Matrices

Miniaturas

Con este texto sobre Belkis Ayón, el autor inicia 'Miniaturas', una columna sobre el arte cubano de todos los tiempos

'Sikán', colografía de 1991 que representa a la mujer y la serpiente en el mito abakuá.
'Sikán', colografía de 1991 que representa a la mujer y la serpiente en el mito abakuá. / Facebook/Estate de Belkis Ayón
Xavier Carbonell

18 de enero 2025 - 12:59

Salamanca/La matriz o madre de caracoles es el animal más inquietante de la fauna cubana. Sumergida, tentacular, oculta, uno nunca tendrá la certeza de si existe o no. Si hay caracoles, debería existir su colmena, su coordenada cero. En el bestiario de Antonio Parra, la madre está compuesta de un número indefinido de nervios y membranas circulares. Los caracoles recorren esos túneles y salen del agua, buscando la luz. La matriz crea en lo secreto y permanece en lo secreto. No se sabe cuándo muere.

Ahora que por primera vez podemos estudiar las matrices con las que trabajó Belkis Ayón, el origen de su técnica se hace más claro. En las gavetas de su casa familiar, en su taller y en colecciones de todo el mundo, las matrices –que ella confeccionaba recortando figuritas o piezas enormes– ofrecen el negativo de sus grabados. Si su mundo es un enigma, como el de la madre de caracoles, al menos ya tenemos una clave.

Belkis nació en 1967 y se suicidó, con un disparo de revólver en la cabeza, en 1999. Fue la artista más original de su generación. Leyó y se obsesionó con El Monte, de Lydia Cabrera. Estudió en San Alejandro y fue profesora –“ángel de la guarda”– hasta su muerte. Se casó una vez, se divorció al poco tiempo. Tenía a todos los coleccionistas a sus pies. Se dijo que un brujo le había lanzado una maldición por revelar secretos. Se dijo que toda su vida había dado pistas de que se iba a matar. Ninguno de sus amigos lo vio venir. El último grabado que recoge su catálogo se titula Tranquila.

Se dijo que toda su vida había dado pistas de que se iba a matar. Ninguno de sus amigos lo vio venir

La técnica que llevó a su máxima expresión es la colografía. Ella misma, en las grabaciones que se conservan de su trabajo, le enseña a los curiosos cómo funciona. Mulata linda e imponente, abre una lata de tinta y la prepara con una espátula. Luego la aplica a la matriz, hecha de diferentes figuras de cartón superpuestas, e introduce ambas superficies en la prensa. Se limpia las manos antes de continuar. “¡El famoso trapito cubano!”, dice la persona que sostiene la cámara. Gira el mecanismo; salen las formas –por lo general seis reproducciones– sin boca ni oídos. Solo hay ojos grandes, que son siempre los suyos.

La devoción por el trabajo de Belkis está ahora en plena efervescencia. Nkame Mafimba, el catálogo razonado de grabados, matrices y apuntes que publicó el año pasado la editorial Turner, es la biblia para entender su obra. La comparación no es exagerada: el libro no solo contiene las reproducciones canónicas de sus figuras, sino las referencias teológicas indispensables para iniciarse en la mitología abakuá.

En la Isla se practica la santería y se comprende muy poco el palo monte. Solo la cofradía abakuá, la “masonería carabalí”, sigue siendo una comunidad hermética y minoritaria. Hábiles cuchilleros, la Policía cubana aprendió a tenerles miedo. Tengo en mis manos la infame revista Casa de marzo-junio de 1971 –la misma de la confesión de Heberto Padilla–, en la que los jerarcas de la cultura mandan a erradicar “problemas de tipo religioso o de sectas religiosas, fundamentalmente las procedentes del continente africano (ñáñigas o abakuá)”.

“El pez era la vía, el vehículo que contenía el secreto, o sea, era el ser que contenía el secreto. El secreto era una voz”

La leyenda abakuá es emotiva y sangrienta: una mujer, Sikán, va al río a llenar su tinaja y cuando vuelve a la aldea escucha una voz. El que habla es Tanze o Ekue, el pez divino, y la tribu que posea su conocimiento será la más poderosa. “El pez era la vía, el vehículo que contenía el secreto, o sea, era el ser que contenía el secreto. El secreto era una voz”, explica Belkis. Sikán paga la transgresión con su vida y de esa infamia nace la religión. El relato tiene varias versiones y de él manan muchos símbolos: las firmas o emblemas, la copa, el chivo –del que Belkis hizo un bonito relicario–, el bongó, los diablitos o íremes, el fambá o cuarto de los misterios, el tambor mudo Sese Eribó, el adivino Nasakó.

Ese es el mundo que se despliega en los grabados de Belkis. Sin embargo, casi nadie señala que la religión de sus figuras es en gran medida una creación propia. Ella aprovecha el cascarón, los signos, pero elabora la teología íntima que siempre la acompañó. África y el tema del sacrificio femenino ya están en sus trabajos estudiantiles, como la serie de la mujer masái “lista para la clitoridectomía”, de 1985.

Muy pronto en su carrera las figuras pierden todo rasgo anatómico excepto los ojos. “Son ojos que te miran muy directamente”, dijo el año de su muerte, “entonces creo que no te puedes esconder, donde quiera que te muevas ellos están ahí siempre mirándote, están ahí haciéndote cómplice de lo que estás viendo”. Belkis transforma una religión de la voz en un culto a la mirada. Cuando le piden dibujar a Guevara en 1997, destruye la foto de Korda: lo pinta tapándose la boca y con la mirada desconfiada de Belkis. No conocía otro modo de representar a un muerto.

Muy pronto en su carrera las figuras pierden todo rasgo anatómico excepto los ojos

Sus últimos trabajos son circulares y turbios. Regresan a la matriz de caracoles. Los títulos lo dicen todo: Temores infundados, Intolerancia, Desasosiego, Acoso, Hay que tener paciencia, Siempre hay algo que se nos escapa o lo inevitable. Llegó a organizar catorce piezas suyas en un viacrucis –Sostenme en el dolor– que se expuso en la iglesia de Santa Bárbara en Breinig, Alemania.

Ante un grabado de Belkis Ayón estamos tan desnudos como en los libros de alquimia. Uno quiere seguir leyendo, descifrar, iniciarse en el culto, como si alguna vez sus figuras blancas y negras fueran a abrir las bocas y romper a hablar. Ella definió su arte como una carga que había que soltar, porque un poder así no se puede arrastrar ni esconder. ¿Fue esa idea de arte –la carga más pesada, la tinaja de Sikán– lo que finalmente la mató?

Belkis, Sikán, Ekue.
Belkis, Sikán, Ekue. / Xavier Carbonell

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