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El humor, una tabla de salvación para muchos cubanos

La risa es piedra dura entre los dientes de los autoritarios y uno de los más elevados peldaños de la inteligencia humana porque incluye poder reírse de uno mismo

Un personaje como el de Facundo Correcto, que se burla del funcionario extremista y del delator de barrio, se inscribe en una incisiva crítica política desde la aparente ingenuidad de la risa.
Yoani Sánchez

02 de enero 2020 - 14:29

La Habana/Reírse, hacer un chiste, soltar una sonora carcajada, asistir a un buen espectáculo satírico, todas esas acciones tienen efectos beneficiosos a nivel físico y psicológico, pero también un impacto social. El humor puede ser válvula de escape, tabla de salvación, asidero e incluso el único camino para la crítica política en una sociedad amordazada por la censura y por la falta de libertades.

La risa es piedra dura entre los dientes de los autoritarios y en las últimas décadas los cubanos hemos recurrido a la broma como una forma de expresión social que nos permite decir, recrear y hasta emplazar a un poder político que no tiene nada de simpático ni de relajado. No hay que ir muy lejos para concluir que el castrismo es al humor lo que un cactus a un globo de fiesta o una noche nublada a un observatorio astronómico.

No hay que ir muy lejos para concluir que el castrismo es al humor lo que un cactus a un globo de fiesta o una noche nublada a un observatorio astronómico

Incluso, cuando algún seguidor de Fidel Castro se pavonea con la supuesta "genialidad" de su Comandante, es bueno recordarle que nunca probó sus dotes para el debate, tampoco supo reconocer que se equivocó (errar es humano y rectificar es de sabios), ni dominó los acordes de la ironía o la sátira. El humor es uno de los más elevados peldaños de la inteligencia humana porque incluye poder reírse de uno mismo, reflexionar a través de la broma y aprender desde la aparente diversión.

Quizás por todo eso, y como sociedad, nos hemos aferrado al humor. En los momentos incluso más dolorosos. En los años difíciles del Período Especial, la profunda crisis económica de los años 90 del siglo pasado, el humor popular tenía una fuerza sobrecogedora. Eran los años también en que Pepito, el personaje icónico de los chistes se hacía notar por todas partes. Así, Pepito nos acompañaba con una broma para describir la mala calidad del pan, Pepito viajaba en una balsa cruzando el estrecho de Florida, Pepito bajaba al infierno y descubría que los males del sistema también se habían extendido en el reino de Hades... y faltaba el aceite caliente, los tridentes estaban averiados y el diablo parecía más preocupado en conseguir un poco de comida que en maltratar por toda la eternidad a los que habían llegado. Pepito era nuestro compañero inseparable, nuestro parlamento y nuestro alivio.

Cuando el papa Juan Pablo II llegó a Cuba, en enero de 1998, los chistes populares entraron en ebullición para mostrar la gran contradicción que significaba que un régimen ateo, que nos había condenado a no bautizarnos, a no rezar, a no tener un árbol de Navidad, recibiera abierto de brazos al máximo representante de la religión católica. Fueron momentos en que nacían varios chistes cada día y nos reíamos, a pesar de la situación y del absurdo... reíamos como una forma también de crítica social, de protesta y de rebeldía.

Es cierto que también el humor ha sido una forma de evasión y de válvula de escape y que muchas veces la gente que llega a la Isla no entiende por qué en medio de todas las circunstancias que hemos vivido seguimos sonriendo. Para muchos cubanos, la sonrisa es un escudo protector, una forma de sobrevivencia y una herramienta para mantener la cordura, pero también una extendida forma de hacer oposición.

Un espacio televisivo como Vivir del cuento ha promovido más reflexiones sobre la vida nacional y generado más debate que cualquiera de las aburridas sesiones de la Asamblea Nacional

Un espacio televisivo como Vivir del cuento ha promovido más reflexiones sobre la vida nacional y generado más debate que cualquiera de las aburridas sesiones de la Asamblea Nacional. Un personaje como el de Facundo Correcto, que se burla del funcionario extremista y del delator de barrio, se inscribe en una incisiva crítica política desde la aparente ingenuidad de la risa. No en balde, el diario oficialista Granma lamentó recientemente que los chistes tuvieran como blanco a las figuras oficiales, en lugar de cebarse en disidentes o nuevos ricos.

Después de décadas racionando los alimentos, convirtiendo los barrios en nidos de delatores, adoctrinando a los niños en las escuelas, obligando a millones de ciudadanos a llevar la máscara de la doble moral, empujando a muchos otros al exilio, castigando a tantos por pensar diferente y penalizando toda forma de discrepancia, los cubanos siguen riéndose de quienes los gobiernan. Son esos dirigentes el blanco predilecto de los chistes, la diana sobre la que caen las flechas de las burlas, la superficie en la que se echa el ácido corrosivo de la inconformidad en forma de chanza o de jarana.

Más de medio siglo después no han podido arrebatarnos el humor, sigue siendo nuestro y estando de nuestra parte.

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