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Una mirada desde Cuba a la campaña presidencial de Estados Unidos

Hillary Clinton, Ted Cruz, Donald Trump y Bernie Sanders.
Pedro Campos

11 de abril 2016 - 10:42

La Habana/La actual contienda electoral en EE UU se ha caracterizado por los golpes bajos y las descalificaciones en el campo republicano, donde a estas alturas, el indeseado por el establishment del partido, Donald Trump, aparece en la delantera, con toda la estructura del partido serruchándole el piso y apoyando en su contra a una figura que lleva sangre cubana, Ted Cruz.

Al que va por delante lo acusan de extremista, loco y fascista. A Cruz lo crucifican por impertinente, falto de carisma y demasiado conservador en materia religiosa, aunque ambos pueden pretender otra imagen de frente a la convención nacional. Se sabe: un extremista fascista y un impertinente conservador extremo, no tienen muchas posibilidades en las presidenciales en unos EE UU modernos.

Los demócratas, Hillary Clinton, y el senador Bernie Sanders proyectan imágenes más presidenciables y nadie podría acusarlos de extremistas en sentido alguno.

Los déficits democráticos del Partido Republicano se aprecian en las maniobras que realiza su establishment para tratar de desbancar al multimillonario durante la convención final

Trump asume posiciones que preocupan a buena parte de los norteamericanos y a muchos en el planeta por sus implicaciones para la economía y la seguridad, pero sus desplantes al establishment y sus maneras ordinarias lo acercan a una parte del electorado cansada del dominio de una clase política impositiva.

Los déficits democráticos del Partido Republicano se aprecian en las maniobras que realiza su establishment para tratar de desbancar al multimillonario durante la convención final. Esto ha llevado al candidato a considerar la posibilidad de separarse del partido, pero hasta entonces nada parece estar definido.

En las elecciones presidenciales en EE UU pesa bastante la figura, el respeto y la simpatía que inspire el candidato, además del programa y el dinero que apoya su campaña.

Algunos analistas consideran que los republicanos están derrotados de antemano porque no lograron desde el principio encontrar un candidato con peso y personalidad capaz de aunar al partido. Pero además se han desguazado entre ellos, por lo que el que quede llegará debilitado al último combate contra el candidato demócrata, y, a estas alturas, "inventarse" un aspirante ganador puede resultar en un desastre para el partido.

En la campaña por la nominación demócrata se ha jugado más limpio y se aprecia mayor unidad y coherencia. Clinton va por delante y, de ser nominada, tendría la posibilidad de llegar a ser la primera mujer presidenta de EE UU, un gran atractivo de hecho. Además, sus dotes de estadista fueron demostradas desde el Departamento de Estado.

Sanders, sin respaldo de millonarios ni del establishment, ha hecho su campaña con pequeñas donaciones de jóvenes y trabajadores que, hastiados de las grandes diferencias sociales y los abusos del poder, buscan cambios sistémicos; un resultado tardío de Occupy Wall Street. No es un socialista vulgar, nadie cuestiona su condición democrática. Su discurso ha obligado a Clinton a declarar: "las empresas deben repartir parte de sus ganancias entre los trabajadores".

Un problema habitual en los demócratas es lograr movilizar el voto de sus bases históricas: hispanos, negros, trabajadores y clases medias. Un contrincante conflictivo o un socialista en su nómina pueden estimularlas a acudir a las urnas.

Una combinación Clinton-Sanders uniría a parte del establishment con parte de sus retadores, a las mujeres y los liberales con la izquierda y las bases tradicionales demócratas; pero podría quedar muy a la izquierda del eje tradicional del electorado, aunque desde Obama los demócratas ya parecían moverse en esa dirección. Sin embargo, Clinton y Sanders proceden ambos del Nordeste, por lo que es posible que prefieran en la fórmula a alguien del Sur o del Oeste en pos de mayor respaldo en esas regiones.

Una combinación Clinton-Sanders uniría a parte del establishment con parte de sus retadores, pero podría quedar muy a la izquierda del eje tradicional del electorado

Tradicionalmente, si la economía crece, el desempleo está en niveles tolerables, no hay alta tasa de inflación, ni conflictos internacionales que comprometan la seguridad nacional y hay un buen nivel de aprobación de la gestión del Gobierno saliente, por lo que el candidato del partido del actual presidente tiene más opciones de ganar.

De aquí a noviembre, todo dependerá de los eventuales cambios que puedan darse en esos parámetros y del nivel de unidad y coherencia que se logre en la convención final de cada partido que, por ahora, favorece al Demócrata.

Sin variaciones dramáticas en esos aspectos, cualquiera de los aspirantes demócratas o su combinación tendría más posibilidades para imponerse a cualquiera de los republicanos, que todavía andan fajados, con la novedad de un agitador con popularidad en las bases republicanas pero con posiciones demasiado controvertidas como para conseguir unirlo y derrotar a los demócratas. Pero de aquí a noviembre pueden pasar muchas cosas todavía.

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