La Habana ante el retorno de Trump

Cuba y la noche

Los expertos que asesoran al republicano saben que el fin más probable de la dictadura será producto de un quiebre interno

Discurso de Trump a la comunidad cubana en Miami en 2017.
Discurso de Trump a la comunidad cubana en Miami en 2017. / EFE
Yunior García Aguilera

09 de noviembre 2024 - 12:39

Madrid/Casi nadie en el planeta ha quedado indiferente ante el regreso de Donald J. Trump a la Casa Blanca. Algunas reacciones podrían calificarse como excesivamente dramáticas, pero entendibles en un contexto tan polarizado como el de nuestros días. Por una parte, se escuchan gritos de euforia y celebración. Los fanáticos del magnate naranja están convencidos de que el Make America Great Again no es un simple lema, ni siquiera un movimiento político, sino toda una frase cabalística, algo así como un “abracadabra” o como la fórmula secreta de la Coca-Cola. En contraste, por el otro lado resuenan trompetas apocalípticas. Más de uno se ha rasgado las vestiduras en los templos modernos de las redes sociales, lanzando la frase: Good bye, America

Nicolás Maduro puso cara de cordero degollado ante la noticia. El dictador venezolano abandonó su habitual tono vocinglero y usó frases arranadas, como “histórico triunfo” o “nuevo comienzo”. Daniel Ortega, por su parte, dio órdenes de redactar una breve nota oficial que felicitara al pueblo estadounidense, pero sin mencionar a Trump por ninguna parte.  

Sin embargo, en las oficinas del régimen de La Habana gobernó un silencio sepulcral sobre el tema. Díaz-Canel prefirió hacer énfasis en el 50 aniversario de las relaciones entre Cuba y Laos, un país del que los cubanos saben poco o nada, excepto que se trata de otro rincón comunista del sudeste asiático. El dictador cubano cabeceó un par de veces durante el aburrido discurso del embajador laosiano, pero luego aprovechó el paso del huracán Rafael para ponerse un uniforme de guerra que no acaba de ajustarse a su talla.  

El primer ministro Marrero y el canciller Rodríguez Parrilla se ciñeron disciplinadamente al voto de silencio

El primer ministro Marrero y el canciller Rodríguez Parrilla se ciñeron disciplinadamente al voto de silencio, pero decidieron encargar un escueto artículo para el periódico Granma. La tarea le fue asignada a un soplón menor, alguien cuyos méritos en el espionaje no le valieron la categoría de “Héroe de la República”. El artículo de Raúl Capote (agente Daniel) resultó tan soso que ni siquiera las ciberclarias se motivaron a escribir consignas en los comentarios. Uno de sus pocos lectores le sugería: “Concentrémonos en nuestro propio desastre”.

Es obvio que el silencio de La Habana es solo aparente. Allí, tras las custodiadas paredes del Comité Central, no se habla de otra cosa. Aunque, me temo que los viejos camajanes que trazan estrategias, lineamientos y contra planes, no están ni tan alarmados ni tan sorprendidos. A pesar de lo que intentan hacerle creer al pueblo llano, ellos sí son conscientes de que Cuba no constituye ninguna prioridad para el Gobierno norteño, sea rojo o azul el partido que ocupe el despacho oval. Ellos poseen información que indica que Trump mirará más hacia los países que rodean a China, pero no tanto hacia América Latina. Ellos ven como algo a su favor que Estados Unidos intente tocarse el ombligo con la nariz en lugar de jugar al policía global. Pero lo peor es que ellos ya han calculado el umbral del dolor del pueblo al que subyugan y saben que, perfectamente, podrían aguantar alguna que otra tanda de coyunturas… ¡hasta un día!

El equipo de Trump, discretamente, ha comenzado a reunirse con algunos líderes de la resistencia en el triángulo autoritario latinoamericano. A Félix Maradiaga, opositor nicaragüense, le han revelado la intención de Trump de cohesionar a las comunidades exiliadas de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Esta visión es un paso acertado. Ya en Madrid, por ejemplo, se ha estado trabajando bastante por articularnos y trazar estrategias conjuntas. La dificultad radica en los antagonismos y rivalidades que suelen caracterizar a los grupos de oposición en cada país. Y el reto se hace mayor si tenemos en cuenta que la sola mención de Trump suele causar más divergencias que consensos.

El problema de la visión que tienen los poderes de Norteamérica (visibles u ocultos) sobre Cuba y su futuro es que la aspiración democrática se ha tratado más desde la retórica que con un objetivo real. En el fondo, sus estrategas desconfían de nuestra capacidad para tomar el poder, primero, y luego para administrar eficientemente el país. Sus analistas no están muy convencidos de que contemos con suficientes figuras con la preparación profesional y la experiencia necesaria en cuestiones de gobierno. Les preocupa seriamente que no seamos capaces de manejar un tema como la ley y el orden durante una eventual transición. Les inquieta que, si fracasamos en el intento de superar el actual caos, resulte inevitable un nuevo éxodo masivo. Y en ese caso, les dará absolutamente igual la ideología de quien gobierne en La Habana.

Es previsible que Trump mantenga un discurso de máxima presión y confrontación

Es previsible que Trump mantenga un discurso de máxima presión y confrontación. También lo es que siga haciendo uso de paquetes de sanciones contra la triada castro-ortega-chavista. Podría afirmarse, además, que Cuba no saldrá de la lista de países patrocinadores del terrorismo internacional. Pero no olvidemos que el magnate, más que un guerrero, es un hombre de negocios. Ya en aquel discurso de 2017, en Miami, puso sus cartas sobre la mesa: libertad para todos los presos políticos, respeto a las libertades de reunión y expresión, legalización de todos los partidos políticos, así como elecciones libres y supervisadas internacionalmente. Estaba claro que este era un mensaje, no para su audiencia en el teatro Manuel Artime, sino para el poder en la Isla.

Los expertos que asesoran a Trump sobre Cuba saben que el fin más probable de la dictadura será producto de un quiebre interno. Me atrevo a especular que, incluso, preferirían esto a un colapso violento. Ningún país, pero mucho menos la América de Trump, desea un caos incontrolable tan cerca de sus fronteras. El magnate presionará el puño hasta que sea el momento de enviar negociadores y ofrecer una salida al grupo de poder que esté dispuesto a pactar. Algunos le llamarán a eso “cambio fraude”, pero Trump lo verá como una jugada realista y magistral.

Sea como sea, la libertad de los cubanos no está en las manos de Trump, sino en las nuestras. Nos toca a nosotros no solo denunciar al comunismo en Facebook, X o YouTube, sino trazar trayectorias concretas hacia la democracia. Es vital que el cubano común sepa que existe un plan, que sí contamos con gente preparada para asumir la transición, que la prosperidad no llegará por arte de magia, pero será más alcanzable que si los tiranos continúan en el poder. Es urgente que seamos capaces de movilizar y convocar a grandes masas para organizar protestas efectivas. Es imprescindible que logremos superar nuestros egos y rivalidades para llegar a los consensos necesarios. También será preciso que alcancemos la altura política que un verdadero cambio significa. No coloquemos nuestras esperanzas o frustraciones en un solo individuo, ni propio ni ajeno. El cambio es responsabilidad de todos.  

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