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Frustraciones ante el espejo sueco (II)

Esta es la segunda parte de una conferencia sobre las razones de los fracasos históricos de América Latina para desarrollar un capitalismo como el sueco, capaz de brindar un bienestar a su pueblo

Las terribles desigualdades de oportunidades e incluso de trato recorren América Latina. (EFE)
Mauricio Rojas

30 de julio 2017 - 13:39

Santiago de Chile/4. Un Estado profesional, activo y con autonomía

El Estado fue el verdadero eje central del desarrollo de Suecia al menos desde los tiempos del gran canciller Axel Oxenstierna, creador de las instituciones fundamentales del moderno Estado sueco y figura clave del Gobierno del Reino durante la primera mitad del siglo XVII. La construcción de un Estado que para su época era muy moderno y profesional fue una de las ventajas comparativas más importante de Suecia en su gran momento de expansión imperial y jugaría luego un papel clave en el éxito del proceso general de modernización.

En este sentido, el contraste con la América Latina tanto colonial como postcolonial no podría ser más nítido, con sus Estados que, con contadas excepciones como la de Chile, han sido abscesos infectados por la corrupción, el favoritismo y el caudillismo, y con todos los rasgos de lo que Max Weber denominó Estado patrimonial, es decir, un Estado que es considerado propiedad personal de los que gobiernan.

La existencia de una administración pública profesional y estable jugó un papel clave en la creación de una economía de mercado moderna. Esto es patente, por ejemplo, en las reformas institucionales y el apoyo estatal a la modernización de la agricultura así como en las medidas tendientes a la formación de un mercado nacional unificado (pasando de los localismos tradicionales, incluidas las aduanas internas, a formas homogéneas de regulación de la actividad económica).

Pero esto mismo también se aplica a las intervenciones gubernamentales estratégicas de mediados del siglo XIX que crearon no solo las instituciones de la modernidad económica sino también las condiciones materiales básicas del desarrollo venidero. De esta manera surgió un verdadero "Estado desarrollista", pequeño (la carga tributaria total estaba por debajo del 10% del PIB), pero fuerte, probo y activamente subsidiario.

Aspectos clave de estas intervenciones desarrollistas fueron los grandes proyectos infraestructurales que abrieron grandes canales (como el célebre Canal del Göta, de 190 kilómetros, que creó una vía de comunicación fluvial continua en el interior de Suecia de 390 kilómetros), líneas férreas que crearon una red central que unió todo el país y la modernización de los puertos (como el de Gotemburgo).

Igualmente importantes fueron las inversiones en Educación, donde destacan la creación de la escuela básica universal (folkskola) en 1842, la expansión de la educación secundaria y la formación de instituciones de educación superior con fuerte orientación tecnológica que venían a complementar las clásicas universidades de Uppsala y Lund.

Más importante que estas iniciativas concretas son los niveles relativamente altos de autonomía del Estado sueco frente a las élites y los grupos de interés del país. Es esta característica la que explica la capacidad del Estado para dar prioridad a los intereses de largo plazo de la nación en lugar de aquellos cortoplacistas de las élites o de diversos intereses corporativos. En América Latina la norma era lo opuesto: diferentes facciones de las élites se hacían con el control directo del aparato estatal y lo convertían en herramienta para promover sus intereses.

La principal explicación de esta diferencia fundamental radica en la base estructural del desarrollo del Estado monárquico sueco, que es una relación directa entre la Corona y el campesinado, lo que le dio al poder real, y por lo tanto el Estado, una base tanto fiscal como militar autónoma (Suecia fue el primer país que instauró la conscripción popular de soldados, los que vivían entre los campesinos y eran mantenidos por ellos). Esta posición de autonomía y fuerza de la monarquía hizo posible fenómenos tan sorprendentes como la reducción de las tierras de la nobleza que ya se ha comentado. El Estado sueco se transformó de esta manera en una arena ordenada de negociación y compromiso social y no, como en el caso de América Latina, de disputas civiles devastadoras en el seno de sus élites.

