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Los profesionales de la difamación

Internet pulula de comentarios agresivos y provocadores.
Eliécer Ávila

17 de septiembre 2014 - 10:00

La Habana/Siempre que tengo el chance de conectarme unos minutos a Internet, lo primero que hago es bajar la mayor cantidad de artículos posibles de las principales webs que abordan la temática de Cuba. No son muchas por cierto, al menos las que tienen un grado convincente de profesionalidad y calidad. Aprecio también el esfuerzo de numerosos blogs que desde sus modestísimas posibilidades nos sorprenden a menudo con textos e imágenes frescas sobre las aristas más insospechadas de la realidad.

Seguramente, como no tengo la posibilidad de consultar estas fuentes con la frecuencia que me gustaría, valoro más que existan esas ventanas que sirven para mirar hacia adentro, aun estando dentro.

Tal vez es por eso que no logro entender cómo algunas personas que tienen esa poderosa herramienta que es Internet no respeten un mínimo a los medios ni a los que escriben en ellos. Muchas veces, cuando termino de leer un artículo, una crónica, reportaje o entrevista, me motiva leer los comentarios para encontrar en ellos más elementos, debates, posiciones, argumentos nuevos que me alumbren para aprender más. Asumo que por todo el mundo habrá cubanos inteligentes y bien informados, con experiencia y criterio para aportar. Pero cuando desplazo el mouse y comienzo a leer barbaridades se me agota el ánimo. Es terrible lo que uno se encuentra en estos espacios creados para el ejercicio de la opinión y el diálogo. Desde ofensas impensables, frases discriminatorias, intolerancia y cochinadas de toda índole.

Es cierto que existe el batallón de robots humanos que el Gobierno de Cuba mantiene para explotar cualquier debate. Pero la mejor forma de enfrentarlos, y lo he comprobado, es con el puño cerrado que representan los argumentos sólidos. Cada frase, a menudo incoherente y desvinculada de la realidad, delata a este comando. Sus intervenciones pensadas para molestar y desconcentrar al internauta genuinamente interesado en los temas logran su objetivo porque se lo permitimos y caemos como tontos en su juego.

También hay quien no es ningún colaborador del gobierno, pero tampoco tiene paciencia para resistir la idea de que otro piensa distinto, así que lo ataca sin contemplaciones, como si de una cucaracha se tratara.

El anonimato pone al comentarista en total ventaja sobre el articulista, que se expresa a cara descubierta

A fin de cuentas, para comentar no hace falta ni siquiera identificarse, y si se hace, no tiene que ser el nombre real. Este marco de anonimato –cada vez más cuestionado en la red– pone al comentarista en total ventaja sobre el articulista, que se expresa a cara descubierta.

Querido comentarista, cuando uno escribe un artículo no cree que va a tumbar un gobierno con su opinión. Tampoco cree que tiene toda la razón. Al contrario, un artículo puede ser incluso la expresión de nuestras propias dudas o flaquezas. Y se agradece mucho que un buen comentarista nos ayude a encontrar esas respuestas que necesitamos, esos datos que aclaran y precisan, esas palabras que arrojan luz y animan a seguir escribiendo para compartir ideas.

Aunque usted no lo crea, un solo comentario suyo puede hacer que alguien no escriba más en mucho tiempo; conozco incluso quien no lo ha hecho nunca más. No todos tenemos la misma resistencia emocional. Y aunque una web sirve de intermediario, no olvide que siempre, detrás de cada texto, hay un ser humano.

Pero también puede ocurrir lo contrario. Hace poco un joven me dijo que quería escribir sobre su realidad pero que no estaba seguro de saber hacerlo correctamente. Le dije: "Si tu texto es legible y dices la verdad, estará bien. Alguien lo leerá y establecerá desde entonces un vínculo contigo."

Así fue, publicó sus dos primeros textos y recibió muchos correos y comentarios. Cuando volví a verlo me dijo muy animado: "Amigo, esto de escribir es una escuela, no sabes lo que he aprendido". Me sentí feliz.

Y es que no se trata de ser complaciente con lo que se cree incorrecto, absurdo o errado. Se trata de que no se puede edificar nada, ni una simple conversación, a base de malas palabras y ataques efímeros que solo logran hacer perder tiempo y espacios valiosos. Y este tiempo perdido por los que deseamos el progreso y los cambios democráticos en Cuba, es tiempo que ganan los que quieren lo contrario.

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