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"Libérenlos", pide un cartel de la comunidad judía en Cuba por los rehenes de Gaza

Dos cementerios, tres sinagogas y una carnicería 'kosher' conservan la impronta de los hebreos en La Habana

Cementerio judío de Guanabacoa. (14ymedio)
Nelson Garcia/Juan Izquierdo

03 de diciembre 2023 - 15:54

La Habana/Sobre las tumbas de los dos cementerios judíos de Guanabacoa no hay flores, sino piedras. Es una antigua costumbre que ha sobrevivido a través de los siglos, y que representa la solidez de las tradiciones hebreas, esparcidas por todo el mundo. El camposanto, varias sinagogas, un hostal, una carnicería kosher y no pocas casas de familia conservan la impronta de los judíos en La Habana, la capital de un país cuyo Gobierno es hostil a su patria cultural y religiosa: Israel.

El recorrido de 14ymedio por el mapa hebreo de La Habana, donde se concentra la mayoría del millar de judíos que se han quedado en la Isla, además de pequeños grupos en Santa Clara y Cienfuegos –cerca del 95% de los 15.000 miembros de la comunidad se fue del país a partir de 1959, casi todos a EE UU e Israel–, comienza en su única carnicería kosher, en el número 708A de la calle Cuba. El término kosher define a los alimentos que, según la ley mosaica –que lleva practicándose desde hace varios milenios–, un judío puede comer. El cerdo y sus derivados están prohibidos, por ejemplo, mientras la carne de res, el pollo o los huevos sí se pueden ingerir.

Las dificultades para respetar esa tradición son obvias en un país desabastecido, sobre todo de carnes. "La carnicería abre una vez al mes, sin fecha fija, cuando llega el producto", cuenta a este diario un trabajador del Centro Sefardí de La Habana. La carne viene normada, según el número de judíos inscritos en el establecimiento. Para consumirla, es necesario que un rabino –el líder espiritual de una comunidad– certifique que cumple los parámetros de pureza que le exige la ley.

La misma fuente de una comunidad siempre alerta con los extraños contesta con recelo a las preguntas de 14ymedio. En Cuba, admite, la comunidad hebrea no ha tenido ataques frontales ni se siente vigilada, pero no se ve con buenos ojos el apoyo del régimen a Palestina ni los términos en que habla sobre el ataque del grupo terrorista Hamás a Israel, que han desencadenado un conflicto armado desde el pasado 7 de octubre.

En la entrada del Centro y también en la sinagoga Bet Shalom, han instalado un gran cartel con las fotos de los más de 240 rehenes secuestrados en Gaza: "Libérenlos. ¡Ayudemos a traerlos a casa!"

"Se han visto muchos post contra los judíos en redes sociales, que nos han molestado, y aunque ninguno se mete directamente con la comunidad hebrea cubana, se sabe que el Gobierno tiene mucho que ver con esas publicaciones. Estamos decepcionados y preocupados", expone.

Si alguien quiere comprar carne en el establecimiento kosher, primero debe demostrar que es judío. La comunidad investiga entonces sí dice la verdad, un proceso que no es difícil. Si son cerrados es también por cuestión de supervivencia: el hermetismo evita informantes del régimen y sirve de filtro contra visitantes no deseados, sobre todo después de que estalló el más reciente conflicto en Gaza.

Como las piedras sobre las tumbas o una dieta tradicional, el jamsa –un símbolo con forma de mano que árabes y judíos comparten– forma parte cotidiana de la cultura hebrea. Lo demuestra la decoración del hostal Chateau Blanc, cerca del Zoológico de la avenida 26, en el barrio de Nuevo Vedado. Buena fortuna, protección divina, prosperidad: eso significan los diseños con la silueta del jamsa que pueblan los cuadros y cómodos almohadones del local. Atienden también a la clientela judía el hotel Raquel y su restaurante, Jardín del Edén, en un espectacular edificio construido a principios del siglo XX en La Habana Vieja y ahora propiedad del conglomerado militar Gaesa, por lo que figura en la lista negra de los alojamientos publicada por EE UU en 2020.