5. El capital humano

Los aspectos ya mencionados nos dan una explicación del surgimiento y desarrollo de aquel factor que se convirtió en la gran carta de triunfo de Suecia en su extraordinario salto industrializador de fines del siglo XIX: sus niveles comparativamente muy altos de capital humano, tanto en lo referente a la educación general de su pueblo como a la formación técnico-científica de la élite.

Debemos recordar que el salto al desarrollo de Suecia coincide con la así llamada segunda revolución industrial, en la que la ciencia aplicada y los niveles de escolaridad de la población jugaron un papel clave. Por ello es que son los países con altos niveles de alfabetización y sistemas avanzados e inclusivos de educación los que en ese momento se pusieron a la cabeza del progreso. Estados Unidos, Alemania y Japón son tres ejemplos significativos en este contexto.

El protestantismo fue muy importante en este contexto, con sus traducciones de la Biblia a los idiomas nacionales y la insistencia en que este texto, así como escritos de popularización como el Pequeño Catecismo de Martín Lutero, fuesen leídos directamente por el pueblo. Las amplias campañas de lectura emprendidas por la Iglesia Nacional Sueca (luterana, estatal y la única permitida) desde principios del siglo XVII fueron muy significativas a este respecto.

De esta manera se prepara la transición a la alfabetización universal completa (es decir, donde no solo se aprendía a leer) que se logra durante la segunda mitad del siglo XIX. Para fines de ese siglo podemos constatar una enorme distancia en esta materia entre Suecia (y Escandinavia en general) y América Latina. Así, mientras que en Suecia prácticamente toda la población adulta sabía leer y escribir, en América Latina apenas una cuarta parte de la población lo hacía. Esta comparación se hace aún más clarificadora si se contrasta a Suecia con un país de igual ingreso per cápita: Chile.

En torno al año 1900 ni siquiera el 40% de los adultos chilenos sabía leer y escribir.

Esta gran diferencia entre dos países con un ingreso per cápita similar dice todo acerca de las diferencias en la estructura socioeconómica subyacente y los patrones de distribución del ingreso y las oportunidades que la misma genera. Chile y Suecia enfrentaron los desafíos de la segunda revolución industrial con condiciones radicalmente diferentes en lo que respecta al hecho clave de ese momento: el desarrollo del capital humano.

Por ello mismo es que ambos países se orientan hacia trayectorias absolutamente diferentes de desarrollo a pesar de mostrar cifras de crecimiento económico en que Chile incluso llegó a superar a Suecia durante las décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial.

Esto es lo que pasan por alto quienes solo observan las cifras de crecimiento sin preguntarse por el aspecto cualitativo del mismo y su capacidad de hacer sostenible el crecimiento en el largo plazo. En suma, Suecia se transformó en una sociedad industrial de primer orden mientras que Chile quedó entrampado en su dependencia de las exportaciones primarias.

El tema del capital humano se refiere a los niveles generales alcanzados por la población pero también, y no menos, al de sus élites. La amplia aceptación y difusión de las profesiones técnicas entre las clases medias y los estratos más altos de la sociedad sueca no tuvo paralelo en América Latina. Volvamos al caso de Chile para dar un ejemplo.

La Universidad de Chile desarrolló ya a partir de la década de 1850 la enseñanza de la ingeniería (que no tuvo un comienzo fácil y fue la única del país hasta la década de 1890), pero solo 9 personas recibieron el título de ingeniero civil entre 1856 y 1890 y otras 72 el de ingeniero de minas (fuera de ello estaban los agrimensores y otros profesionales de grado inferior que eran más numerosos). Por lo tanto, ni siquiera un centenar de chilenos se habían graduado como ingenieros hacia finales del siglo XIX, mientras que en Suecia había por ese entonces más de 2.000 ingenieros salidos de sus universidades o institutos de rango universitario.

