La jueza juzgada

Juana Orquídea Acanda reclama su derecho a equivocarse. Sería bueno saber si desde el estrado solía ser tan benevolente

Juana Orquídea Acanda Rodríguez "ha tenido mala suerte: el día de su jubilación, la televisión castrista elogió su trabajo represor".
Juana Orquídea Acanda Rodríguez "ha tenido mala suerte: el día de su jubilación, la televisión castrista elogió su trabajo represor". / X
Juan Manuel Cao

14 de abril 2025 - 07:29

Miami/La jueza se siente juzgada. Mal juzgada. Ella, que durante más de treinta años formó parte de un mal sistema judicial. ¡Qué ironía! Juana Orquídea Acanda Rodríguez ha sido deportada a Cuba por ocultar su militancia comunista y su trabajo en uno de los ministerios clave de la represión oficial. La jueza Juana, como la papisa, reclama su derecho a equivocarse. Sería bueno saber si desde el estrado solía ser tan benevolente. Considera, incluso, haber sido víctima de una injusticia, y se refiere ahora al sueño americano como la zorra en la fábula de las manzanas: “total, están verdes”. 

Pero la injusta jueza Juana, hay que reconocerlo, ha tenido mala suerte: el día de su jubilación, la televisión castrista elogió su trabajo represor y ella declaró estar orgullosa de haberlo realizado. Tuvo, incluso, un arrebato lírico, al deslizar, abrazada a un ramo de soviéticas flores, con los ojos entornados, la frase que le condena: Este homenaje es indescriptible, es el reconocimiento al trabajo de toda una vida, a lo que hice; realizando mis sueños, y es el mayor ejemplo de lo que es la obra de la Revolución”. Desgraciadamente para ella, para su idílico retiro en tierra enemiga, internet inmortalizó tal entusiasmo partidista, y el implacable YouTube le ha jugado una mala pasada. Ahora, está de vuelta en el paraíso socialista, disfrutando de los apagones y de toda la obra que elogió en público y pensaba traicionar a escondidas. 

Ahora, está de vuelta en el paraíso socialista, disfrutando de los apagones y de toda la obra que elogió en público y pensaba traicionar a escondidas

Pero, reitero, nuestra malograda Juana de Arco no tuvo la suerte que otros: esos muchos que han sido igual de cómplices que ella, o peores, y sin embargo, nunca les rindieron honores públicos, y por lo tanto, como en la película Men in Black, conviven entre nosotros, van al mismo supermercado, compran con cupones, o tienen Medicaid, y nada les pasará porque no hay pruebas de su infamia y sus mentiras. Miami es la capital de las biografías reeditadas, donde muchos han encontrado la oportunidad de reescribir su pasado. Algunos con un exceso de imaginación tal que, de dos plumazos, han pasado de ser represores a reprimidos, metamorfoseándose en héroes de una película que no vivieron. Y está bien: todos, como los gatos, tenemos derecho a una segunda y hasta a una tercera o séptima vida, pero hay que reconocer que hay algunos a los que se les va la mano. Y hay otros que les da tan fuerte por el anticastrismo como antes le dio por el castrismo. 

Ese es el lado humano. Veamos ahora el estratégico. Es bueno que los represores sepan que no hay impunidad, eso debería desestimularlos. Teóricamente sirve para proteger a las víctimas. Es, además, éticamente correcto. Pero por la otra punta, una política de puertas muy cerradas podría atrincherar a los canallas: que al no encontrar salidas, al ver que del otro lado no hay ningún grado de posible perdón, se aglutinarían en torno al poder que los protege, y lo defenderían con uñas y dientes. Quienes convocan, por ejemplo, al ejército castrista para que se rebele, podrían estar arando en el mar. Por disyuntivas como estas es que resulta tan difícil lidiar con los poderes arbitrarios. La historia está repleta de ejemplos parecidos. Aunque como decía Grau San Martín: “cuando el perro se está muriendo se le van las garrapatas”. 

Quienes convocan, por ejemplo, al ejército castrista para que se rebele, podrían estar arando en el mar

Hay un aspecto de la jueza Juana que resulta sobrecogedor, cuando el periodista Mario Pentón logra entrevistarla sobre su brusca repatriación, la señora hace una evaluación sumamente superficial y frívola de lo sucedido: Creo que tuve una experiencia. Tener experiencias es algo bueno. Viví por lo menos, en las condiciones que fueron, pero viví 21 días en Estados Unidos. Yo no lo conocía. Es algo que conocí”. La reflexión resulta insustancial. Uno esperaría algo menos estúpido de alguien que dictó sentencia tantos años. Pobres sentenciados. Es lo que Hannah Arendt definió como la banalidad del mal. 

Así vamos. 

Mientras tanto, seguimos desojando la margarita, aquí y allá. 

Espero que no por mucho tiempo.

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