‘Kaputt’: los sueños de un Instituto Goethe en La Habana
La Habana/La palabra me arrancó una sonrisa. Kaffeeweisser leí en los diminutos sobres cercanos a la máquina de café de un hotel berlinés y que prometían "blanquear" aquella oscura bebida que me aliviaría del jet lag. Había olvidado cuán directa y poderosa puede ser la lengua alemana. Por años, junto a la comunidad germanófila cubana, he aguardado la inauguración de un Instituto Goethe en la Isla, pero la pasada semana un reporte de la Deutsche Welle lanzó un cubo de agua fría sobre nuestras aspiraciones.
La apertura del añorado centro para asomarse a la cultura alemana parecía solo cuestión de tiempo. El ministro de Exteriores de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, realizó en julio del pasado año el primer viaje oficial de un canciller germano a nuestro país desde la caída del muro de Berlín. En mayo de este año le seguiría una visita del ministro cubano de Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, a la capital de los osos y las salchichas.
Como en un baile diplomático, asistíamos impacientes a un paso aquí, el otro allá y a los pródigos apretones de mano para la foto. Mientras, contábamos los días para que la patria de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Herta Müeller y Günter Grass se instalara en La Habana en un centro a la altura y la calidad de la Alianza Francesa.
Nunca he encontrado una palabra que signifique mejor la quebradura de algo, como es el término alemán kaputt. A esa, mi lengua de los sueños y las nostalgias, le debo la fuerza del mazazo verbal que el español esconde en sinuosidades y compromisos. Justo ese chasquido que significa "roto", pero de frustración, resonó en mi cabeza este sábado cuando leí las declaraciones del presidente de la subcomisión de política exterior en materia cultural, Bernd Fabius, sobre las posibles causas de la posposición sine die de la instalación del Instituto Goethe entre nosotros.
"Cuba teme que con el Instituto Goethe, que promueve el idioma y la cultura germana en el mundo, Alemania fomente la contrarrevolución", señaló Fabius y apuntó que la negativa "muestra cuán frágiles se perciben a sí mismos los sistemas de tales Estados".
El Gobierno cubano ha preferido que la "dosis germana" llegue a través de sus instituciones educativas y bajo un férreo control
El Gobierno cubano ha preferido que la "dosis germana" llegue a través de sus instituciones educativas y bajo un férreo control. En la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de La Habana se realiza un lectorado para la enseñanza de la lengua alemana, pero la autonomía de un centro cultural -gestionado directamente desde Berlín- no está en sus planes por el momento.
Una verdadera pena, en un país donde se calcula que alrededor de 30.000 cubanos estudiaron o trabajaron en la República Democrática Alemana, otros tantos se han ido en los últimos años a vivir en esa nación europea y en general existe una curiosidad, mezclada con empatía, por la cultura teutona, a pesar de la distancia y de las marcadas diferencias identitarias.
La conclusión de Bernd Fabius sobre los temores del oficialismo cubano de seguro no se aleja del verdadero motivo para enfriar el proyecto del Instituto Goethe. Todo lugar que no esté bajo las estrictas normas de la ideología, ofrezca bibliografía ajena a los filtrados planes editoriales de la Isla o promueva ver más allá de la frontera de ceguera política y mar que nos rodean, debe provocar ronchas en la Plaza de la Revolución.
Lo más aleccionador es que el Gobierno alemán lleva años "portándose bien" para lograr que un cartel con el nombre del autor de Fausto brille en una calle habanera. Más de un lustro de tanteos, oídos tapados, cautela y mucha distancia de cualquier fenómeno que pueda molestar a los jerarcas de verde olivo. Tras ese tiempo de no herir susceptibilidades, el Bundestag ha recibido un nein sonoro y rotundo, como solo puede escucharse en la lengua de Nietzsche.