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James Bond contra la orgía cubana de Spectre

Naufragios

En su última película el agente 007 viaja a un falso Santiago de Cuba y conoce a Ana de Armas, pero la rechaza

Daniel Craig encuentra a Ana de Armas en un fotograma de 'No Time To Die' (2021)
Xavier Carbonell

25 de febrero 2024 - 14:12

Salamanca/El nombre es Bond, James Bond. Agente 007, licencia para matar. Vodka Martini agitado, no revuelto. Un jefe, M. Un proveedor de juguetes, Q. Un primo americano, Félix Leiter. Una tensión sexual de más de 50 años, Moneypenny. Un villano total, Ernst Stavro Blofeld. Un club de enemigos, Spectre. Una pistola (la Walther PPK), un carro (Aston Martin) y un reloj (Rolex, Omega, Seiko). Mujeres: todas, con mención especial a Daniela Bianchi, Jane Seymour y Eva Green. Hombres: ninguno, pero desde que Daniel Craig coqueteó con Javier Bardem no estamos tan seguros. Cigarros Gauloises para Connery, tabacos para Moore y Brosnan, y nada para Craig, gracias.

Esta es la programación de la máquina Bond desde su remoto nacimiento en Casino Royale, la novela que Ian Fleming, otro viejo espía, publicó en 1953. Los puristas dirán que la máquina aparece sólo cuando llega Sean Connery, en 1962, en su primera película. Y los recalcitrantes –sin duda tengo la tentación de irme con ellos– alegarán que el Bond integral, el Bond clásico, comienza en Goldfinger.

Como soy un pobre lector de Fleming –mi Bond pertenece al cine–, no sé si Cuba ya aparece en las novelas. Casi todas las importantes se editaron antes de 1959, año en que se dieron a conocer dos grandes villanos: Auric Goldfinger y Fidel Castro. En las películas, más al día, la Isla tiene el mismo carácter de tierra sudorosa y letal que Rusia, Turquía o las guaridas de los malvados, que generalmente también son islas o las imitan.

En 1959 se dieron a conocer dos grandes villanos de James Bond: Auric Goldfinger y Fidel Castro

Solo un matón, un villanito de poco calibre, le hace sombra a Castro como malo cubano en 007. En For Your Eyes Only  –“solo para tus ojos”, frase predilecta de los camioneros por alguna razón– surge en la pantalla, mulato, medio calvo, pecho peludo y puntería implacable, el Cuban hitman Héctor Gonzales. El rol de Gonzales es tan insignificante que intentaré cumplir con él en pocas líneas. El matón aniquila a los padres de Melina Havelock (Carole Bouquet), que buscaban un barco hundido de interés para Inglaterra. Bond y Melina van a buscarlo a una fiesta de bikinis en las afueras de Madrid –¿qué hace un asesino cubano escondido en España en 1981?– y él les da un recibimiento miamense: en apretada trusa, con pulsera y cadena de oro, y español lamentable. Acto seguido camina hasta el borde de su piscina, se lanza al agua y desaparece de la película.

Vinieron otros filmes y otros actores, volvió Cuba –en Goldeneye 007 va a una base del Ejército que recuerda al búnker aparecido, hace pocos días, en la televisión rusa– y decenas de chicas Bond, pero ninguna cubana. Por eso cuando apareció Ana de Armas el fervor patriótico nos poseyó. Ana, la Marilyn criolla, falsa rubia cuya fama se destiñe demasiado rápido, belleza comunista cuyo cuerpo se disputan los españoles, los cubanos y los americanos, equivale a Héctor Gonzáles en términos de insignificancia para Bond.

No recuerdo haber esperado tanto la conclusión de una saga como en 2021, cuando se estrenó No Time To Die. Nada podía salir mal, porque Rami Malek era el villano y Ana de Armas estaba en la película, por no hablar de Christoph Waltz, Ralph Fiennes y Léa Seydoux. Triste desengaño. Ana es Paloma, una agente de la CIA –aunque la Ana real ya nos parece más un agente de La Colmenita en Hollywood– que localiza a Bond en Santiago de Cuba. ¿Qué hay en Santiago? Una especie de convención internacional de Spectre. Por obra y gracia de un cabo de Delectados –el tabaco que fumaba Brosnan–, 007 comprende que Félix Leiter tiene una misión para él. “Te encanta Cuba”, le dice, para convencerlo de cazar, por supuesto, a un ruso.

Ana, bebiendo algún tipo de Coca-Cola en un bar de mala muerte, lo recibe con una frase patética: “Este es el trabajo más importante que me han dado”. Bond, que ya ha pasado por dos amantes traicioneras, no se deja impresionar por el escote tembloroso de la cubana. La chica Bond amateur le entrega a 007 un esmoquin con la esperanza de que Craig le enseñe sus pectorales. La reacción del agente es un jarro de agua fría que sale de la pantalla y nos salpica: “Do you mind?”, le dice, y gira el dedo en círculos para traducir: vírate, no me mires, me da pena, podría ser tu papá, compórtate, Ana.

Cuando apareció Ana de Armas en la saga de 007 el fervor patriótico nos poseyó

Bond muere en esa bodega subterránea, cambiándose de ropa frente a Anita. (¡Craig condescendió incluso a una crepuscular Monica Bellucci pero dejó a la avispa cubana en ascuas!). Los villanos de Spectre hipnotizados por el ya famoso vestido negro de Ana constatan que la pobre conserva sus encantos, aunque 007 la rechace. Suenan sones y boleros, y todo está lleno de más bellezas comunistas y jineteras de alcurnia. “¿Qué es esto, una orgía de Spectre?”, murmura Bond con horror. “¿Cómo tú crees que conseguí este trabajo?”, responde Anita con cierto despecho.

Pero no hay tiempo. En una maravillosa escena –que imita una conocida foto de Borges, sobre baldosas que forman una rosa de los vientos–, Blofeld le revela a Bond alguna cosa importante y Ana, atolondrada por el calibre simbólico de todo, exclama: “¡Coño!”. Palos, puños, tiros, Ana se defiende de los orgiásticos villanos. Fuego. Llega la Policía santiaguera en meteóricos Lada y los de Spectre se enervan. Es el momento de Ana. Monumental coreografía de patadas, discretos filitos incluidos, que demuestran que también ella es una luchadora y que Craig, el viejo casto Craig, no le arrebatará la gloria. “Oye, estuviste excelente”, se despide Bond. “Tú también”, agradece Anita, “pero la próxima vez quédate un poquito más”. Y le entrega un estuche cilíndrico con un tabaco o, si nos ponemos freudianos, con lo que pudo ser y no fue.

Y aquí acaba la triste historia de Cuba con James Bond, y de James Bond con Cuba. Un romance estéril que tiene en Ana de Armas su mejor símbolo. Gracias a una avioneta, 007 huye de Santiago con el ruso que andaba buscando y lo último que ve es un romántico collage de Camilo Cienfuegos y Che Guevara. Todo se enrarece en la pantalla. Bond le da una cariñosa nalgada al ruso, que solo atina a preguntarle: “¿Puede decirme qué mierda está pasando? ¿A dónde me lleva?”. Me quitó las palabras de la boca.

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