Guiteras, una raya en medio de la oscuridad
Historia sin Histeria
Guiteras nunca se reconoció como comunista; por el contrario, tuvo demasiados desencuentros con los de su época
Madrid/Para la mayoría de los cubanos el nombre de Guiteras está asociado a los apagones. Pero no por aquel que oscureciera La Habana en las últimas horas del Gobierno de los Cien Días, sino por la inestabilidad de la termoeléctrica que hoy lleva su nombre. Flaco favor le hizo a la memoria de Guiteras que le pusieran su nombre a esa central en Matanzas. El tiempo ha sido tremendamente cruel. Lejos de honrarlo, la Guiteras dispara contra su imagen cada vez que se descompone, algo que ocurre con una frecuencia insoportable.
En el imaginario popular, Antonio Guiteras es ese hombre con una perturbadora raya en el peinado. Nuestros textos escolares resaltan su papel progresista en aquel Gobierno de 1933 que duró 127 días, aunque insistimos en quitarle 27. Los historiadores enfatizan su radicalismo. Muchos ensayistas debaten sobre su ideología, sobre la ortodoxia de su socialismo, sobre si es políticamente correcto colocar su pensamiento en el canon oficial de un supuesto comunismo criollo.
Lo cierto es que Guiteras, a quien no pocos tildaron de loco, inspiró a otros pacientes de nuestro manicomio. Pablo de la Torriente le haría un diagnóstico cargado de lirismo: “Tuvo delirios terribles, alucinaciones potentes, (…) el día del castigo no hubiera conocido el perdón”. Algunos de sus imitadores, con menos luces, tuvieron mucha más suerte. La idea de asaltar cuarteles en Oriente y continuar la lucha desde la Sierra Maestra era de su cosecha, pero se la calcaron sin respetarle el copyright, sin mencionarlo ni una sola vez en el famoso alegato del Moncada. La de exiliarse en México para luego regresar en una expedición armada también era suya, y ya conocemos el resultado de aquel plagio.
Casi nadie menciona en los aniversarios que fue Guiteras quien disolvió el desfile por el entierro de las cenizas de Mella
Guiteras nunca se reconoció como comunista. Por el contrario, tuvo demasiados desencuentros con los de su época, quienes incluso pintaron carteles donde lo llamaban “lamebotas del Imperio”. Colgarle la etiqueta de comunista es hacer trampa con los muertos. El socialismo de Guiteras también es difícil de meter en un molde. De niño tuvo que aprender a ser zurdo por la fuerza, ya que un accidente le provocó, durante años, una hemiplejia en el lado derecho de su cuerpo. Su nacionalismo y antiimperialismo obsesivo también resulta complejo, sobre todo para alguien que formaba parte de aquel 21% de cubanos que no habían nacido en Cuba. Tony Guiteras Holmes, hijo de padre matancero y madre yanqui, había nacido en las mismísimas sienes del imperio, en Filadelfia, donde vivió hasta casi cumplir los siete años.
Se dice que era de baja estatura, flaco y bizco, otra secuela de su accidente. Su estrabismo le impidió cumplir el sueño de ser militar, siendo rechazado en la Escuela de Cadetes de El Morro. Se doctoró en Farmacia y montó su propio negocio con los ahorros familiares, pero aquello se fue a bolina. Entonces consiguió trabajo en una sucursal norteamericana que le pagó sus viajes por todo el caimán. Aprovechó esos viajes para conspirar y usó sus conocimientos sobre química para fabricar bombas. Uno de sus grandes amigos fue el holguinero Luis Felipe Masferrer, cuyo sobrino sería luego un destacado guiterista, miembro de la Joven Cuba, líder comunista y también uno de los mayores esbirros batistianos, todo en uno.
Mucho se habla sobre las medidas progresistas impulsadas por Guiteras, pero poco se dice sobre lo que Pablo de la Torriente llamó “errores graves”. Por ejemplo, casi nadie menciona en los aniversarios que fue Guiteras quien disolvió el desfile por el entierro de las cenizas de Mella. Lo tildaron de fascista, pidieron a gritos su fusilamiento y Juan Marinello lo llamó “traidor a la revolución” en su revista Masas. Solo volvieron a hablar bien de él cuando ya estaba muerto, intentando apuntárselo como héroe propio.
A pesar de todos los esfuerzos que hizo el Gobierno de los Cien Días para ganarse a las masas, estas nunca estuvieron satisfechas. Los conservadores los llamaban “rojos”, los comunistas los acusaban de tibios, los militares temían el caos en las calles y la muchedumbre quería más, sin tener claro qué era ese “más”. Estaba de moda ser revolucionario, aunque nadie tuviera ni remota idea de lo que eso significaba, más allá de acabar con todo de manera violenta.
Guiteras murió en un breve combate, de un solo tiro en el pecho. Fue enterrado en el cementerio de Matanzas, a las ocho de la noche, en una caja de 12 pesos. Alberto Morillas despidió el duelo con un corto discurso. Ningún periódico de la época reprodujo sus palabras.