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Naufragios

Desaprobar a Trump no es simpatizar con los demócratas ni suscribir el 'Manifiesto comunista', sino odiar un estilo de hacer política

Para Trump hay un solo país, y ni siquiera estoy seguro de que sea Estados Unidos.
Para Trump hay un solo país, y ni siquiera estoy seguro de que sea Estados Unidos. / EFE
Xavier Carbonell

23 de febrero 2025 - 13:33

Salamanca/Quién puede olvidar las tediosas clases de inglés en secundaria, cuando la profesora pedía un párrafo –una composición, decía, como si uno fuera Mozart– que enumerara gustos y disgustos, aficiones y defecciones, filias y fobias, likes and dislikes. Escribir una columna sobre Trump se siente así. Un examen, un extraño deber, ante un mundo que ha aceptado razonar con las vísceras (the guts, teacher!) y no con el cerebro. He pensado mucho, tanto, sobre él. Desde el primer día y con ambos hemisferios. Pero esto que viene tiene mucho de estomacal.

No me gusta Trump, no me gusta el fanatismo de los cubanos por Trump, no me gusta que sea noticia todos los días, no es sano, no me gusta la política del acoso y la agresividad empresarial, detesto el modo en que maneja –como una finca, como Birán– el que para nosotros fue el país de la libertad. No creo que él comprenda lo que es una democracia. No creo que la entienda ni que sepa preservarla. En eso se parece a nosotros. 

Desaprobar a Trump no es simpatizar con los demócratas ni suscribir el Manifiesto comunista. Desaprobar a Trump es odiar un estilo de hacer política, que ya tuvo –por favor, recuérdenlo– cuatro años para demostrar lo que daba y lo que no. Trump, el hombre que hoy hace tratos susurrantes con Putin y con Maduro, ¿es “el héroe que va salvar la Trocha”? ¿Qué hizo Trump por nosotros en su primer mandato? ¿Cuál es su deber contra esa dictadura insignificante, ignorada olímpicamente por 13 administraciones, desde Eisenhower hasta Biden? ¿Qué lo compromete? ¿El voto de Florida? Please.  

¿Cuál es su deber contra esa dictadura insignificante, ignorada olímpicamente por 13 administraciones, desde Eisenhower hasta Biden?

Ver a un cubano delirar por él, celebrar su triunfo, hacer una patética fiestecita, un patético cakecito con merengue azul, blanco y rojo, es reeditar esa militancia orgásmica que antaño sintió por Fidel Castro. ¿Otro “El Hombre”? ¿Otro “El Caballo”? ¿Otro “Mi Comandante”? ¿De nuevo “Esta es tu casa”? No, gracias, sea quien sea. Un político es un administrador, no el mesías. 

Llegué a Europa sin saber qué iba a comer el mes siguiente. Me asignaron un número. Sé lo que es ser una cifra o una tarjeta ilegible, y no estoy ni remotamente solo. Este país me recibió, la vida se fue abriendo paso entre montañas de burocracia, de regulaciones, de trámites e incertidumbres. Qué tipo de ser humano sería yo si apruebo –¡o peor, si voto!– por una política que da luz verde a la cacería de migrantes, cientos de ellos conciudadanos míos. 

No, las políticas migratorias de Biden no resolvieron nada, pero eso no justifica que miles, quizás millones de personas vivan en total incertidumbre desde el 20 de enero. Incertidumbre no, miedo. Ese no es el Estados Unidos en el que creíamos. Esa no es la libertad.

Pero los cubanos jamás tienen miedo. Los cubanos, que no residen en un país sino en una burbuja de excepcionalidad, no se dan por aludidos. Trump, amigo, el pueblo está contigo. Una de las horas más bajas como exilio de los cubanos fue viajar a Washington, a las puertas de la Casa Blanca, y pedir absolutamente todo –algunos ya se veían en un B-1 Lancer arrojando bombas sobre Punto Cero, con la Cabalgata de las valkirias de fondo– menos clemencia para los migrantes de Venezuela, Nicaragua y Haití, tres países tan jodidos como nosotros, quizás más. ¿Y los afganos? ¿Y los ucranianos? ¿Y los demás?

Muchos amigos pro Trump, que ahora comienzan a moderar su entusiasmo, me han dicho: “Yo nunca imaginé que esto fuera a ser así”. Les respondo que no había nada que imaginar, porque Trump será un tipo cruel y un autoritario y un mentiroso compulsivo en casi todo, pero que en lo tocante a los migrantes fue más diáfano y sincero que la Virgen María. You like Trump, but he doesn’t like you.

No me gusta que al cubano que exprese el más mínimo disgusto por Trump –que en definitiva no es odiar solo a ese anciano feo y anaranjado, sino a los valores que propone– lo esté esperando un cardumen de pirañas patrióticas en las redes sociales. Uno se va de Cuba para hablar, pensar y defender lo que a uno le dé la gana. Sea trumpista, yo respeto ese derecho. Pero cancelar y censurar, meter todos los matices en un mismo saco, simplificar, insultar, difamar, esas son tácticas de Villa Marista que a fuerza de sufrirlas las hemos asimilado.

Trump no nos ayudará a construir un país. Nadie nos lo va a arreglar ni a regalar

Trump no nos ayudará a construir un país. Nadie nos lo va a arreglar ni a regalar. Para Trump hay un solo país, y ni siquiera estoy seguro de que sea Estados Unidos. Los políticos que lo acompañan, a quienes la prensa llama cubanoamericanos, son estadounidenses aunque lleven apellido latino. Les preocupa una nación, la suya, no la de sus padres, y con toda razón. Cuba –Kiuba– es una palabra que debe sonar muy exótica en Washington.

Del fin de las ayudas a la prensa independiente cubana no puedo hablar, porque se acabó el espacio. Para entender el impacto de esa noticia solo hay que echarle un vistazo a la felicidad que se respira en Cubadebate, Granma, el Partido y la Cancillería. 

Bueno, Donnie, hemos terminado (dejo a Musk para otro día). Estos son mis dislikes, con cero likes porque no tengo Facebook ni X. Cerebro y estómago y un arsenal de paciencia para el futuro. Me siento libre, más libre que nunca, como debería sentirse todo cubano migrante, y lo demás es literatura. Let Trump cook, escribió uno hace poco. Que cocine, suyo es el Reino. Pero con qué ingredientes, con el sudor de quién, a costa de qué valores, con qué aliados, ¿los cubanos? Como en el chiste de Woody Allen, ya no me atrevo a pertenecer a ningún club donde haya gente de mi país.

Al final de este túnel de crispación a punto de convertirse en montaña rusa, somos hormigas tratando de vivir sus vidas en la era de Trump, extras en un episodio de House of Cards o Succession, un dibujo mal trazado en el fondo de la historieta. Gente gris y olvidable. Pero díganme, al final del día, ¿no es eso un poco reconfortante?

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