El Gobierno que necesitamos
La Habana/Ante la renuencia del Gobierno a dialogar con la oposición pacífica, esta debería animarse a cultivar el diálogo en sí misma. Es un ejercicio al que no hemos accedido los cubanos, acostumbrados a extremos que van desde la unanimidad cotidiana en las sesiones del Parlamento a la gritería descalificadora del acto de repudio.
Cambio –gradual o drástico– es posibilidad de cambio en los roles de poder y el Gobierno no está interesado. Pero la sociedad necesita de sus actores: disidentes o coincidentes; no ver que estamos abocados en un cambio es ceguera. El Gobierno, para empezar, debería respetar su propio cuerpo legal, el cual transgrede una y otra vez cuando no se aviene a sus intereses. Ese solo sería el comienzo. Pero como ya sabemos, no están interesados en lo que seguiría; ahí están todavía frescas para ellos las experiencias de Europa del Este.
El Gobierno se comporta, si no de derecho o de palabra, sí de hecho, como si gobernar les viniera por mandato divino, enmarcado siempre en un antimperialismo que en muchas ocasiones se convierte en antinorteamericanismo. Ese antimperialismo se ha tropezado con un sentimiento popular jubiloso, para nada conciliable con la moral de guerra o de plaza sitiada con que nos han adoctrinado por más de medio siglo, luego del anuncio del proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
El Gobierno se comporta, si no de derecho o de palabra, sí de hecho, como si gobernar les viniera por mandato divino
Hablar de sociedad civil en Cuba remite casi obligatoriamente a la disidencia, puesto que las organizaciones sociales que en otras circunstancias son ajenas al Estado-Gobierno, en nuestro país están supeditadas a este. Todo indica que, según las ciencias sociales "que defendemos", existe solo la sociedad civil reconocida (y en gran parte mantenida) por el Gobierno, donde las organizaciones independientes, sobre todo las de pensamiento político independiente, no cuentan.
Ya sea disidencia, acompañamiento crítico, sociedad civil independiente u oposición leal, estos grupos ponen de relieve una pluralidad política dentro de un país que se pretende como unidad monolítica. El individuo es diverso y complejo, y si no logra unificarse en temas mucho más sencillos que la política, no se vislumbra cómo un partido único podría representar los intereses de todos los ciudadanos durante un período tan largo como cinco décadas.
La llamada oposición leal forma parte de ese conjunto mayor que es la oposición real. Se observa entre algunos de sus más activos e interesantes miembros un nacionalismo radical que parece acomodarse mejor en un pensamiento propio del siglo XIX y no en esta época en que las fronteras nacionales se desdibujan, entre otras causas por la irrupción de la globalización y de un sentimiento postnacional más cercano al respeto por el medio ambiente, la erradicación de la pobreza y las exclusiones.
En un espacio de libertad muchos saldrían del clóset ideológico en un diapasón amplio que va desde la democracia cristiana al anexionismo, sin por eso sentirse menos patriotas que el ortodoxo del PCC
No simpatizo con el anexionismo, pero de existir una corriente anexionista, son los votos los que deben decidir el nivel de representatividad de esta o cualquier otra corriente. Solo el uso de la violencia y la discriminación en cualquiera de sus variantes no pueden tener cabida en el escenario nacional. No es sano que ni la oposición ni el Gobierno dentro del futuro plural al que nos encaminamos a pesar de las consignas, definan límites más allá de la ley.
Es absurdo pensar que esos ciudadanos que se quejan ante instituciones o al aire y en los cuales se percibe de inmediato el agotamiento de las expectativas respecto a lo que se puede esperar del Gobierno (que en definitiva encarna al sistema político); es absurdo pensar, decía, que en un espacio de información y libertad muchos no mudarían sus preferencias (o saldrían del clóset ideológico) en un diapasón tan amplio que va desde la democracia cristiana o el ya mencionado anexionismo; no por eso sintiéndose menos patriotas que el ortodoxo del PCC.
Es muy difícil pedir decencia a un grupo endogámico que hace muchos años se convirtió en Gobierno y cuyos actores defienden el poder a toda costa, y que en su larga manipulación, tanto de la información como de los sentimientos nacionales, nos ha invertido el concepto de mandatario por el de mandante. Por ello en vez de perdernos en disquisiciones acerca de los límites de la oposición leal y por ende, de "la otra", debemos empezar a utilizar el término de Gobierno leal para definir el Gobierno que necesitamos: un Gobierno leal dentro de un Estado de derecho.