Por lo tanto, no es sorprendente constatar la ausencia en Chile y en América Latina de grandes emprendedores-inventores comparables, entre tantos otros, con Gustaf de Laval (inventor del separador lácteo y la tobera convergente-divergente en que se basan las actuales turbinas aéreas; fundó la gran multinacional Alfa Laval), Alfred Nobel (inventor de la dinamita y con unas 350 patentes industriales registradas; fundador de Bofors y un verdadero imperio industrial y petrolero), Gustaf Dalén (premio Nobel en física e inventor múltiple: fundador de la transnacional AGA en torno a sus inventos en torno al uso del gas), Lars Magnus Ericsson (innovador en telefonía y fundador de la gran compañía que llevó su nombre), Sven Wingquist (inventor de los rodamientos modernos y fundador de SKF, de donde proviene la Volvo) o Jonas Wenström (inventor del dínamo moderno y el transformador de la corriente alterna; uno de los fundadores de ASEA, hoy ABB).

Es cierto que existieron personas de gran talento que podrían haber sido tan brillantes ingenieros e inventores como los recién nombrados, pero ni el entorno cultural, las instituciones educativas ni los incentivos fueron propicios para que surgieran como tales.

6. La cultura

Por último, lo más llamativo, evidente y, sin embargo, lo más difícil de identificar con exactitud: la importancia de la cultura y su entorno religioso. Es fácil argumentar en términos genéricos sobre la importancia para el desarrollo económico de la diferencia entre una cultura como la luterano-nórdica, centrada en el deber, el ascetismo y la interioridad, y aquella católico-mediterránea que llegó a América Latina, con su carácter extrovertido y la centralidad del honor y el estatus social.

Max Weber nos habló en este sentido de la relación que a su juicio existía entre la ética protestante (si bien él tenía en mente sobre todo a los calvinistas y puritanos) y el "espíritu del capitalismo", y no es difícil aceptar que una cultura que no solo enfatiza sino que le da un carácter de misión o vocación trascendente al ahorro, la austeridad y el trabajo es más proclive a la formación del capitalismo que una que tiende a acentuar el ocio como actividad noble por definición al igual que la ostentación propia de un rango social elevado.

Aun así, es evidente que las tesis de Weber y otros "culturalistas" han encontrado fuertes dificultades a la hora de ser probadas y que el desarrollo posterior del capitalismo ha mostrado que éste puede florecer bajo los entornos religioso-culturales más diversos, incluidos aquellos de raigambre cultural católico-mediterránea (que, por lo demás, fue su cuna histórica). Al parecer, el capitalismo puede tener muchos y muy diferentes espíritus.

Por otra parte, en el caso específico de Suecia es sumamente difícil determinar cuál fue el aporte del luteranismo y cuál el del propio capital cultural sueco precedente. Es evidente que el luteranismo influenció a Suecia, pero este país (y Escandinavia en general) no dejó de influenciar lo que sería la versión sueca de esa orientación religiosa.

Mi conclusión sobre este tema es que la cultura y la religión que la sustenta representan complejos enormemente versátiles que se desarrollan y reciben formas específicas a partir de un amplio conjunto de circunstancias, estructuras y tradiciones que les dan su contexto. En fin, la historia es un poco como un guiso en que ninguno de sus ingredientes puede, por sí solo, explicar los resultados obtenidos.

Conclusión

El espejo latinoamericano da una serie de claves para entender el extraordinario éxito alcanzado por Suecia en su momento estelar: las cuatro décadas que preceden el estallido de la I Guerra Mundial. Al mismo tiempo, el espejo sueco nos da un contraste en el que relucen con triste fuerza aquellos elementos que nos conducirían a esa frustración que tanto nos pesó y dañó durante el siglo XX.

Las falencias y los desafíos de entonces no han dejado, sin embargo, de ser actuales en los diversos países que conforman nuestra América Latina. Allí están para demostrarlo nuestras frágiles instituciones, la corrupción, los populismos, las terribles desigualdades de oportunidades e incluso de trato, el débil desarrollo de nuestro capital humano y con ello de nuestra capacidad productiva e innovadora. Permanecemos presos de dilemas nunca resueltos y seguiremos pagando por ello mientras no los enfrentemos como corresponde.

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Nota de la Redacción: Mauricio Rojas fue diputado en el Parlamento de Suecia. Actualmente, es catedrático de la Universidad de Lund y Senior Fellow de la Fundación para el Progreso (Chile). El autor pronunció recientemente en Estocolmo esta conferencia sobre El significado del capitalismo para el desarrollo social y el bienestar de Suecia.

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