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La inexplicable ofensiva arancelaria de Trump

La decisión abre las puertas a una recesión que terminará castigando a los propios consumidores estadounidenses

El presidente de EE UU, Donald Trump, durante el anuncio sobre aranceles en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, en Washington, DC. / EFE/EPA/Kent Nishimura
Federico Hernández Aguilar

06 de abril 2025 - 07:27

San Salvador/El presidente de Estados Unidos ha desatado una conflagración de aranceles que golpeará a casi todo el mundo. Lo ha hecho, además, mintiendo con absoluto descaro, porque pretendió hacernos creer que sus decisiones responden a un elemental sentido de justicia económica. La verdad, sin embargo, es otra: Trump ha elegido la bravuconada arancelaria por razones que aún no logran entenderse a cabalidad, pero que, aparte de someter al mercado global a un estrés enorme, le abre las puertas a una recesión que terminará castigando a los propios consumidores estadounidenses.

Un arancel, digámoslo pronto, es un impuesto al libre mercado internacional. Del mismo modo que un gravamen sobre determinado producto infla su precio en lo interno, así los aranceles colocados sobre la importación de bienes elevan el precio de esos bienes. En consecuencia, ignorando todas las premisas liberales sobre el comercio, Trump está colocando barreras innecesarias y desmesuradas al intercambio de productos. Por qué lo hace es una de las grandes interrogantes del momento.

El problema es que las únicas dos razones que podrían, en apariencia, animar a alguien a desatar este caos son tan riesgosas como contradictorias: el “estilo negociador” de Trump, por una parte, y el alivio al peso de la deuda vía recesión, por otra. De acuerdo a estas hipótesis, la Casa Blanca buscaría asustar a sus socios comerciales para sentarse a pactar con ellos nuevos acuerdos desde una posición de fuerza –algo que sigue a la letra el manual de Trump–, a la vez que pretendería provocar a conciencia una recesión, induciendo con ello una caída en los tipos de interés de la deuda estadounidense.

Los posibles beneficios de estas medidas no lograrían compensar los peligros asumidos a través de ellas

Si ambas cosas fueran ciertas, los posibles beneficios de estas medidas no lograrían compensar los peligros asumidos a través de ellas. Las negociaciones bilaterales con cada país tendrían que arrojar resultados favorables a Washington en poco tiempo, dada la tremenda e insostenible volatilidad que ha acarreado el proceso. Y en el supuesto de que la recesión estuviera dentro de los cálculos de Trump, esos varios miles de millones de dólares que Estados Unidos se ahorraría en pago de intereses por el financiamiento de su deuda pública valdrían muy poco frente a la debacle económica provocada por la escalada arancelaria.

Por donde se le vea, es difícil entender la lógica detrás del anuncio de estas brutales acciones antiliberales, aplaudidas acríticamente por los seguidores del movimiento MAGA (Make America Great Again). De hecho, lo que ocurrió pocas horas después es justo lo que ningún mandatario norteamericano debería querer para su país, es decir, reacciones impositivas unilaterales como las decididas por Canadá y China. A partir de aquí, el conocido temperamento explosivo de Trump podría hacer el resto: progresión de las respuestas comerciales mutuas, nuevas alianzas regionales en torno a polos de desarrollo alternativos a EE UU y una ola inflacionaria capaz de arrasar con la estabilidad de miles de hogares americanos.

Las arbitrariedades políticas, claro, suelen disfrazarse. Y eso fue lo que hizo Trump al asegurar que solo estaba “equilibrando” las relaciones comerciales de su país frente a las demás naciones del mundo. En su discurso hasta llegó al colmo de justificarse echando mano de una genuina aberración económica, pues supuso que el “comercio justo” es igual a no tener déficits o superávits comerciales con ningún país, algo que solo es posible de manera artificial y no mediante el libre intercambio de bienes.

¿Quién puede decir que tiene “equilibrio comercial” con la farmacia en la que adquiere medicinas o con el supermercado donde se abastece de comida?

Lo absurdo de semejante planteamiento salta a la vista si comparamos la actividad económica de un país con la que realiza un individuo. ¿Quién puede decir que tiene “equilibrio comercial” con la farmacia en la que adquiere medicinas o con el supermercado donde se abastece de comida? Todo consumidor de medicinas tiene déficit comercial con su farmacia, porque esta última no le comprará nunca en la misma proporción en que él le compra. Al mismo tiempo, sin embargo, cuando ese mismo individuo vende productos o servicios, con esas personas que le compran tendrá casi siempre superávit comercial, pues a menos que sean proveedores suyos no adquirirá nada de ellos jamás.

Los países, en definitiva, acuden al mercado internacional por idénticas razones: comprar y vender. Si registran déficits o superávits con varias naciones es algo que no debería importarles demasiado, a menos que pierdan algo –dinero o bienes que necesitan– como resultado del conjunto de esas transacciones. ¿Por qué tendría que preocuparle a Estados Unidos, por ejemplo, tener déficit comercial con un país al que le compra muchas materias primas si con ellas manufactura productos sofisticados que luego vende a otros países? Pero elevando aranceles a ese concreto proveedor de materias primas, justificándose en que así “equilibra” las cosas con él, no solo estaría castigando a ese país sino que introduciría barreras en el libre mercado que a la larga terminarían perjudicando al mismísimo Estados Unidos.

Volvemos entonces a la pregunta que nos hacíamos arriba: ¿por qué Trump encuentra utilidad en acudir a estas falacias para explicar la más salvaje subida arancelaria en el último siglo? ¿Con qué propósito se atreve a llamar “reciprocidad” a una escalada arbitraria de aranceles con efectos impredecibles para todos? Es difícil responder a este tipo de cuestiones usando la lógica económica o política. Quizá deberíamos acudir a otras áreas profesionales –las relacionadas a la salud mental, por ejemplo– para comprender mejor las causas de ciertas debacles que se avecinan.

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