Javier Milei y el criptogate, lecciones urgentes

El entusiasmo de Javier Milei por las criptomonedas, si es honesto, no puede arrastrarlo a hacer apuestas públicas en esa ciénaga ya de por sí inestable y riesgosa

Milei cerró su primer año de gobierno con una economía en moderado ascenso.
Milei cerró su primer año de gobierno con una economía en moderado ascenso. / EFE
Federico Hernández Aguilar

22 de febrero 2025 - 19:59

San Salvador/El primer gran resbalón del presidente de Argentina, Javier Milei, se relaciona con la economía pero no en el sentido que desearían sus críticos. A estos últimos les pica la lengua por hablar del mal desempeño de su némesis en el manejo de las finanzas y las políticas productivas; las cifras, sin embargo, no les están ayudando: Milei cerró su primer año de gobierno con una economía en moderado ascenso, un régimen de incentivos a la inversión que ha probado su eficacia, un superávit fiscal inédito en cinco lustros y un indiscutible éxito en la reducción de los peores índices de inflación en décadas. Por lo tanto, si quieren restarle méritos, los opositores del mandatario argentino no pueden por ahora restregarle fracasos estrepitosos. ¿Qué les queda? Únicamente esperar con ansias a que Milei cometa errores. Y eso es justo lo que ha sucedido con este innecesario escándalo llamado “criptogate”.

En sus cuentas de X e Instagram, el pasado 14 de febrero, el presidente promocionó una memecoin —un tipo de criptomoneda altamente volátil inspirada en imágenes icónicas de la cultura popular— asegurando que se trataba de “un proyecto privado” destinado “a incentivar el crecimiento de la economía argentina fondeando pequeñas empresas y emprendimientos…”. En las siguientes dos horas, la moneda en cuestión, de nombre $Libra, no solo experimentó un alza impresionante, sino que su pico fue muy coincidente con el momento en que unas pocas billeteras abandonaron con cuantiosa ganancia el proyecto y generaron pérdidas totales a otras cuarenta mil cuentas involucradas. Percatándose, al día siguiente, que “no estaba interiorizado de los pormenores” de este criptoactivo —Milei dixit—, con el que además negaba tener “vinculación alguna”, el mandatario borró el tweet y dedicó un párrafo “a las ratas inmundas de la casta política” que salivaban ante el flanco abierto de su archienemigo.

La primera defensa de Javier Milei, el 17 de febrero en una entrevista televisiva, se vio de pronto interrumpida por su asesor Santiago Caputo, que reaccionaba con esa intervención después de oír decir a su jefe que su apoyo a $Libra había sido dado desde su “cuenta personal”. Por supuesto, esa forma de querer borrar —también— las porosas fronteras entre lo público y lo privado, en el caso de alguien que ya cumple un año siendo presidente de una nación, no sentó bien a Caputo, como tampoco a quienes analizamos la política con la conveniente mezcla de fascinación y suspicacia propia del método científico.

Ironías aparte, el hecho es que Milei otorgó a sus adversarios un rédito que no merecían. Si bien la oposición fue incapaz de conseguir los votos que necesitaba para conformar una comisión investigadora en el Senado, el gobernante deberá enfrentar las denuncias que se han acumulado en los tribunales federales argentinos, con lo cual tiene suficiente para varias semanas de relativo desgaste. Ni hablar de lo que ocurra con posibles demandas internacionales.

Pese a todo, es difícil hacer creer a la gente que Milei cometió una estafa a sabiendas. Los mercados no reaccionaron negativamente al escándalo y las encuestas de estos días parecen demostrar que sigue siendo un líder popular. La herida política será superficial, si acaso llega en verdad a herirlo. Pero el presidente está en la obligación moral de analizar las causas de este enredo y extraer lecciones. Quien se niega a aprender de sus propios errores se incapacita para dos cosas muy valiosas en el ejercicio del poder: la autoobservación y el mejor provecho de los fallos del adversario.

Es difícil hacer creer a la gente que Milei cometió una estafa a sabiendas. Los mercados no reaccionaron negativamente al escándalo

Javier Milei quiere proyectar una imagen de alguien ajeno a la política tradicional. De ahí que pretenda justificar la promoción de un proyecto privado asumiendo que tiene esa libertad “como ciudadano”. Tal narrativa tiene su lógica de labios para fuera, pero el propio mandatario no puede —ni debe— creérsela. Él dejó de ser un argentino más cuando se convirtió en presidente: lo que haga o diga, incluso en redes sociales, tiene un valor específico. Para bien y para mal. Le guste o le disguste. Eso de buscar sacarle la vuelta a los asuntos mezclando lo privado con lo público, y optando por uno en detrimento del otro cuando conviene, tarde o temprano sale caro.

“Creo que si Milei no mete más la pata, puede sobrevivir”, ha dicho el politólogo Andrés Malamud, con sorna pampera. “El problema es que si no metiera la pata, no sería Milei”. En todo caso, solo de Milei depende que esa descripción esté lejos de transformarse en su epitafio.

En cuanto a las esperables consecuencias del zipizape, el mandatario tiene que abordarlas y hacerlo con suficiente energía. Que rueden cabezas en su entorno es una posibilidad. Lo más obvio, de momento, es que algunos de sus asesores no están haciendo bien su trabajo, pues una parte delicada de él consiste en cuidar los perfiles de quienes se acercan a plantearle proyectos al presidente.

El entusiasmo de Javier Milei por las criptomonedas, si es honesto, no puede arrastrarlo a hacer apuestas públicas en esa ciénaga ya de por sí inestable y riesgosa. Por otro lado, las cuentas digitales estrictamente “personales”, en la práctica política, son ilusorias, en contraste con la tarea, muy real, de advertir a los cercanos sobre los efectos de incumplir su deber. Quien no aprende, aunque sea a la fuerza, a ser presidente de una nación, tarde o temprano volverá a ser aprendiz de ciudadano. Y quienes vemos con simpatía lo que Milei ha conseguido en lo económico hasta hoy, no le deseamos semejante desenlace en términos políticos.

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