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La fruta podrida

Independientemente de cómo nos vean en Washington o en cualquier otra parte, a nosotros sí que nos tiene que importar ser libres

Caricatura publicada en 1897 en el periódico estadounidense 'Puck' con el título 'Patient waiters are no losers' (Los pacientes no pierden).
Yunior García Aguilera

21 de diciembre 2023 - 12:36

Madrid/El régimen cubano y sus ideólogos han reciclado hasta el cansancio una frase pronunciada en 1823 por John Quincy Adams. El entonces secretario de Estado norteamericano escribió sobre la gravedad, o más bien sobre Cuba, comparándonos con una fruta. Según su profética visión, cuando la Isla se desgajara de España, caería inevitablemente al suelo, o sea, hacia ellos.

Pero Adams, quien luego se convertiría en el sexto presidente de Estados Unidos, se quedó en Newton, no tuvo tiempo de conocer la teoría de la relatividad. Albert Einstein redefiniría la gravedad, muchos años después, no como una fuerza, sino como una deformación del espacio-tiempo. Y aunque algunos libretistas de Granma se aferren todavía a aquella frase cuasi vegana, la historia ha demostrado, en más de una ocasión, sus deformaciones espacio-temporales.

En su momento, obviamente, las palabras de Adams tenían todo el sentido para alguien como él, poniéndonos en sus zapatos y en su reloj

En su momento, obviamente, las palabras de Adams tenían todo el sentido para alguien como él, poniéndonos en sus zapatos y en su reloj. Cuba gozaba de una posición estratégica envidiable. Más allá de eso, en manos enemigas podría constituir una verdadera amenaza para la Unión. Nuestra Isla era además el mayor productor mundial de azúcar, el petróleo blanco de la época. Y sí, en los años posteriores, Estados Unidos actuaría siguiendo esa lógica de la "fruta madura", ya fuera intentando comprar la Isla, apoyando a la insurgencia o entrando directamente en el conflicto contra España, como finalmente hicieron.

Sin embargo, la Enmienda Teller prohibía expresamente comerse la fruta. ¿Qué ocurrió? ¿Desgano repentino, neofobia alimentaria? El asunto es que no todos los estadounidenses querían esa nueva estrella en su bandera. Algunos tenían un genuino compromiso con nuestra independencia, otros rechazaban la anexión por la amenaza que representaba la competencia azucarera para sus propios negocios, y no pocos, simplemente, lo hacían por racismo. En Cuba había medio millón de afrodescendientes, en un país con apenas millón y medio de habitantes.

El período de la primera ocupación militar (1899-1902) ha sido ampliamente estudiado por diversos historiadores. Personalmente, recomiendo la lectura de Viento norte, de Ignacio Uría, una mirada aguda, inteligente, bien documentada, sin los empachos castro-estalinistas que tanto aquejan a una buena parte de nuestros historiadores. Su libro nos ofrece un serio recorrido por esos años de tránsito que marcaron el ulterior nacimiento, tal vez postérmino, de nuestra República.

El asunto es que los norteamericanos se fueron. Incluso, cuando Estrada Palma les suplicó, años después, que regresaran: ¡los yumas vinieron y volvieron a irse! ¿Qué bolá con la fruta? Esa incoherencia en la dieta del Norte tiene trastornado a más de un historiador marxista. Pero la fruta, definitivamente, no parece interesarles demasiado.

Lo que tampoco imaginó John Quincy Adams es que Estados Unidos no era el único suelo donde podía caer la manzana, o la guayaba, o la papaya, siendo más tropicales. Lo vivimos después de 1959, cuando la gravedad nos empujó hacia Moscú. Esa caída, al estilo montaña rusa, fue para la Patria como una segunda Enmienda Platt.

La podredumbre de la fruta se hizo tan evidente que Fidel Castro comenzó a ver "gusanos" por todas partes

La podredumbre de la fruta se hizo tan evidente que Fidel Castro comenzó a ver "gusanos" por todas partes. Estaba convencido de que solo los querubines soviéticos impedían que los yanquis siguieran en modo Adán y Eva, detrás de la frutita. Pero llegó el fin de la Guerra Fría, y Estados Unidos volvería a demostrar su inapetencia. Tuvieron la oportunidad de morder con todos sus dientes, tuvieron incluso la excusa perfecta, con la crisis de los balseros, y no lo hicieron. Tampoco lo intentaron tras el estallido social del 11J.

Hay quien ha teorizado que, en Washington, algunos prefieren que el régimen cubano siga en pie, para que sirva, al menos, como un mal ejemplo. Pero una papa podrida es capaz de arruinar toda la cesta, y ahí tenemos a Venezuela, Nicaragua... La teoría de la "muestra defectuosa" ha sido, más que inútil, peligrosísima.

Independientemente de cómo nos vean en Washington o en cualquier otra parte, a nosotros sí que nos tiene que importar ser libres. Y si nos toca hacerlo sin ayuda, más nos vale ser realistas. Porque la libertad no es solo salir a la calle a celebrar lanzando serpentinas. El país que tendremos que heredar es un montón de escombros.

Hay mucho que podemos aprender de aquella primera transición, cuando la República dio sus primeros pasos. Hemos mirado muchas veces hacia otros referentes, como los países de Europa del Este o la propia España después de Franco, pero también nos puede arrojar mucha luz mirar hacia nosotros mismos. Y dejar de creer, definitivamente, que somos una fruta.

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