El fin del idealismo
La izquierda mexicana tiene una responsabilidad política y quizá penal en el secuestro y probable asesinato de 43 estudiantes
[Nota de la redacción: El 26 de septiembre pasado, en el estado de Guerrero, gobernado por la izquierda, 43 estudiantes de magisterio fueron detenidos por policías vinculados con narcotraficantes, que los asesinaron e incineraron, según la investigación oficial.]
¿Dónde está la tumba de Juan Ramírez Duarte? No lo sé. ¿Y la de María su esposa? Tampoco lo sé. Rafael Ramírez Duarte lleva casi 40 años desaparecido y no sabemos lo que pasó con él. Dejo de enumerar, porque mi lista es larga.
Siempre son amargas las cenizas del olvido.
Juan murió de manera heroica en una guerra sórdida, tan oscura como cualquier guerra, tan culpable como todas las guerras. Eso fue en la década de los 70.
Ya lo he contado otras veces, el libro favorito de ambos no era ninguno de las lecturas áridas propias de las teorías vigentes en esa época. Si recuerdo bien, Marx rememoró a Goethe con aquello de que toda teoría es gris frente al verde árbol de la vida.
Era una novela. No, no de Andreyev ni de Gorky, como podría suponerse. Era Miguel Strogoff de Julio Verne. El mensajero del Zar, a quien los tártaros le queman los ojos con el filo de un cuchillo ardiente pero gracias a las últimas lágrimas este soldado ruso conserva la vista y engaña a todos para poder cumplir su misión. Ya no recuerdo por qué se volvió nuestra lectura preferida.
Quizás se trata de una metáfora del idealismo. Strogoff encarna la idea del deber cumplido a toda costa. Es cierto, el idealismo puede volverse un fanatismo, una obsesión por el sacrificio. Y la violencia revolucionaria era el culto —como ya lo he dicho también— a una diosa podrida. Pero había un idealismo auténtico en aquella época y en esa rebelión. Un idealismo encarnado por Juan.
¿Cuándo se jodió el izquierdismo, para parafrasear a Vargas Llosa? ¿Al llegar al poder a cambio de integrarse al sistema? ¿Al aceptar como jefes a corruptos (...)?
En otras circunstancias, él habría actuado igual como el mensajero del Zar, luchando contra todo obstáculo para cumplir su tarea, con su deber asumido frente a todos los riesgos, ante toda adversidad. Así es como él actuó bajo la bandera enarbolada.
Los idealistas tienen derecho a equivocarse, pues casi siempre dignifican la condición humana. Hablo de idealismos y no de ideologías, que son otra cosa. Sin embargo, cuando al acabar la guerra fría se proclamó el fin de las ideologías no sabíamos que, a trasmano, terminaba asimismo la era de los idealismos que después de la Revolución francesa tuvieron distintos brotes en el mundo, incluso los de un romanticismo sombrío.
Por supuesto, hay ahora idealistas en muchos órdenes de la vida social, individuos admirables que defienden causas perdidas o minoritarias y entregan sus existencias a ello; en esta requisitoria no me refiero a esto, sino directamente al idealismo asociado a la política. Ahí es claro que está ausente, o algo peor: se ha corrompido.
Y aclaro, cambiar de ideas o de bando puede ser legítimo, William Blake decía: "El hombre que nunca cambia de ideas es como el agua estancada y cría reptiles mentales"; lo que es duro como una losa de cementerio es que haya quienes sostengan mantener los ideales de antaño mientras representan al mismo tiempo la decadencia, la corrupción, la ceguera, lo descompuesto, la mentira. Es el caso de la izquierda mexicana, más bien dicho, de todas las izquierdas de este país.
No me hablen de Marcos, ahora barrigoncito, porque sus crímenes contra indígenas ni siquiera se mencionan
Como no se puede hablar con los muertos, he tenido un diálogo imaginario con los fantasmas de mi cerebro, con el recuerdo presente de los idealistas idos de mi juventud. Juan Ramírez Duarte casi no quiso hablar, prefirió hundir sus ojos brillantes y vivos en las páginas emocionantes de Miguel Strogoff. Y lo comprendo, estas izquierdas son un tema despreciable.
¿Cuándo se jodió el izquierdismo, para parafrasear a Vargas Llosa? La izquierda, las izquierdas. ¿Al llegar al poder a cambio de integrarse al sistema? ¿Al aceptar como jefes a corruptos ex priistas como Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Manuel Camacho, Marcelo Ebrard, etcétera? ¿Al utilizar a los pobres como clientela política para gozar así de privilegios mal habidos? ¿Al tolerar la lumpenización de su causa permitiendo que se amparen con ella grupos de parásitos y vividores, de vándalos y porros? Años de marchas para extorsionar, de bloqueos para los chantajes, de desfalcos sindicales, al tiempo que sumen en la miseria de la falta de oportunidades a los niños pobres de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, como hacen las pandillas de la CNTE y la CETEG (NDLR: sindicatos de maestros). ¿O qué decir de esa narcoguerrilla de Guerrero y Morelos apenas disfrazada, o de esos maestros secuestradores y torturadores de niños que habrían sido ejecutados por la verdadera guerrilla de los 70, al considerar habrían llevado a cabo una provocación criminal? Y no me hablen de Marcos, el guerrillero converso panista, ahora barrigoncito, porque sus crímenes contra indígenas ni siquiera se mencionan; porque él siempre ha gozado de la impunidad que no tuvieron los revolucionarios de los 70.
Iguala es el Tlatelolco de la izquierda, crimen que las izquierdas se han propuesto ocultar como algo suyo
La peor corrupción es la de la izquierda, porque es la corrupción de un ideal. Su último producto es el Informe del caso Iguala coordinado o pergeñado por Pablo Gómez —decidido a terminar de echar a la basura su trayectoria de "líder del 68"—, quien aunque trata de tapar el sol con un dedo no puede, y en sus páginas se advierten, a su pesar, las verdaderas responsabilidades de los distintos líderes y lidercillos izquierdistas.
Iguala es el Tlatelolco de la izquierda, crimen que las izquierdas se han propuesto ocultar como algo suyo, aunque salta a la luz la responsabilidad política y posiblemente penal de todos: de Lázaro Mázón y del ex gobernador Ángel Aguirre, de Andrés Manuel López Obrador y de Jesús Zambrano, también del Comité Estudiantil de la Normal de Ayotzinapa que mandó engañados a los estudiantes de nuevo ingreso a los dominios de José Luis Abarca, y del director de la escuela que solapó el acto y está señalado en actas del ministerio público por complicidad con criminales. Y mucho tendrían que aclarar la CETEG y René Bejarano. Que ahora algunos lucren o se paseen por el mundo para pregonar mentiras, utilizando la muerte atroz de esos muchachos, es sólo un signo de la putrefacción izquierdista.
Iré a la tumba de Juan Ramírez Duarte y en su memoria llevaré flores. Blake escribió: "Temí que el furor de mi viento/ arruine las flores más hermosas", pero sobre una lápida, durante unos instantes, su imagen es la más hermosa.
Nota de la Redacción: este texto ha sido publicado previamente en el diario mexicano La Razón. Lo reproducimos con la autorización del autor.