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¿“Madurando” el desastre?

Protestas en febrero de 2014 en Venezuela (Diego Urdaneta)
Miriam Celaya

18 de septiembre 2014 - 15:30

La Habana/Por estos días el personal cubano contratado en la sede diplomática venezolana de La Habana anda de capa caída: habrá reducciones en la abultada plantilla y nadie sabe exactamente a cuántos ni a quiénes tocará "la mala". Se rumora que cuando los diplo-burócratas pasen la cuchilla –seguramente con asesoría de los tenebrosos comisarios cubanos–, habrá muchos empleados isleños "disponibles".

Por las dudas, ya ninguno de ellos, otrora beneficiarios de toda la confianza y del desbocado petrodespilfarro bolivariano, se ausenta ni llega tarde. De golpe desaparecieron los problemas personales, las entradas y salidas irregulares, los pedidos de permisos para asistir a reuniones de padres en las escuelas o a los turnos médicos de los hijos. Como por ensalmo, ha mejorado ostensiblemente la disciplina durante el horario laboral, así que ya no se juega en las computadoras, cesaron los habituales cotilleos sobre las telenovelas de moda que tanto ayudaban a sobrellevar el tedio vespertino de las oficinas, y también finalizaron las largas conversaciones telefónicas a cuenta del erario público venezolano.

El inminente reajuste, sin embargo, no debería sorprender a nadie. En los últimos meses ya había señales que auguraban tiempos de austeridad: los salarios sufrieron recortes, los almuerzos habían perdido la abundancia, calidad y variedad de antaño, los "estímulos" y otras prestaciones se habían espaciado hasta desaparecer, y también se suspendieron las pantagruélicas fiestas por cualquier motivo, con comidas y bebidas a tutiplén, a las que asistía hasta el gato. Porque en la muy chavista y bolivariana embajada de Venezuela todos –cubanos y venezolanos– eran una gran familia, más allá de su jerarquía y ocupación, como corresponde a las auténticas revoluciones populares.

En Miraflores, hay una merma alarmante en las arcas “del pueblo” y llegó la hora de limitar la distribución y cortar los cordelitos de la piñata

Todo indica que allá lejos, en Miraflores, hay una merma alarmante en las arcas "del pueblo" y llegó la hora de limitar la distribución y cortar los cordelitos de la piñata de forma tal que solo alcancen a ellos los ungidos más altos.

Los recortes que ahora aplica el aparato diplomático venezolano en La Habana son solo un insignificante eco de una estrategia general de parches e improvisaciones ineficaces con las que el presidente Nicolás Maduro pretende detener el desplome económico de mayor envergadura que haya sufrido esa rica nación en décadas, y que incluyen medidas tan draconianas como una cartilla de racionamiento digital –porque la miseria debe estar a tono con los avances tecnológicos–; una desatinada política de "precios justos" que ha disparado el contrabando y la corrupción, a la vez que el desabastecimiento de los alimentos y otros productos de primera necesidad en los mercados; y también una disparatada multiplicación del aparato burocrático del gobierno para "controlar" los agujeros por los que están escapando a la vez el capital y las fidelidades.

La prédica de la pobreza (ajena) como virtud

Los gobiernos de las naciones democráticas se congratulan cuando, bajo su administración, se eleva el nivel de vida de su población. De hecho, cualquier individuo con un mínimo de sentido común debe desconfiar de un gobierno que declare la pobreza como virtud y, en consecuencia, sostén del sistema sociopolítico de un país. Semejante lógica indica que ese gobierno se dedicará entonces a fomentar la pobreza, puesto que cuantos más ciudadanos pobres haya mayor será el capital político y el apoyo con que contará el poder...

Contradictoriamente, quienes dicen gobernar "para los humildes" declaran como uno de sus objetivos esenciales "combatir la pobreza", sin embargo, en la práctica la reproducen y la agudizan; mientras ellos mismos se enriquecen. Es axiomático. Uno de los más conspicuos ejemplos de esto es el nicaragüense Daniel Ortega, quien hizo una meteórica metamorfosis de guerrillero a millonario durante su primer gobierno, cuando triunfó aquella revolución "para los pobres" de Nicaragua. No obstante, la pobreza debe tener sus encantos, puesto que Ortega fue nuevamente electo para la presidencia en Nicaragua; así como Chávez, en su momento, fue reelecto en Venezuela y más recientemente fue elegido –aunque con un dudoso margen– su pupilo, el actual presidente Nicolás Maduro. Mientras, los cubanos pobres andan tan ocupados en tratar de sobrevivir en la miseria que ni siquiera tienen idea de lo que son elecciones presidenciales desde hace más de medio siglo.

