Matonería en el despacho oval
Los eslabones débiles serán arrancados de cuajo en cualquier cadena geoestratégica urdida en Washington
San Salvador/En eso que algunos autores llaman la “alta política” o la “gran política” —y que otros preferimos denominar “la política con P mayúscula”—, existen ciertas reglas no escritas que los líderes mundiales deben saber cuidar. Si bien varias de estas reglas implícitas son de fondo, también las hay de forma. Incluso pueden darse circunstancias en las que fondo y forma se entremezclan, provocando situaciones extrañas de resultado imprevisible. Hace algunos días el mundo entero presenció, ni más ni menos que en el mítico Despacho Oval de la Casa Blanca, el desenlace inaudito, asombroso, grotesco, del imperdonable descuido de esas normas elementales de cortesía y buenos modales que otorgan a la política su grandeza.
El presidente y vicepresidente de Estados Unidos, la mayor potencia global, eran anfitriones de una reunión previa a la firma de un acuerdo que, según los trozos filtrados a la prensa, era claramente desfavorable a Ucrania, pues la obligaba a devolver dinero no reembolsable y a permitir la explotación de sus riquezas minerales, sin que mediara a cambio una certeza de garantías mínimas de seguridad frente al embate ruso. Volodímir Zelenski había adelantado, con razón, que semejantes condiciones no eran aceptables, y ya Donald Trump, entre otras cosas, había llamado “dictador” al presidente ucraniano. En ese marco ambiental de tensión, no se olvide, iba a verificarse la reunión que ahora comentamos, y que pasará a la historia como un pésimo ejemplo de negociación política.
En ese marco ambiental de tensión, no se olvide, iba a verificarse la reunión que ahora comentamos, y que pasará a la historia como un pésimo ejemplo de negociación política
Cuando JD Vance habló de “diplomacia”, era natural que Zelenski se interesara en saber qué entendía el joven vicepresidente bajo ese concepto, porque había quedado claro que esa suerte de capitulación propuesta por Trump no constituía para el líder ucraniano un esfuerzo “diplomático”, menos aún ante una contraparte, la rusa, que llega al colmo de incumplir acuerdos firmados para intercambiar prisioneros. Esto fue lo que el invitado, respetuosamente, recordó a Vance. Pero fue entonces cuando el vicepresidente respondió con una frase retórica de mal gusto —dijo referirse “al tipo de diplomacia que pondrá fin a la destrucción de tu país”— alzó la voz para atajar la reacción de Zelenski y le exigió un respeto que su Gobierno hasta ese momento no había tenido con una nación que ha sido víctima de una invasión.
El resto de la conferencia es vergonzoso por donde se le mire: los dos más altos cargos políticos del país más fuerte del mundo acosando con palabras y dedos índices al presidente de Ucrania, en una escena que solo a trumpistas muy fanáticos puede parecerles digna del lugar, la materia y las investiduras allí reunidas.
La temeraria afirmación de Trump, acusando a Zelenski de estar jugando “con la Tercera Guerra Mundial”, bordea el surrealismo. ¿Desde cuándo un país agredido puede ser señalado de iniciar un conflicto planetario? Por su parte, el líder de Ucrania conservó la voz controlada, evitó perder los estribos y, muy importante, tampoco se dejó acorralar, manteniendo una postura de dignidad que ha sido celebrada por Europa entera.
Está claro que el presidente de Estados Unidos no quiere contraer obligaciones morales con Ucrania. La oportunidad de “negociar”, por tanto, quizá estaba perdida para Zelenski desde antes. Lo que sí demostró este fiasco diplomático en la Casa Blanca es que Trump, aparte de no ser (y ya lo sabíamos) ningún campeón de los ideales democráticos, será mortalmente agresivo con quienes carezcan de todo espacio de maniobra a sus ojos. Los eslabones débiles serán arrancados de cuajo en cualquier cadena geoestratégica urdida en Washington.
Lo que sí demostró este fiasco diplomático en la Casa Blanca es que Trump, aparte de no ser (y ya lo sabíamos) ningún campeón de los ideales democráticos, será mortalmente agresivo con quienes carezcan de todo espacio de maniobra a sus ojos
Pero incluso creyendo que hacen lo correcto dejando a Ucrania a merced de Putin, Trump y Vance arrojan al asador bastante más que el apoyo político y militar a una nación concreta del este europeo. Los estropicios que genera su decisión (haya sido preparada de antemano o no) tienen efectos geopolíticos enormes y una evidente consecuencia al interior de EE UU.
El recrudecimiento de la guerra ruso-ucraniana es mala noticia incluso para la Casa Blanca. Ese polvorín, si crece en dimensión, también hace saltar por los aires la credibilidad de Trump, que había prometido acabar con el conflicto en su primer día de Gobierno. De ahí la importancia de las malas formas negociadoras exhibidas en esa conferencia de prensa: Washington no podrá culpar a nadie de su fracaso y de sus trágicas repercusiones.
Como resultado directo de lo anterior, la popularidad de Donald Trump entre los estadounidenses sufrirá en la misma proporción. Ya lo estaba haciendo antes del incidente del 28 de febrero; ahora, tras el evidente intento de cercar a Zelenski a dos puyas, es previsible que esos números desciendan aún más. ¿Y qué hará la Casa Blanca para arreglar este embrollo? ¿Seguirá con esa inverosímil tendencia a abrir frentes y crearse enemigos por doquier, arriesgando mucho más que volátiles cifras en encuestas, o comprenderá por fin que la política con P mayúscula se nutre también de habilidad, buenos modales e incluso de ciertas dosis de nobleza?