Que la lluvia no empañe el desfile
La Habana/En estos momentos la Ciudad de La Habana, especialmente los barrios, las familias y las personas con menos posibilidades económicas, viven días muy duros. Los aguaceros, bastante normales en muchas capitales del mundo, toman aquí un carácter distinto.
Hace unos días muchos clamaban por unas gotas de agua que calmaran el insoportable calor. Pero cuando se vive bajo el peligro de que el techo te caiga encima, los deseos se confunden y se termina prefiriendo sudar.
Sé perfectamente lo que significa dormir con miedo. Pasé mi niñez, adolescencia y primera juventud durmiendo en una cama-hamaca con mi abuela y mi primo hermano. Al menor aguacerito quitaban la corriente y, con las tablas chirriando, la casa se movía como si bailara al compás del viento.
Mima se ponía rodilla en tierra y empezaba a rezar, cosa que a Carlitos y a mí nos ponía más nerviosos. Los huecos en el techo de guano dejaban pasar toda el agua y había que cazar cada chorro con un candil para poner ollas, jarros, vasos y cuanto recipiente sirviera para proteger un poco el escaparate, el televisor Caribe y el colchón.
Lo peor es que del techo no solo caía agua. Los alacranes, arañas, cucarachas y hormigas, al sentirse amenazados por los truenos y la lluvia, se deslizaban por la paredes, entraban apurados por debajo de las puertas o nos caían en el pecho en el momento en que intentábamos conciliar el sueño.
A las cinco de la mañana, después de una madrugada sin descanso, ya estaba Mima intentando encender unos jícaros de coco mojados para colar el café en un fogón de leña, cuya ceniza puse muchas veces en el cepillo de dientes en sustitución de la pasta, que era un lujo en cierta época...
Cuántas abuelas como ella velarán el sueño de sus nietos mientras llueve tratando de sostener las paredes con su fe
Bajo esa condiciones, Mima nos crio a los dos nietos varones, luego de haber formado igualmente como personas de bien a nuestros padres, trabajando como una mula, aún enferma, por 110 pesos al mes. Nadie va a convencerme hoy de que mi abuela no es una verdadera heroína.
Hoy sigue allí en las mismas condiciones, después de una vida de consagración a la familia, al trabajo y a la revolución. Después de un año de gestiones a todas las instancias para que el ministerio de Agricultura apruebe un dichoso papel (desagrego) que nos permitiría empezar a levantarle un cuartico en la tierra que lleva viviendo más de 60 años, por esfuerzo propio, seguimos sin la autorización. Y dicen que demora...
Pienso en mi abuela cuando escucho las noticias de los derrumbes en La Habana. Cuántas como ella velarán el sueño de sus nietos mientras llueve tratando de sostener las paredes con su fe.
Mientras las inundaciones arrasan La Habana, a los responsables directos de la miseria que impide a tantas familias reparar sus casas; a los creadores de un sistema que demuele lentamente cada vestigio de belleza, confort y dignidad, no se les ocurre ni siquiera aparecer en televisión lamentando la pérdida de tres vidas cubanas que se suman a tantas otras. Al contrario, con su arenga y la algarabía del festejo demuestran su poco respeto por el dolor de las familias que hoy lloran.
A los responsables directos de la miseria no se les ocurre ni siquiera aparecer en televisión lamentando la pérdida de tres vidas cubanas
La prensa oficial menciona los nombres de los fallecidos a duras penas, como si de papas se tratara, al final del noticiero. En honor a la verdad, a las papas les dedican más espacio.
Nada puede empañar el brillo del desfile, vieja más, vieja menos, lo que importa es que el mundo vea a los cubanos hacer un papelazo disfrazado de victoria que rompe todo los records Guinness del absurdo.
El Estado ha anunciado que destinará más de 3.200 ómnibus de transporte para el desfile, incluyendo los 78 que se dañaron por las lluvias y que han sido reparados en un día para la ocasión. Parce que a ningún periodista en Cuba le nace hacer una investigación del costo de estos actos y de cuánto se pudiera avanzar en la reparación de viviendas y creación de infraestructuras con esos recursos.
Seguramente los interesados en organizar los festejos del Primero de mayo no tienen que preocuparse por sus familias, por sus casas y por muchas otras cosas ausentes de la cotidianidad nacional que ya olvidaron con el paso de las décadas.
Solo espero que esta vez, el general no pida que tiemble la tierra.