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La inquietante paz de El Laguito

Casa de protocolo en la que se alojó el presidente venezolano Nicolás Maduro en sus visitas a Cuba. (Las 2 Orillas)
Reinaldo Escobar

23 de junio 2016 - 22:07

La Habana/El último día de la guerra en Colombia, rubricado este jueves en un acuerdo en La Habana, avizora el regreso de la tranquilidad para el más exclusivo barrio de Cuba. Durante esta jornada, ha comenzado el conteo regresivo para que El Laguito, ubicado en el reparto Miramar, deje de albergar a las delegaciones del Gobierno de Bogotá y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que han tomado parte durante más de dos años en un complejo diálogo de paz.

Los líderes internacionales llegados para la ocasión, entre los que están el secretario general de Naciones Unidas, los mandatarios de Chile, Venezuela, República Dominicana y El Salvador, se han reunido en el salón de protocolo de El Laguito. La televisión nacional transmitió en vivo la ceremonia de bienvenida, en la que no pasó desapercibido el saludo militar del líder guerrillero Timoshenko al gobernante cubano, Raúl Castro.

Los televidentes escucharon entre asombrados y curiosos las continuas alusiones a El Laguito, una de las áreas sobre las que se ha cernido por más de cinco décadas una mayor discreción en todo el territorio nacional. A pocos minutos del Palacio de las Convenciones, este enclave estrictamente custodiado ha sido un "no lugar", una geografía fuera del alcance de las miradas y de la prensa. Hoy, a las 1:37 pm, cuando comenzaron a colocarse las primeras firmas, su nombre se coló en la historia de Colombia.

Las conversaciones entre el Gobierno de Juan Manuel Santos, electo en las urnas, y el grupo armado, han encontrado un peculiar refugio en Cuba, donde el Gobierno no está dispuesto a sentarse a conversar con su oposición pacífica. Pero, más específicamente, han tenido su broche de oro en una parte de la Isla que simboliza toda la distancia que separa al poder del pueblo, la paranoia que caracteriza a la élite verde olivo.

Las conversaciones entre el Gobierno y el grupo armado han encontrado un peculiar refugio en Cuba, donde el Gobierno no está dispuesto a sentarse a conversar con su oposición pacífica

Quizás la primera vez que el sosegado condominio salió en los noticieros fue el 14 de marzo de 1957, cuando el cadáver del político opositor Pelayo Cuervo Navarro apareció en sus jardines. Las fuerzas represivas de la dictadura de Fulgencio Batista lo habían asesinado en represalia al frustrado atentado que el día anterior había realizado un comando del Directorio Revolucionario.

El Laguito era la joya de la corona del barrio Miramar, donde vivían las familias más acaudaladas del país. En virtud de un fulminante decreto, firmado por Fidel Castro en los primeros días tras el triunfo revolucionario de 1959, las 120 casas que lo conforman fueron confiscadas. A partir de ese momento un manto de secretismo se tendió sobre sus mansiones, piscinas, campos de golf y jardines, que ya no serían disfrutados por el poder del dinero, sino por una élite política.

Allí tuvo su residencia en Cuba el colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura. En una de sus casas pasó el expresidente venezolano Hugo Chávez al final de su vida, junto a su familia. Otra lista no confirmada de misteriosos visitantes la encabezó el millonario prófugo de la justicia norteamericana Robert Vesco. En sus predios un selecto grupo de tabaqueros torcía a mano los tabacos Cohíba que fumaba entonces el comandante en jefe.

Lujo y secreto han sido las dos características más remarcadas de El Laguito, un lugar al que solo la llegada de Google Earth ha otorgado contornos y definido espacios, un sitio al que también se señala como uno de los terrenos con mayor presencia de micrófonos ocultos por metro cuadrado. Sus residentes son sus prisioneros. Todo lo que se diga en esa jaula de oro se sabe y la puerta de salida aguarda a los que pierden los favores de la alta dirigencia.

La ceremonia pública y televisada que ha tenido lugar hoy en sus predios tiene dos caras: la pública y otra que discurre en un entramado de intrigas, presiones, verdades dichas a medias y omisiones. El Laguito ha otorgado a todo el proceso algo de su oscura personalidad.

El Laguito ha otorgado a todo el proceso algo de su oscura personalidad

Durante medio siglo la confrontación armada ha costado a Colombia miles de muertes. Muchos jefes guerrilleros recibieron entrenamiento en Cuba. Ahora que se avizora la paz, los que no lograron tomar el poder por la vía armada aspiran a reciclarse en líderes políticos y competir en igualdad de condiciones con el resto de los partidos.

En sus apacibles días, en El Laguito algunos comandantes de las FARC quizás imaginaron cómo habría sido un triunfo revolucionario en el que algún exclusivo barrio de Bogotá hubiera caído en sus manos. Tal vez algunos no pierdan las esperanzas de disfrutar un día de la dulce vida en un suburbio de lujo con escoltas armados a la entrada y listas de posibles invitados minuciosamente revisadas.

Si las muchas formas de matar que aprendieron en los campos de entrenamiento no les sirvieron para alcanzar ese sueño, tal vez ahora, en lugar de seleccionar en un mapa la montaña donde se puede fijar un campamento, ya estén echándole una mirada a los planos urbanos y encerrando en un círculo con tinta roja algún sitio de encanto. El Laguito debe haberles abierto el apetito.

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