Somos 1,7 millones
La Habana/Tantos años de máscaras, susurros y temores han hecho que los cubanos seamos tan difíciles de sondear en temas políticos como un abismo enigmático y oscuro. Las pocas encuestas y escrutinios que se realizaron de manera independiente en las últimas décadas han tropezado con una suspicacia que nos lleva a cuestionar: ¿Y por qué me preguntas eso? ¿Qué vas a hacer con la información?
Sin embargo, hay momentos en los que nuestros actos son la más concluyente y directa de las respuestas. Como en las elecciones del domingo pasado para las Asambleas Municipales del Poder Popular, cuando más de 1,7 millones de personas no fueron a votar, anularon la boleta o la dejaron en blanco o, incluso, votaron por los dos únicos candidatos opositores. Un examen de conformidad, donde se demostró que el apoyo al Gobierno no es tan unánime como alardea, ni vivimos los tiempos en los que se lograban altísimas cifras de asistencia a las urnas.
Con un 88,30% de participación, cualquier observador extranjero pensaría que nos tomamos muy en serio los comicios zonales. En medio de la apatía electoral que muestran tanto países democráticos, la asistencia de los votantes cubanos podría malinterpretarse como una muestra de civismo, aunque en realidad evidencia los férreos controles bajo los que hemos vivido por más de medio siglo. Ir no es señal de asentir, ni de apoyar.
No votar o abstenerse ha significado por demasiado tiempo un acto que nos marca como desafectos o contrarrevolucionarios, en un país donde la fidelidad ideológica abre puertas, garantiza futuros y redunda en privilegios. Por otro lado, el automatismo se ha apoderado del acto de seleccionar nuestros representantes, conscientes de su escaso poder para influir en la solución de los problemas locales y nacionales.
El delegado de circunscripción es una suerte de chivo expiatorio, cuya capacidad de gestión es limitada y carente de autonomía
El delegado de circunscripción viene a ser una suerte de chivo expiatorio sobre el que caen las quejas y las demandas, pero cuya capacidad de gestión es limitada y carente de autonomía. ¿Cuántos años no le hemos planteado, en sucesivas reuniones de rendición de cuenta, a ese representante popular la mala calidad del pan y el deterioro de las calles? Sin que en las más de tres décadas de existencia de su figura haya podido lograr mejorar una cosa ni la otra.
De ahí que la frase "total, si nada va a cambiar" sea tan repetida por los millones de votantes, quienes también aconsejan a sus amigos: "Tú ve a votar para que no te señales". Una combinación de descreimiento y simulación, escepticismo y temor, que ha sido la fuerza principal para "cumplir con el trámite" de marcar la boleta, doblarla e introducirla en una urna tan vigilada como ineficaz. Un gesto irreflexivo, un papeleo ineludible por el que muchos tratan de pasar lo más rápido posible, sin esperanzas ni confianza.
Una combinación de descreimiento y simulación, escepticismo y temor ha sido la fuerza principal para “cumplir con el trámite” de marcar la boleta
A los más de 1,7 millones de cubanos que este fin de semana mostraron su desinterés o desacuerdo con las elecciones, bien podría sumárseles la misma cantidad o el doble de individuos que piensa igual, pero teme hacerse notar. Por cada persona que no entró en un colegio electoral, garabateó la papeleta o simplemente no escribió nada sobre ella, debe agregársele muchos más que quieren pero no se atreven a realizar tamaña osadía. El cubículo de votación quizás tenga cámaras ocultas –piensan con temor– o la boleta estará marcada para detectar al desobediente, se dicen a sí mismos.
La presidenta de la Comisión Electoral Nacional, Alina Balseiro, aseguró que la caída de la asistencia en casi seis puntos porcentuales con relación a las últimas elecciones municipales se debía a la ausencia de los "cientos de miles de cubanos" que están de viaje al exterior. La funcionaria tiene que saber que esa explosión de viajes es también una forma de votar contra un sistema que les lastra su desarrollo personal y profesional dentro de las fronteras nacionales.
Vale la pena subrayar que los valientes que optaron por no ceder ante los temores son más del doble de los que militan en el Partido Comunista. El coraje que se necesita para lo primero supera con creces al esfuerzo de pagar la cotización anual de una organización que ha secuestrado el nombre del país y se jacta de representar el sentir de todos sus ciudadanos. En las filas de quienes se negaron a validar su voto hay, por tanto, mayor fuerza de voluntad y honestidad.
Este domingo, enviamos un mensaje claro y alto. Sin ponernos de acuerdo, carentes de espacios en los medios masivos y aún temerosos de los posibles castigos, hemos sido 1,7 millones de cubanos los que dimos un paso desde las sombras de la simulación al inclemente sol de asumir nuestras posturas públicamente. Una fuerza de cambio a la que el Gobierno teme y que la disidencia debería canalizar.