Lo que gana el Gobierno cuando viola nuestros derechos
Por cada ciudadano castigado con la 'regulación' hay decenas, quizás cientos, que se sienten amedrentados
La Habana/30 horas después de que se me notificara en el aeropuerto habanero que sobre mí pesaba una prohibición de viajar al extranjero, acudí a las oficinas de Atención a la Población de la dirección de Inmigración con la intención de pedir alguna explicación.
Allí me recibió el teniente coronel Baró, a quien entregué por escrito una hoja que contenía mis datos personales, una breve reseña de lo ocurrido el 27 de enero frente a la ventanilla del "paso fronterizo" y la solicitud de respuesta a las siguientes preguntas:
1. ¿Cuál es el motivo por el, que tengo una prohibición de salida del país?
2. ¿Durante cuánto tiempo estará vigente dicha prohibición?
3. ¿En que instancia debo apelar dicha decisión?
Con amabilidad, el oficial me pidió que regresara a la sala de espera donde me llamarían. Hora y media más tarde, el teniente coronel Baró me dio la siguiente explicación: "Miré, Escobar, lo que sucede es que usted está regulado", a lo que yo respondí. "Eso ya lo sabía, lo que necesito es conocer la respuesta a mis tres preguntas que están en ese papel."
Con la misma profesional amabilidad arrojó luz sobre mi ignorancia explicándome que así aparecía registrado en la computadora.
Entonces le repliqué: "Pero usted no me va a hacer creer que esa computadora, en virtud de un programa inteligente, tiene la capacidad de generar de forma automática la información de que estoy regulado. Algún funcionario de alguna entidad, facultado para ello, ha introducido en la máquina esa información y yo necesito saber quién es para que me explique los motivos y la duración de la prohibición."
Por la forma en que me miró y como traqueó sus dedos tuve la sensación de que el oficial estaba a punto de abandonar su amabilidad, pero se contuvo. Con voz pausada me dijo: "Yo lo sé, pero no estoy autorizado a decírselo".
Actuando como si yo confiara en el respeto que le deben las instituciones oficiales a la Constitución, le recordé que el artículo 52 me otorgaba la libertad de "entrar, permanecer, transitar y salir del territorio nacional" y que ese derecho se me violaba cuando la prohibición no estaba respaldada por la decisión de un tribunal.
Añadí que no me encontraba en ninguno de los ocho incisos del artículo 25 de la ley migratoria donde se definen las posibles causales para impedir la salida del país.
A partir de allí la conversación se estancó, porque Baró no se sentía autorizado ni siquiera para recomendarme un lugar donde pudiera presentar mi queja.
Agradecí el tiempo que me había dedicado, la forma respetuosa en que me había tratado y le pedí que firmara mi documento en la zona donde se anotaba el "acuse de recibo". Dijo que no lo firmaría, pero que allí mismo anotaría su nombre y la fecha.
"¿A cómo estamos hoy?", preguntó.
"Hoy es 28 de enero", le recordé y agregué: "El día que nació José Martí, un hombre que vivió y luchó para que los cubanos fuéramos libres". Y me fui.
Muchas personas se preguntan cuál es la relación de costo y beneficio que considera el Gobierno al tomar estas decisiones que, de forma tan obvia, violan los derechos ciudadanos consagrados por la Constitución. ¿Acaso vale la pena el costo en prestigio internacional frente al mínimo beneficio que les da el que un cubano no pueda salir a decir su verdad?
Todo parece indicar que la ecuación es otra. Por cada ciudadano castigado con la regulación hay decenas, quizás cientos, que se sienten amedrentados. Este abuso de poder es una advertencia a quienes tenían la intención de portarse mal, a quienes creían oportuno manifestar su desacuerdo frente a cualquier medida gubernamental.
Esa es la ganancia de la dictadura: reprimir preventivamente y sin dejar huellas a los que saben escarmentar por cabeza ajena. La lista es larga porque incluye a todos los que tienen el proyecto o el sueño de salir algún día de la Isla.
En fin de cuentas si la fórmula para calcular las pérdidas y las ventajas se aplica en el lado de las víctimas, es fácil deducir que callarse no cuesta nada, sobre todo cuando el beneficio resultante es tener la posibilidad de escapar.
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