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Los mil años que nos faltan

El papa Francisco y el patriarca Kiril durante su encuentro en La Habana. (EFE)
Yoani Sánchez

14 de febrero 2016 - 14:13

Un papa católico y un patriarca de la Iglesia ortodoxa acaban de abrazarse en Cuba. Mil años de enemistad han concluido con tres besos en el aeropuerto de La Habana y la firma de un acuerdo para proteger el rebaño cristiano. El escenario para tan histórica cita no podía ser más contradictorio: un país donde el Gobierno se niega a reconocer a sus críticos y ha dinamitado todos los puentes para un diálogo con la oposición.

Desde una escenografía hábilmente publicitada, Raúl Castro se ha dado a la tarea de mostrar a la Isla como un terreno neutral para el diálogo. Sin embargo, para hacer uso de esa zona de conciliación, el General exige cumplir con dos severos requisitos. Los participantes en la negociación solo pueden ser extranjeros y no deben expresar el mínimo cuestionamiento hacia los anfitriones.

Bajo esas condiciones se han desarrollado los Diálogos de Paz que por más de tres años han sostenido el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC. Un conflicto en el que la pérdida de miles de vidas humanas, los desplazados y los continuos enfrentamientos militares entre ambos bandos dificultan el proceso de entendimiento y hacían impensable cualquier tipo de pacto.

A las jerarquías católica y ortodoxa les ha ocurrido otro tanto. El abrazo de Francisco y Kiril cierra una etapa que comenzó cuando en el año 1054 el papa de Roma y el patriarca de Constantinopla se excomulgaron uno al otro. Un cisma que modeló parte del mundo que hoy conocemos y que separó desde los ritos hasta las cuestiones teológicas o doctrinarias. Un abismo que parecía insalvable hasta este viernes.

El papa y el patriarca se han estrechado las manos porque saben que en todos estos siglos de negarse el uno al otro, la víctima principal de su enemistad ha sido la grey cristiana

Tanto en el caso de las negociaciones de paz colombianas como en el encuentro de ambos líderes religiosos, la gravedad de la confrontación ha exigido una buena dosis de sensatez para llevar a cabo cualquier diálogo. Alrededor de la mesa de conversaciones y en la improvisada sala de reuniones de un aeropuerto, los implicados estuvieron conscientes de que en ninguna mediación se puede salir indemne, sin ceder ni un ápice.

Los dialogantes se han mostrado dispuestos al acuerdo, en parte a causa del agotamiento que produce toda confrontación. Pero especialmente porque comprendieron que el daño de su disputa iba sobre la gente común, malograba la existencia de la población y de la feligresía. El papa y el patriarca se han estrechado las manos porque saben que en todos estos siglos de negarse el uno al otro, la víctima principal de su enemistad ha sido la grey cristiana.

Cuando se niega a conversar mientras presta el suelo patrio para que otros pacten, Raúl Castro confirma su poca estatura como estadista

En varias de las fotos del histórico encuentro de este 12 de febrero se veía también al general-presidente de Cuba. El hombre que durante ocho años de mandato no ha mostrado la grandeza de acortar la distancia que lo separa de sus contrincantes políticos, quienes no tienen sangre en las manos ni armas guardadas bajo la cama, sino ideas diferentes a las del Partido Comunista y una sincera preocupación por su país, acompañada del imperativo de promover un cambio pacífico.

Cuando se niega a conversar mientras presta el suelo patrio para que otros pacten, Raúl Castro confirma su poca estatura como estadista y revela el miedo que le produce otorgarle legitimidad a su oposición. No obstante sus reticencias, los cubanos terminaremos entendiéndonos y para llegar a ese momento no hará falta esperar mil años ni darnos tres sonoros besos en la mejilla.

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