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Para matar al Castro que llevamos dentro

Para lograr la ansiada democracia, no basta con asumir el discurso opuesto. Es preciso también alejarnos de los métodos autoritarios y totalitaristas

El mayor reto al que nos enfrentamos los cubanos no es solo tumbar a una dictadura despreciable, sino saber levantar mañana un país democrático, verdaderamente libre, sin dogmas. (Mesa Redonda)
Yunior García Aguilera

02 de mayo 2023 - 20:04

Madrid/La dictadura cubana ha practicado por décadas la exclusión y el exterminio de todo aquel que piense diferente. Fusilaron y pusieron tras las rejas a miles de adversarios, encerraron en campos de concentración a otros, condenaron al ostracismo a cientos de artistas e intelectuales, empujaron al exilio forzado a casi un cuarto de la población.

Para izar las banderas de la intolerancia, usaron siempre la excusa de la fortaleza sitiada. Toda persona que se atreviera a apartarse del dogma era acusada de ser "cómplice" del enemigo histórico, agente de la CIA, mercenario al servicio del imperio.

Lo peor que podría ocurrirnos a los que nos oponemos al fundamentalismo sería acabar reproduciendo sus métodos. El dramaturgo René Ariza cierra el documental Conducta Impropia lanzando una frase lapidaria: "Hay que vigilarse al Castro que cada uno tiene dentro". El mayor reto al que nos enfrentamos los cubanos no es solo tumbar a una dictadura despreciable, sino saber levantar mañana un país democrático, verdaderamente libre, sin dogmas.

Toda causa corre el riesgo de ser absorbida por su ala más radical. Y ese radicalismo a veces es consecuencia de un legítimo dolor, pero otras veces es solo un síntoma de oportunismo. Algunos necesitan mostrarse más puros que el resto, más verticales. En tiempos de Cristo, los fariseos eran la secta judía que aparentaba más rigor y apego a la ley. Hitler contaba con el fanatismo de los Camisas Pardas. Mao movilizó a un ejército de estudiantes, con su libro rojo bajo el brazo, para llevar a cabo su Revolución Cultural. Díaz-Canel apapacha hoy a sus Pañuelos Rojos, la joven milicia que grita con devoto patetismo: "yo soy Fidel".

Sin embargo, en el exilio tampoco escapamos de la tentación yihadista. La ira es un producto que se vende bien, sobre todo en redes sociales. Y algunos han explotado al máximo el mercado de la rabia. La Seguridad de Estado utiliza a miles de susurradores para alimentar distracciones. Nos empujan a gastar flechas contra la periferia e incluso contra nosotros mismos.

Toda causa corre el riesgo de ser absorbida por su ala más radical. Y ese radicalismo a veces es consecuencia de un legítimo dolor, pero otras veces es solo un síntoma de oportunismo

Por estos días, mientras la dictadura adoctrinaba a 300 estadounidenses, una parte del exilio se entretenía en llevar al paredón a Ana de Armas. ¿Y cuál fue el pecado capital de la actriz que encarnó a Marilyn Monroe? ¿Acaso gritó Patria o Muerte o se retrató con la cúpula? ¿Acaso defendió al régimen o aplaudió la represión? No, solo fue a pasar su cumpleaños en el país donde nació, junto a sus amigos. La actriz, luego de ser nominada al premio más importante de la industria cinematográfica, decidió celebrar junto a aquellos con quienes compartió aula, durante sus primeros años como estudiante de actuación.

Y no digo, con esto, que debamos renunciar a debatir sobre lo humano y lo divino. Los debates son imprescindibles para construir una sociedad crítica. Pero la línea que separa el ejercicio del criterio del acto de repudio suele ser muy delgada. Cabrera Infante contaba que, en aquellos convulsos primeros años, Fidel Castro llamó "haragán" a Nicolás Guillén en un mitin universitario. El barbudo utilizó su carisma y su poder para lanzar a una turba de estudiantes contra la casa del poeta, gritando consignas contra la vagancia. Cierta o no la anécdota, Guillén no sería la única víctima del siniestro influencer.

A veces uno entra a las redes preguntándose, ¿a quién estarán apedreando ahora? Hace solo unas semanas éramos testigos de ataques contra el documental El Caso Padilla, del realizador Pavel Giroud. Pero no solo se debatía sobre cómo tuvo acceso a los archivos originales o si debía haberlos publicado íntegramente. La cosa fue a más. Algunos incluso iniciaron campañas de boicot para evitar que la película llegara a ciertos festivales. El tiempo demostró que su obra supo llegar a circuitos y espacios donde el material original hubiese sido ignorado olímpicamente. La vida le dio la razón al creador. Verlo recibir el premio Platino y escuchar sus palabras ante millones de personas de todo el mundo fue una victoria incuestionable para la causa de la libertad de Cuba.

Para lograr la ansiada democracia, no basta con asumir el discurso opuesto. Es preciso también alejarnos de los métodos autoritarios y totalitaristas. Para ganar la empatía de millones de cubanos indecisos y de la comunidad internacional atrapada en la duda, jamás debemos parecernos a esa caricatura rabiosa que el castrismo pretende vender sobre nosotros. Hay que apartar la tentación de pretender que todos piensen y actúen como nosotros. Hay que matar al Castro que llevamos dentro.

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