Libertad sin ira y sin odio
Cuba y la Noche
El régimen ha aprovechado nuestra rabia para presentarnos como “los odiadores” y alimentar el miedo al cambio
Madrid/Libertad sin ira es una de las canciones más representativas de la transición española hacia la democracia. En su letra se habla de una España personificada por el viejo autoritarismo y otra encarnada en una generación que buscaba ser libre, sin derramamiento de sangre. En aquel momento incierto, tras la muerte del dictador Franco, la canción del grupo Jarcha se convirtió en un himno para muchos.
En nuestra Cuba de 2024, la frustración de un pueblo que no logra desmantelar a una dictadura desesperadamente larga nos lleva muchas veces a la rabia. No niego que existan mil razones que puedan sustentarla. Sin embargo, la pregunta que me carcome la cabeza es: ¿sirve para algo el resentimiento? ¿Seremos capaces de alcanzar una libertad sin ira o nos retorceremos perpetuamente en una ira sin libertad?
El régimen ha aprovechado esa rabia para adornar su narrativa. Mientras ellos, supuestamente, son los que “aman y construyen”, nosotros somos los “odiadores”. Semejante cinismo solo acrecienta la furia en el lado opositor, justificándola igualmente con conceptos martianos, como el odio invencible y el rencor eterno. Pero no he venido aquí para hablarles de poesía, quiero hablar de estrategia.
Martí ha sido usado por los cubanos casi con la misma intensidad de quienes citan a Cristo para apuntalar sus credos. Por ello me gustaría poner el énfasis, más que en sus palabras, en sus actos. El apóstol de Cuba fue capaz de perdonar incluso al esbirro que intentó envenenarlo. Y no solo le ofreció su perdón, sino que además logró persuadirlo para que se sumara a las filas independentistas. La historia nos revela cómo el joven Valentín acabó peleando en el lado mambí, alcanzando el grado de comandante y siendo un martiano convencido durante el resto de su vida.
Martí ha sido usado por los cubanos casi con la misma intensidad de quienes citan a Cristo para apuntalar sus credos
Lo sé, es más fácil tener un repertorio de citas martianas siempre a flor de labios que imitar su conducta. Otros dirán que dejemos tranquilos a los muertos, que vivimos en otro siglo, que ya basta de zarandear al apóstol como si fuese una banderilla de carnaval. Y quizás tengan razón. Pero eso que llamamos valores, principios o ética, es siempre una convención basada en referentes. Es inútil renunciar a Martí. En el próximo siglo, si queda algún cubano vivo, seguiremos nombrándolo.
Durante estos días se han suscitado encendidas polémicas en las redes sociales sobre la victoria en París del luchador grecorromano Mijaín López. Tienen razón quienes lo felicitan, su hazaña deportiva es innegable. Y tienen razón quienes lo señalan como un furibundo defensor del castrismo, protagonista de episodios represivos. Otros han optado por celebrar a Yasmani Acosta, también cubano, por su meritoria medalla de plata representando a Chile. Aunque tampoco faltan los que han tocado a degüello incluso contra él, por declaraciones “tibias” sobre la dictadura.
Algunos amigos europeos me escriben sin entender ni una palabra. Ustedes los cubanos, me dicen, nunca lograrán ponerse de acuerdo. Y no intento librarme de culpas. En mi caso, me limité a reconocer el triunfo de Mijaín López, sin nada más que agregar, recibiendo mi correspondiente aguacero de insultos.
En esta lucha nuestra, lo más común es atrincherarse en un bando, soltando sin cesar granadas verbales hacia la zanja contraria. Aunque también es frecuente que nos ataquemos dentro de nuestra propia trinchera. A este ritmo, si logramos un día la libertad, todos estaremos tan mutilados emocionalmente que la reconstrucción del país y la reconciliación nacional seguirán postergándose.
A este ritmo, si logramos un día la libertad, todos estaremos tan mutilados emocionalmente que la reconstrucción del país y la reconciliación nacional seguirán postergándose
Tenemos mucho que aprender de nuestros hermanos venezolanos. Independientemente de cómo acabe todo, la oposición ya ha logrado concentrar todas sus flechas contra la dictadura, han desenmascarado al tirano, han logrado sumar a la inmensa mayoría del pueblo y han captado la atención del mundo entero. Su discurso es firme: no habrá impunidad, pero extienden la mano a todo aquel, militar o civil, que se ponga del lado correcto.
En su libro El arte de la guerra, Sun Tzu recomendaba dejar siempre una vía de escape al enemigo. Al mismo tiempo, recomendaba poner a tu ejército en una posición sin salida, para motivarlos a luchar hasta morir, sin considerar jamás la retirada. El régimen cubano se ha leído muy bien los manuales. Durante décadas han sugestionado a sus simpatizantes con la idea de que, ante un eventual cambio, les espera a todos ser colgados en la plaza pública. Hay gente común convencida de que iremos casa por casa a buscarlos para ajustarles cuentas por haber cotizado en la FMC o los CDR. La supuesta “unidad” del régimen no se basa en la esperanza de que algún día las cosas mejoren, sino en el miedo al cambio. Y a veces nosotros mismos contribuimos a esa mentalidad.
Para que esta batalla no sea eterna o inútil, será preciso desmontar muchos mitos y cambiar de estrategias. Habrá que dejar siempre abierta la posibilidad de sumar. Debemos ser capaces de diferenciar entre justicia y revancha. Habrá que saber convencer a la mayor cantidad posible de cubanos de que el futuro no será un simple cambio de banderas en el cuartel del odio, la exclusión y el insulto, sino… por fin, la libertad sin ira.