Esos sectores marginales y vocingleros, proclives a la violencia, que por muy bajo costo son utilizados por los regímenes dictatoriales para reprimir a los desafectos

Así pues, aquel reciente comentario del señor Tarek el Aissami, gobernador del estado de Aragua, acerca de que es mayor la fidelidad al chavismo en tanto más pobre es el individuo, responde al mismo principio de todas las revoluciones "socialistas", pero no es exacto: él no se refería a "los pobres" como personas de bajos ingresos y escasas oportunidades, sino a esos sectores marginales y vocingleros, proclives a la violencia, que por muy bajo costo son utilizados por los regímenes dictatoriales para intimidar y reprimir a los desafectos. Luego, el proyecto bolivariano pretende sostenerse políticamente, no con el apoyo de los pobres –un sector en crecimiento– sino con el terror impuesto a través de estos grupos de malhechores certificados por el poder para atropellar impunemente cualquier reclamo ciudadano.

Porque lo cierto es que, si bien el nivel de vida de los venezolanos ha estado cayendo irremisiblemente en los últimos años, en particular desde la llegada al poder del camarada Maduro, lejos de crecer el número de adeptos al chavismo, se han estado multiplicando los inconformes y los movimientos de protestas antigubernamentales.

Barril sin fondo no es barril

Es una regularidad que todo régimen que pretende cimentarse políticamente sobre bases populistas asume las riquezas nacionales –y también las privadas– no solo como propias, sino como si éstas fuesen inagotables. Conciben así las arcas del Estado como un barril sin fondo. El castrismo en Cuba es un viejo ejemplo de ello, y hoy el chavismo en Venezuela constituye el paradigma más escandaloso si se toma en cuenta la magnitud del despilfarro y el saqueo que han socavado la enorme riqueza petrolera de esa nación en solo 15 años.

Las erogaciones incontroladas de la riqueza del país para desarrollar programas "solidarios" con regímenes afines de la región, en un intento de expandir la vieja epidemia de corte "socialista-antiimperialista", los costosos e insostenibles planes sociales, la dilapidación del patrimonio público por parte de la llamada boliburguesía y sus colaboradores, entre otro cúmulo de disparates, no fueron iniciativas de (In)Maduro, pero las políticas desarrolladas por éste han precipitado y agravado sus efectos.

Gracias al descomunal atraco al tesoro petrolero venezolano, hemos asistido a la prolongación artificial de nuestra dictadura vernácula por casi 15 años más

En la actualidad, cuando el absurdo económico del proyecto chavista toca su más alta cota y Venezuela, en el colmo de la ineficacia y corrupción administrativa, se ve obligada a acudir al mercado internacional para importar el crudo ligero necesario para procesar sus propios hidrocarburos, cada vez se perfila con mayor nitidez el fatal destino histórico de Nicolás Maduro: el heredero –por voluntad mesiánica de un difunto– de un poder que supera sus escasas capacidades acabará asumiendo en solitario una responsabilidad que correspondería principalmente al fundador del delirio, su mentor Hugo Chávez, ahora trasmutado en inocente pajarito.

Así, cuando la nave chavista naufrague definitivamente en las aguas de su propio fracaso, su fundador –que no vivió lo suficiente para pagar el precio de esa alucinación que alguna vez llamó "socialismo del siglo XXI"– quedará grabado en la memoria de millones de zombis latinoamericanos como el filántropo, el líder preclaro que trazó el derrotero; mientras Nicolás Maduro pagará los platos rotos de un festín que por mucho tiempo seguirá costando caro a los venezolanos de hoy y de mañana.

Mucho lo lamentamos los cubanos de bien, puesto que gracias a ese descomunal atraco de la elite chavista al tesoro petrolero venezolano, hemos asistido a la prolongación artificial de nuestra dictadura vernácula por casi 15 años más.

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