divino.

En diciembre de 1877, la Cámara de Representantes derogaba el Decreto Spotorno, abriendo de par en par las puertas del Zanjón, que se firmaría el 10 de febrero del año siguiente. Antonio Maceo protagonizaba la famosa Protesta de Baraguá, pero poco tiempo después reconocería que no contaba con las condiciones necesarias para seguir luchando. El Titán de Bronce se vio obligado a negociar con Martínez Campos un salvoconducto para abandonar el país con rumbo a Jamaica.

Enrique Collazo escribiría: "El pueblo cubano, sordo durante diez años a nuestros gritos de gloria o agonía, veía impasible morir la Revolución ahogada en la sangre de sus mártires". Era el fin de una larga guerra que terminaba sin lograr sus objetivos fundamentales.

En la Cuba de hoy no puede hablarse de paz. El régimen subyuga a la ciudadanía con mano de hierro. La cárcel y el destierro son los destinos seguros para todo el que se atreva a levantar la voz o manifestarse de la manera más pacífica. Y aunque no existe en el gobierno un Martínez Campos dispuesto a negociar, no faltan los "Popes" que, falsamente, hablan de puentes, de paz y de amor.

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