Intelectuales obsoletos
Miami Springs/La foto que ilustra estos apuntes, donde aparezco junto a las poetas Lina de Feria –residente en La Habana, miembro de la UNEAC– y María Elena Hernández –residente en Houston, tras exilios en Chile y Argentina– fue tomada en la Torre de la Libertad de Miami el pasado miércoles 15 de abril, minutos antes de un hermoso recital de poetas cubanos sin orillas.
Su alegría contrasta con el vergonzoso fascismo desplegado por los intelectuales castristas en la reciente Cumbre de Panamá. Ejemplifica que el vigor de la cultura cubana se halla en la convivencia respetuosa, en la pluralidad permisiva. No en la peste sectaria.
De ahí el rancio olor que despedían los Abel Prieto y Miguel Barnet en Panamá, mientras alentaban a golpear a los disidentes pacíficos que allí fueron a exponer sus puntos de vista. Es el mismo tufo que despiden la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Unión de Periodistas de Cuba y demás organizaciones progubernamentales, cuyos estatutos reconocen la dirigencia del Partido Comunista.
Lina, María Elena y yo no cumplimos ninguna orden de ningún dictador cuando conversamos civilizadamente sobre nuestros criterios políticos o literarios en ese lugar emblemático para Cuba, donde las primeras oleadas de exiliados recibieron las ayudas de ropa y comida, tras su arribo con la muda puesta y el estómago metafísico, hace más de medio siglo. En el mismo salón de la foto, entonces niños o casi adolescentes, Gloria Estefan, Nicolás Padrón o Gustavo Pérez Firmat –entre miles–, encararon sus nuevas vidas en Estados Unidos, tras prácticamente ser expulsadas sus familias de la patria "revolucionaria".
La actual sociedad civil cubana –¿acaso Lina, María Elena y yo no formamos parte de ella?– admite por abrumadora mayoría que el único logro en tantas décadas de los Castro ha sido el exilio. Aunque a un precio desgarrador, doloroso hasta el aullido.
El vigor de la cultura cubana se halla en la convivencia respetuosa, en la pluralidad permisiva. No en la peste sectaria
Porque, reciclada tras los acuerdos para la normalización de relaciones entre Obama y Castro, surge la inferencia inexorable: todos los cubanos debemos aspirar a los derechos democráticos, no sólo el de mandar remesas, jabones y papel sanitario; no sólo –allá en el vetusto sartén leninista– el de aplaudir o mirar para el cielo o tratar de escapar.
Pero la élite político-militar exige –de ahí la histeria represiva en Panamá– que esta evidencia sea pospuesta. Alejarla por lo menos hasta que el excomandante exhale. Lo que en parte explica por qué el hermano menor, en su intervención junto a Obama, insistiera en el paso a paso, en anestesiar los apuros.
Lo inocultable, sin embargo, es la ola represiva contra la sociedad civil no acarreada a Panamá, sino presente allí con la ayuda solidaria del exilio y organizaciones democráticas de todo el mundo. Porque bien saben los gendarmes intelectuales que una chispa errante es capaz de provocar un incendio. La rebeldía, aun en personas cautivas por mucho tiempo, condenadas a hipocresía y susurro, a estipendios como limosnas mensuales a cambio de pasarse con ficha.
Cuando Lina de Feria regrese a La Habana, no dirá que fue víctima de un acto de repudio, de una golpiza, de un escupitajo sectario. Los contrastes nos deslindan. Si allá la represión también sirve para que los inversionistas vean cómo la docilidad de obreros y profesionales incentiva su dinero, aquí la rebeldía se toma con la naturalidad de que Miami es tan cubana como el ajiaco que paladeaba Fernando Ortiz, lejano de la caldosa, donde cada vianda se diluye en la masa y pierde su identidad.
Tan demográficamente cubana del siglo XXI como la permisividad política y la democracia que ahora se acercan a la Isla, que hasta Raúl Castro –con tal de que sigan viviendo bien sus hijos y nietos– propicia con sus genuflexiones al antiguo imperio, con carantoñas a Obama que parecen salidas de la boca de uno de aquellos dictadores educados en las escuelas militares de Panamá. Gestos que no parecen ver los intelectuales vocingleros, como si no estuvieran en 2015.
La permisividad política y la democracia que ahora se acercan a la Isla, hacen que hasta Raúl Castro las propicie con sus genuflexiones al antiguo imperio
De ahí también que sea ridículamente obsoleto que Julián González, actual ministro de Cultura y ducho en artes escénicas, monte un sketch bufo para la propaganda, dirigida a lo que llaman masa, cuando otorga una bandera cubana –la demagogia acude al patriotismo cuando faltan argumentos– a veinte artistas y escritores que actuaron en la carpa panameña. Que cometa fraude cuando precisamente entrega un símbolo de unidad en la diversidad a quienes se negaron a establecer un diálogo inteligente con intelectuales tan cubanos como ellos.
Bajo la misma coherencia teatral, González también debió mandar la bandera –con un retrato de Narciso López– a Raúl Castro, tras sus astutas concesiones al que alguna vez llamó imperialismo yanqui, actuación paralela, por cierto, a su orden de boicotear el diálogo en el Foro de la Sociedad Civil que acompañó la Cumbre y que pudo haber tenido hermosas fotos de nuestra sociedad civil.
Linda foto y velada de poesía en la Torre de la Libertad... Así volverá a ser en una Cuba donde no habrá ni comisiones de censura ni listas de excluidos, donde nos prometimos coincidir Lina de Feria, María Elena Hernández y yo en otro recital de poemas sin bacterias castristas, donde lo mismo se leerá al Heberto Padilla de Fuera del juego que al Nicolás Guillén de El son entero; a Fina García Marruz que a Magaly Alabau...
Para mayor rabia de los Miguel Barnet y Abel Prieto, ya que mucho menos entonces nos ocuparemos de los que prefirieron evidenciar en Panamá su tripa fascista y quedar como obsoletos.