Muy recomendado por varias revistas judías de turismo, Chateau Blanc –fundado en 2018 por un cubanoamericano que se crio en la comunidad hebrea de La Habana– también ofrece una dieta kosher a quien lo solicite. La cocina, atendida por un panadero y un chef judíos, ofrece pescados, leche y vegetales. "No brindamos servicios de carne de res y pollo, porque debe dar el visto bueno un rabino", explica la gerente. En la pared, junto a los recortes de periódicos que elogian el hostal, una carta firmada por un rabino estadounidense asegura que el lugar es "estrictamente kosher".

Después de Hamás atacara a Israel, muchos rabinos recomendaron a los judíos de todo el mundo que anduvieran con cautela. Si querían usar la kipá –el pequeño gorro ritual que utiliza todo hombre judío–, lo recomendable era colocarse una gorra encima. Cuidarse, no exponerse, andar con precaución. Los consejos también les vienen bien a los hebreos cubanos, que vieron con preocupación, aunque sin sorpresa, la reciente marcha convocada por el Gobierno en apoyo a Palestina.

En Guanabacoa, los dos cementerios judíos colindantes –uno de los asquenazíes, judíos emigrados de Europa central, y otro sefardí, de ascendencia española– son un remanso de paz para quienes lo visiten. Todo allí invita a no olvidar, sobre todo el monumento de tres metros de altura que rinde tributo a los seis millones de judíos que murieron durante el Holocausto

Bajo la piedra yacen seis jabones, confeccionados con grasa humana de los asesinados por los nazis en el campo de concentración de Chelmno, Polonia. Para Roberto, cuidador del "cementerio polaco" –el asquenazí–, el lugar tiene un simbolismo especial. Durante años, ha visto cómo cientos de familias acuden al lugar a presentar sus respetos a los difuntos, o bien a arrojarlos en "el hueco", como llama al sepulcro.

El proceso de enterramiento también es peculiar, advierte Roberto. Se lava el cuerpo en un cuarto especial, se viste de blanco y se hacen siete paradas antes de llegar a la tumba. Junto a las conocidas sinagogas habaneras –dos en El Vedado y una en La Habana Vieja–, los cementerios son los lugares de más profundo significado para la comunidad hebrea. Por suerte, asegura Roberto, "nadie se ha metido a profanar tumbas", aunque un incidente fue reportado en octubre de 2013 cuando se descubrió que cinco tumbas fueron abiertas para robar huesos, probablemente para rituales religiosos.

Allí están las tumbas del cineasta cubano Saúl Yelin, fallecido en 1977 –que visitó hasta el director de cine Steven Spielberg– y la del escritor cubano Jaime Sarusky

En los años que lleva como cuidador, Roberto ha visto pasar a importantes personalidades por el cementerio, donde están enterradas unas 1.100 personas, tantas como los miembros de la comunidad judía que viven hoy en La Habana. Allí están las tumbas del cineasta cubano Saúl Yelin, fallecido en 1977 –que visitó hasta el director de cine Steven Spielberg– y la del escritor cubano Jaime Sarusky, enterrado junto a su familia.

Los Servicios Comunales atienden el cementerio y le pagan su salario. Los judíos de La Habana han querido pagarle por su trabajo, pero el Gobierno no lo permite, lamenta Roberto. Sin embargo, algunos invitados extranjeros, a veces, le traen "ayudas y regalitos". Y él lo agradece como si fuera parte de ellos, aun cuando, admite, no es judío.

Hay cientos de historias en el cementerio –como la del joven Isaac Bondar, que murió en la guerra de Corea, en 1952, luchando con las tropas estadounidenses–, y Roberto las conoce todas. Cada piedra sobre las tumbas, sin ir más lejos, es una vida y un relato.

Aunque la comunidad hebrea en La Habana ha conocido tiempos mejores, no renuncia –pese a la hostilidad del oficialismo– a sus mejores valores: la memoria, la tradición y un carácter tan firme como las piedras del "cementerio polaco".

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