Fin de la era Obama: el valioso tiempo perdido
La Habana/A partir de este martes una nueva etapa se abre para Estados Unidos y para el resto de las naciones del planeta, mientras que para Cuba concluye un período de grandes oportunidades, que fue desaprovechado por la testarudez de la Plaza de la Revolución.
Con la normalización de relaciones entre Washington y La Habana, anunciada el 17 de diciembre de 2014, comenzó un tiempo de posibilidades para mejorar la vida de la población cubana que el Gobierno ha recibido con una prudencia excesiva. A cada paso dado por Barack Obama, Raúl Castro respondió con suspicacia, sin disminuir la represión política y, en los últimos meses, elevando el tono de la retórica ideológica.
El general presidente ha dilapidado el entusiasmo del deshielo, malgastando ocasiones y atrasando la inevitable apertura que vivirá la Isla
El general presidente ha dilapidado el entusiasmo del deshielo, malgastando ocasiones y atrasando –con su terquedad– la inevitable apertura que vivirá la Isla. Ha optado por atrincherarse en vez de distender los férreos controles que atenazan la vida económica, cívica y cultural del país.
Cuando se abrió la oportunidad de que los cafetaleros cubanos pudieran vender su producto en territorio estadounidense, del lado de acá le respondió una airada Asociación Nacional de Agricultores Pequeños. Ante las propuestas de estrechar vínculos entre los jóvenes de ambas naciones, el oficialismo verde olivo se parapetó en una agria campaña contra las becas ofrecidas por la organización World Learning.
Los ofrecimientos de Google de ayudar a conectar la Isla a Internet se toparon con el monopolio de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa) que solo a finales de este año comenzará una "prueba piloto" para llevar la gran telaraña mundial a 2.000 domicilios en La Habana Vieja. Mientras, la censura se sigue cebando sobre sitios digitales y las zonas wifi mantienen sus altos precios y un deficiente servicio.
La Plaza de la Revolución ha centrado su discurso en el vaso medio vacío. Durante largos meses ha culpado a Obama de no lograr levantar el embargo o no devolver la Base Naval de Guantánamo, una estrategia propagandística de estridentes reclamos para tapar la evidencia de que el vecino del norte ha mostrado un mejor talante para la reconciliación.
Poco importan las fotos en que Castro y Obama se dan la mano y sonríen ante las cámaras. La realidad dista mucho de merecerse los titulares de la prensa extranjera, para los que Cuba ha cambiado porque Madonna se paseó por las calles de su capital, un equipo de fútbol estadounidense estremeció las gradas de un estadio en la Isla o ambos países colaboran en la protección de los tiburones de la región.
La realidad dista mucho de merecerse los titulares de la prensa extranjera, para los que Cuba ha cambiado porque Madonna se paseó por las calles de su capital
En las últimas semanas el frenazo se ha hecho sentir con más fuerza. Las autoridades cubanas saben que al nuevo inquilino de la Casa Blanca le aguardan muchos retos por delante. Su agenda de los primeros meses tendrá urgencias como la guerra en Siria, el conflicto con el ISIS y su propios problemas internos, que no son pocos ni pequeños. Cuba no será una prioridad en la agenda del próximo presidente de EE UU.
Sea Hillary Clinton o Donald Trump el ganador de esta jornada, tardará en retomar el tema de la Isla y lo hará a su manera, marcando una impronta que puede significar el "congelamiento del deshielo" o la profundización del camino iniciado por Obama. Pero las riendas que mantienen a Cuba en el siglo XX no parten del despacho oval, las sujetan las manos de un octogenario que le teme a ese futuro que nos espera y donde él no estará.