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El método raulista

El sistema usado por el General consiste en dar cortos pasos y avanzar o retroceder dependiendo de los acontecimientos

En la medida que un nuevo mandatario haga suya parte de la plataforma de reformas que propone la oposición podrá quitarse de encima el sayo de dictador, sobre todo porque solo podrá tener una reelección. (EFE)
Reinaldo Escobar

29 de marzo 2018 - 15:15

La Habana/En los diez años que Raúl Castro ha ejercido como presidente del país anuló prohibiciones, promulgó leyes, estableció relaciones con Estados Unidos, reprimió opositores y, de manera gradual, eliminó algunos de los rasgos distintivos de la forma de gobernar de su hermano, o lo que es igual, disolvió el fidelismo.

El método usado por el General consiste en dar cortos pasos, dejando abierta la posibilidad de avanzar o retroceder dependiendo de la evolución de los acontecimientos. En más de una ocasión apeló a una sucesión de avances y retrocesos, pero nunca para regresar al punto anterior a los cambios efectuados.

Con su "método paulatino" el octogenario presidente ha pretendido domesticar las leyes de la dialéctica. Bajo el lema "sin prisa pero sin pausa" subyace su deliberado propósito de retrasar el momento en el que la acumulación cuantitativa de modificaciones genere una nueva e "indeseable" cualidad en la realidad cubana.

De esta forma Castro ha procedido con la reforma migratoria, la ampliación del cuentapropismo, el usufructo de la tierra, la autorización de vender viviendas y la aprobación del deporte profesional, entre otras tantas decisiones de su mandato. En cada caso el titubeo y la lentitud han lastrado sus reformas.

Bajo el lema "sin prisa pero sin pausa" subyace su deliberado propósito de retrasar el momento en el que la acumulación cuantitativa de modificaciones genere una nueva e "indeseable" cualidad en la realidad cubana

Las flexibilizaciones migratorias iniciales continuaron la tendencia de eliminar trabas, aunque en su aplicación práctica han ocurrido graves retrocesos, especialmente en las arbitrarias prohibiciones de salida del país contra opositores y activistas de la sociedad civil, o a la hora de permitir la entrada de los exiliados más críticos al Gobierno.

Tras la ampliación del trabajo por cuenta propia no se permitieron nuevas actividades privadas y, en agosto pasado, quedó congelada la emisión de licencias en las ocupaciones más importantes. La existencia de un mercado mayorista, el derecho a importar y exportar o las facilidades para obtener financiamiento desde el exterior siguen sin concretarse.

Las aplicación de una medida que permitió tener tierras en usufructo se inició estableciendo un período de diez años, posteriormente se extendió a 20, pero se mantiene la limitación de que "para recibir tierras, las personas naturales tendrán que trabajarlas y administrarlas de forma personal y directa", junto a restricciones sobre el tipo y destino de la producción.

La compraventa de inmuebles ha sido una de las flexibilizaciones más populares y que ha ampliado las diferencias sociales, esos contrastes que el oficialismo siempre ha temido. Comenzó con una significativa libertad para establecer los precios, pero posteriormente el Estado impuso tarifas referenciales para elevar la recaudación de impuestos.

La aceptación del deporte profesional es, quizás, una de las mayores herejías cometidas por Raúl Castro, contradiciendo el catecismo fidelista. Comenzó con tímidos pagos a atletas de alto rendimiento y se ha ido ampliando a la contratación de deportistas cubanos en clubes extranjeros, pero no ha logrado detener el éxodo de figuras.

En otros aspectos, como son la eliminación de las escuelas en el campo, la autorización a los nacionales de hospedarse en hoteles, el acceso a la telefonía celular, las inversiones extranjeras y la incrementada aunque lenta conexión a Internet, se han producido avances, discretos algunos y más radicales otros.

Queda un terreno donde Raúl Castro no ha querido dar un paso, como si se tratara de un campo minado: las libertades políticas

Sin embargo, queda un terreno donde Raúl Castro no ha querido dar un paso, como si se tratara de un campo minado: las libertades políticas. Aunque en su gestión se implementó una moratoria a la ejecución de la pena de muerte y no se ha aplicado la Ley 88, el mandatario extendió las detenciones arbitrarias, los registros y el decomiso de bienes contra activistas y disidentes.

Las más notorias asignaturas pendientes de su Gobierno son aquellos cambios que pueden conducir a un abismo impredecible, como la unificación monetaria, la eliminación del sistema de racionamiento, la disolución de las empresas estatales no rentables y la modificación de la Constitución de la República.

En esa lista de temas sin resolver se hallan también la promulgación de una nueva Ley electoral y los avances para despenalizar la discrepancia política, esa zona hasta ahora prohibida.

El sucesor de Castro, que asumirá la presidencia el próximo 19 de abril, tendrá la oportunidad de poner en práctica un nuevo método de trabajo. Mientras que el General señaló la dirección de los cambios, el nuevo mandatario podrá avanzar en profundidad y velocidad. Tiene la posibilidad de argumentar que tras una década de experimentación y de medir con cautela cada paso, ha llegado el momento de avanzar sin titubear.

En la medida que el nuevo mandatario haga suya parte de la plataforma de reformas que propone la oposición podrá quitarse de encima el sayo de dictador, sobre todo porque solo podrá tener una reelección. Sin embargo, para merecer legítimamente el título de presidente se verá obligado a traspasar la puerta prohibida y para ello necesita algo más que un nuevo método.

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