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Cuando La Habana fue tomada por los "casacas rojas"

El chovinismo de nuestra memoria histórica nos ha hecho ignorar o relegar a otros bravísimos defensores de la ciudad

Los marinos ingleses entran a la bahía de La Habana tras su capitulación. (Grabado de Dominique Serres con base en los dibujos del teniente Philip Orsbridge, en 1762)
Yunior García Aguilera

01 de agosto 2023 - 20:13

Madrid/El 6 de junio de 1762, el capitán general Juan del Prado Portocarrero vio desde El Morro una impresionante flota inglesa acercarse a La Habana. Al principio no creyó que fuese un intento de conquista, supuso que podía tratarse de un convoy mercantil y hasta mandó a los soldados de vuelta a sus cuarteles. El correo que venía con la noticia había sido interceptado y agarró a los habaneros de fiesta. El torpe Juan del Prado demostraría que la defensa de la Grande Antilla le quedaba, efectivamente, demasiado grande.

Era previsible que los ingleses procurarían tomar La Habana tras declarar la guerra a España. Ya habían ocupado Martinica y la capital cubana constituía un punto geográfico de gran importancia estratégica. Veinte años antes, habían buscado establecer, sin éxito, una colonia en Guantánamo. Para colmo, en 1756 el gobernador de Jamaica había sido invitado a dar un paseo por La Habana, como gesto de buena voluntad, y volvió a Londres ofreciendo planos detallados de la ciudad y sus fortificaciones.

Mucho se ha discutido sobre si La Habana de entonces era incivilizada, empobrecida y miserable. Algunos han sostenido que la toma de los ingleses trajo, al fin, un poco de progreso. El historiador Ramiro Guerra le dedicó varios artículos a Francisco José Ponte tratando de desmentir esas afirmaciones. Guerra se esmera mostrándonos una Habana galante, afrancesada, mucho más que otras capitales de ricos virreinatos, como Lima y México. Las fuentes citadas mostraban que tanto acaudalados como pobres, blancos, negros o mulatos, eran capaces de arruinar sus haciendas y sus jornales con tal de lucir el último grito de la moda. En cuanto a su población, Guerra nos dice que La Habana era más populosa que cualquiera de las trece colonias de América del Norte, duplicando incluso a Nueva York.

Entre las meteduras de pata de Juan del Prado estuvo la de inutilizar tres navíos de su escuadra, buscando bloquear la entrada de la bahía. La operación fue desastrosa

De cualquier modo, La Habana era una valiosa posesión para la corona española. Y la batalla por procurar defenderla dejaría en evidencia la mediocridad de unos y el heroísmo de otros. Entre las meteduras de pata de Juan del Prado estuvo la de inutilizar tres navíos de su escuadra, buscando bloquear la entrada de la bahía. La operación fue desastrosa. No solo se ahogaron algunos hombres durante su ejecución, sino que perdieron así a sus mejores barcos de guerra e impidieron que otros navíos pudiesen salir a combatir desde el mar.

Sin embargo, todavía hoy se habla en Cuba de un criollo como Pepe Antonio. El cincuentón cubano, alcalde mayor de Guanabacoa, se volvió legendario llevando a cabo temerarias acciones, que podrían considerarse cargas al machete, mucho antes que Gómez y Maceo. En mes y medio le propinó varias bajas al enemigo y capturó otro buen número de prisioneros. Su liderazgo natural y sus maniobras poco ortodoxas despertaron la envidia del inepto coronel español Francisco Caro, quien lo destituyó de forma humillante. Y cuenta la leyenda que Pepe murió de disgusto, pocos días después.

Lamentablemente, el chovinismo de nuestra memoria histórica nos ha hecho ignorar o relegar a un segundo plano a otros bravísimos defensores de La Habana. El caso más notorio es el de Luis Vicente Velasco de Isla, quien murió defendiendo El Morro. Cuando el monarca español supo de su gesta, mandó a hacer una estatua suya en Cantabria y acuñó varias medallas con su busto. También ordenó que en su Armada real siempre hubiese un navío con el nombre de Velasco y creó un nuevo título nobiliario: el marquesado de Velasco del Morro, concedido a su hermano.

Pero la grandeza de un militar se nota más cuando son sus propios enemigos quienes demuestran su admiración. Los ingleses quedaron tan impresionados ante su determinación y pericia que, tras su muerte, se decretó un alto al fuego de 24 horas, para enterrarlo con la dignidad que merecía. Se levantó, además, un monumento en su honor en la mismísima abadía de Westminster. Y cuentan que cada vez que la Armada británica pasaba por delante de su villa natal, se disparaban salvas en su honor.

Hoy queda en La Habana una pequeñísima calle que lleva su nombre, paralela a San Isidro. Recuerdo que, en mis textos escolares, se resaltaba a Pepe Antonio y a sus hombres como "los verdaderos héroes de la defensa", mientras se limitaban a reconocer a Velasco como "uno de los pocos oficiales españoles que mostró valor". Creo que, sin minimizar en modo alguno el heroísmo del criollo, es justo reconocer el protagonismo indiscutible de Velasco en ese episodio de nuestra historia.

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